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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Instancia sobre Juanita Reina

Decidle al señor alcalde, decidle al corregidor, como en las «Coplas de Luis Candelas» de León y Quiroga, que este artículo hasta quizá lleve en su encabezamiento una invisible póliza de tres pesetas, de las antiguas, y está escrito en papel de barba. Se trata en realidad de una instancia dirigida a la superioridad en tiempo y forma, de un pliego mediante el cual el abajo firmante se suma a la justa, equitativa y saludable petición para que una rotonda de Los Remedios, en la avenida de República Argentina, muy cerca de donde vivió en sus últimos años, lleve el nombre de Juanita Reina. Mejor que le hubieran puesto su nombre a una Callejuela sin Salida, como su canción antológica, alegre como la rosa de su «Capote de Grana y Oro», aquella tarde que Sevilla se puso toda amarilla, porque por Gelves venía el río teñío con sangre de los Ortega. O mejor que le hubieran puesto Cinco Farolas dedicadas a Juana, cinco luces encendías que el tiempo transcurrido desde su muerte no ha apagado, sino que le ha puesto reverberos de gloria en su memoria. Pero después de todo, no está mal una rotonda para la voz rotunda de Juana Reina.
Méritos tiene Doña Juana Reina más que sobrados para una rotonda y para medio callejero. En vida, tras un triunfo en el viejo Teatro Alvarez Quintero, dije de ella que era como nuestra Montserrat Caballé, con abanico, peina y volantes. Era cuando cantaba la letra de Rafael de León con música de Juan Solano: «De las de peina y volantes/qué pocas vamos quedando...» Y menos que vamos a quedar, queridas Loli y Tere Reina, como Sevilla siga siendo tan desagradecida con los que se pasaron la vida con su nombre en los labios. «Sevilla en los labios» se titula un libro de Joaquín Romero Murube. Cada vez que lo veo así escrito me acuerdo de los grandes de la canción, de lo que en los años 40 y 50 se llamaba aún cuplé y ahora le han puesto de mote lo de copla. Sevilla no se le cayó nunca de los labios a Rafael de León, y la ciudad le negó el título de Hijo Predilecto que lo hubiera hecho feliz. Sevilla, siendo chipionera, no se le cayó de los labios a Rocío Jurado, y sólo tras su muerte fue rotulado su auditorio de La Cartuja con su nombre. Y el nombre sagrado de Sevilla y de su barrio de la Macarena no se le cayó nunca de los labios a la gran artista de la calle Parra. Es más: en la edad de oro de los grandes espectáculos folklóricos de la canción, Juanita Reina era Sevilla, como lo era Gracia de Triana, como lo era Paquita Rico, como lo era Estrellita Castro, como lo era Antoñita Moreno. Pero de todas las sevillanas, la más sevillana era la macarena Juana. Lola Flores era Jerez, Concha Piquer era España. Y Juana era Sevilla.
La instancia que elevo al alcalde, reflejo de los pliegos de firmas que circulan por ahí, está avalada por todo un paisaje de canciones con Sevilla como fondo. Firma la instancia Paca Mora, que va a caballo entre los toros de su divisa. La firma Carmen de España, que no maneja el cuchillo ni a la hora de comer. Como la firma Dolores, ay, mi Dolores, Dolores la Golondrina. Y Lola la Piconera firma la instancia, y conforme va firmando va derramando la primavera en el recuerdo de la voz de Juanita, que era reina de la canción desde la R hasta la A, y el que quiera de amores saber, que se vaya del Puerto a Jerez, a la vela, a la vela, a la vé, Jerez y Sanlúcar, que esto sí que es canela y azúcar, esto sí que es canela y azúcar, la evocación de toda una obra musical que el tiempo no ha borrado, de una veredita verde que no cría hierba, alumbrada por sus cinco farolas.
Suele comentarse la que habría liado Francia si hubiera tenido nada más que la mitad del cuarto de la tercera parte de estas nuestras grandes artistas. Nada digo de las que hubiera liado Cataluña si Juana Reina hubiera nacido en Barcelona (lo que gracias a Dios no lo permitió su Madre, la Esperanza). Juana, como era Sevilla y de Sevilla, tuvo que pagar el IVA: el Impuesto por Vivir en Andalucía y no estar en Madrid pintando la mona, impuesto que se paga en olvidos y en injusticias. Así que decidle al señor alcalde, decidle al corregidor que pongan pronto en los carteles de las calles de Sevilla un nombre, que yo lo quiero mirar: Juanita Reina y olé, Juanita Reina y olá.

 

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