Decidle
al señor alcalde, decidle al corregidor, como
en las «Coplas de Luis Candelas» de León y
Quiroga, que este artículo hasta quizá lleve
en su encabezamiento una invisible póliza de
tres pesetas, de las antiguas, y está escrito
en papel de barba. Se trata en realidad de una
instancia dirigida a la superioridad en tiempo
y forma, de un pliego mediante el cual el
abajo firmante se suma a la justa, equitativa
y saludable petición para que una rotonda de
Los Remedios, en la avenida de República
Argentina, muy cerca de donde vivió en sus
últimos años, lleve el nombre de Juanita
Reina. Mejor que le hubieran puesto su nombre
a una Callejuela sin Salida, como su canción
antológica, alegre como la rosa de su «Capote
de Grana y Oro», aquella tarde que Sevilla se
puso toda amarilla, porque por Gelves venía el
río teñío con sangre de los Ortega. O mejor
que le hubieran puesto Cinco Farolas dedicadas
a Juana, cinco luces encendías que el tiempo
transcurrido desde su muerte no ha apagado,
sino que le ha puesto reverberos de gloria en
su memoria. Pero después de todo, no está mal
una rotonda para la voz rotunda de Juana
Reina.
Méritos tiene
Doña Juana Reina más que sobrados para una
rotonda y para medio callejero. En vida, tras
un triunfo en el viejo Teatro Alvarez
Quintero, dije de ella que era como nuestra
Montserrat Caballé, con abanico, peina y
volantes. Era cuando cantaba la letra de
Rafael de León con música de Juan Solano: «De
las de peina y volantes/qué pocas vamos
quedando...» Y menos que vamos a quedar,
queridas Loli y Tere Reina, como Sevilla siga
siendo tan desagradecida con los que se
pasaron la vida con su nombre en los labios.
«Sevilla en los labios» se titula un libro de
Joaquín Romero Murube. Cada vez que lo veo así
escrito me acuerdo de los grandes de la
canción, de lo que en los años 40 y 50 se
llamaba aún cuplé y ahora le han puesto de
mote lo de copla. Sevilla no se le cayó nunca
de los labios a Rafael de León, y la ciudad le
negó el título de Hijo Predilecto que lo
hubiera hecho feliz. Sevilla, siendo
chipionera, no se le cayó de los labios a
Rocío Jurado, y sólo tras su muerte fue
rotulado su auditorio de La Cartuja con su
nombre. Y el nombre sagrado de Sevilla y de su
barrio de la Macarena no se le cayó nunca de
los labios a la gran artista de la calle
Parra. Es más: en la edad de oro de los
grandes espectáculos folklóricos de la
canción, Juanita Reina era Sevilla, como lo
era Gracia de Triana, como lo era Paquita
Rico, como lo era Estrellita Castro, como lo
era Antoñita Moreno. Pero de todas las
sevillanas, la más sevillana era la macarena
Juana. Lola Flores era Jerez, Concha Piquer
era España. Y Juana era Sevilla.
La instancia que
elevo al alcalde, reflejo de los pliegos de
firmas que circulan por ahí, está avalada por
todo un paisaje de canciones con Sevilla como
fondo. Firma la instancia Paca Mora, que va a
caballo entre los toros de su divisa. La firma
Carmen de España, que no maneja el cuchillo ni
a la hora de comer. Como la firma Dolores, ay,
mi Dolores, Dolores la Golondrina. Y Lola la
Piconera firma la instancia, y conforme va
firmando va derramando la primavera en el
recuerdo de la voz de Juanita, que era reina
de la canción desde la R hasta la A, y el que
quiera de amores saber, que se vaya del Puerto
a Jerez, a la vela, a la vela, a la vé, Jerez
y Sanlúcar, que esto sí que es canela y
azúcar, esto sí que es canela y azúcar, la
evocación de toda una obra musical que el
tiempo no ha borrado, de una veredita verde
que no cría hierba, alumbrada por sus cinco
farolas.
Suele comentarse
la que habría liado Francia si hubiera tenido
nada más que la mitad del cuarto de la tercera
parte de estas nuestras grandes artistas. Nada
digo de las que hubiera liado Cataluña si
Juana Reina hubiera nacido en Barcelona (lo
que gracias a Dios no lo permitió su Madre, la
Esperanza). Juana, como era Sevilla y de
Sevilla, tuvo que pagar el IVA: el Impuesto
por Vivir en Andalucía y no estar en Madrid
pintando la mona, impuesto que se paga en
olvidos y en injusticias. Así que decidle al
señor alcalde, decidle al corregidor que
pongan pronto en los carteles de las calles de
Sevilla un nombre, que yo lo quiero mirar:
Juanita Reina y olé, Juanita Reina y olá.