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Por
Málaga, con sus altos hornos, sus destilerías, sus telares,
su energía hidroeléctrica, comenzó la desconocida y
pendiente revolución industrial de Andalucía. Y allí también
ha comenzado la revolución terapéutica. Allí está el banco
andaluz de cordones umbilicales. Aunque de momento su
utilidad terapéutica sea nula, según manifestaba ayer en ABC
la consejera de Salud, la Medicina regenerativa ha levantado
expectativas increíbles, futurible terapéutico que hace que
todas las madres quieran guardar los cordones de sus recién
nacidos, en plan Leticia y Leonor. Y esas abuelas arrullando
nietas a la salida del paritorio:
-¿Quién le va a guardar su cordoncito umbilical a mi
princesa?
Comprobé anoche, atardecer de trajes oscuros, evocación del
viejo puente de barcas sobre un río de cirios encendidos,
Triana levantándose sobre las Tres Caídas de su Señor de la
capilla marinera, que los cordones umbilicales serán un
problema de futuribles terapéuticos para los niños que nacen
en las maternidades, pero que desde hace mucho tiempo es
infalible bálsamo de Fierabrás contra todos los males del
alma de esta muchacha que llamamos Sevilla. Aquí sí que
funciona el banco de cordones del ombligo de Sevilla.
Nos acusan a los sevillanos de que estamos siempre
mirándonos el ombligo. ¿Y qué? ¿Pasa algo? ¿No nos lo vamos
a mirar, con lo bonito que tiene el ombligo esta Venus
nacida del mar del tiempo que es Sevilla? Contemplamos el
ombligo de Sevilla porque es el broncíneo de la Giganta,
allá arriba, en su balcón, palma en mano, estrenando siempre
su eterno Domingo de Ramos. Y contemplamos el ombligo de
nuestra propia memoria. En las células de este cordón
umbilical que nos une a los tiempos idos encontramos la
capacidad regenerativa de Sevilla frente a la degradación,
el envilecimiento, la masificación, el empobrecimiento de
espíritu. La Giralda nos donó el cordón de oro de su
ombligo. Y en vez de guardarlo entre las barras de hielo del
carro de la nieve, lo hemos mantenido tan vivo que le hemos
puesto los colores de la seda de la cofradía de la familia,
el escudo plateado de nuestra hermandad.
Cordones de hermandad trianeando. Qué bonito verbo,
trianeando...
Vamos a decirlo otra vez; trianeando.
Trianeando venían ayer los hermanos de la Esperanza camino
de Sevilla en su Vía Crucis, levantando el espíritu de esta
ciudad tantas veces caída. Traían al cuello la medalla, con
el cordón de la hermandad. El cordón umbilical de Sevilla,
vivo a lo largo de las generaciones, en el que encontramos
la seguridad terapéutica de que todos los males que aquejan
a nuestra tierra se alejarán por unos días con este sueño de
incienso y albero.
En la Puerta Carmona, del balcón de la calle Mosqueta donde
se incrustó la bomba cuando los Cantonales a la fachada de
la alpargatería, la pancarta proclama ya la gloria de los
nazarenos en sus capirotes. Cordón umbilical para que
continúe la vida de la mejor Sevilla. En las taquillas de
sombra y hierros antiguos del Paseo Colón, los tacos de
entradas alquilan balconcillos de sol para un casamiento que
se va a hacer entre Sevilla y la luz de oro y seda de una
primavera de clarines. Cordón umbilical que nutre ritos,
liturgias, glorias, armonías.
Los rincones secretos de las clausuras, los naranjos en
flor, los corrales de coplas, los mármoles romanos, los
azulejos de riadas, la flor blanca de las acacias negras, el
azul Carretería de la jacaranda, ¿qué son, sino el cordón de
este bendito ombligo de la mejor Sevilla que nos da vida,
mientras los hermanos de la Esperanza, trianeando,
trianeando, cantan la salve marinera a esa Divina Giganta
Sedente que nos dice en la plata de su baldaquino que aquí
todos podemos sentirnos como reyes?
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