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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


¿Por qué no te callas en Sevilla?

EL Rey, que es hermano de Pasión, como su augusta madre, desde que lo apuntó el capellán real don José Sebastián y Bandarán, tenía que venir más a Sevilla. No digo yo que tanto como su egregio abuelo, Don Alfonso XIII, que le gustaba tanto Sevilla que hasta lo multaban por cortar rosas en el Parque. Don Alfonso XIII se pasaba en Sevilla las primaveras enteras. Trasladaba aquí la Corte. Tanto le gustaba Sevilla que un año, al comienzo de su reinado, hasta hizo que los armaos de la Centuria fueran al Alcázar. Los alabarderos les presentaron armas y rindieron honores, y Don Alfonso XIII les dio luego un desayunazo tal, que, vamos, convirtió el Alcázar en mercado de La Encarnación.
No digo yo tampoco que el Rey vaya a venir tanto por Sevilla como su augusta madre, que no se perdía nunca a su Curro Romero en la plaza del Arenal, y que estaba aquí cada lunes y cada martes. A Doña María la podíamos ver sentada en La Alicantina cuando venía de rezarle a su Virgen de la Merced en El Salvador, tomándose su copita de Solera 1847 y su ensaladilla, que siempre la convidaba Eduardo de León Manjón.
Pero el Rey podía venir, aunque fuera ida y vuelta en el día, en el Ave mismo, para dar aquí en Sevilla su suprema lección cumbre de la Cumbre de Chile: el ya histórico «¿Por qué no te callas?». El Rey debería darle clases particulares al alcalde. Hasta por correspondencia se las podía dar, en plan Universidad a Distancia. Pues gran parte de cuanto está ocurriendo aquí es por culpa de los famosos silencios de Sevilla. Que están muy bien para la plaza de los toros y para la cofradía de los Primitivos Nazarenos, pero muy mal para la diaria gestión de la ciudad. Los que nos callamos en Sevilla somos los que no debemos: los sevillanos. A los sevillanos nos hace falta una buena ración no del «¿Por qué no te callas?», sino del «Habla, pueblo, habla, y no seas tan mamón con tus cobardes silencios».
Bien aprendida por el alcalde la lección del Rey, esto sería la maravilla, sobre todo si la aplica a su socio de gobierno. Llega, un poner, El Cachimba con su plan ciclista dichoso, exigiendo que o se hace el carril-bici o tira de la manta, rompe el pacto y le quita el sillón y el bastón, y el alcalde, entonces, aplica la lección regia, y le dice al tío:
-¿Por qué no te callas?
A los pocos días, insiste con la movilidad de la sostenibilidad de la chuminá de La Carlota y le dice que hay que hacer la locura de un tranvía que vaya del Prado a la Plaza Nueva. Y el alcalde, un señor, viendo el dineral que iba eso a costar y lo absurdo que iba a ser llenar todo el centro de postes gordos y negros de los cables del tranvía, va, se planta y le dice:
-¿Por qué no te callas?
Erre que erre, sigue el tío, y ahora propone que se peatonalice todo el centro:
-¿Por qué no te callas?
Y llega un arquitecto que se cree un genio y dice que en La Encarnación hay que poner unas setas para pitufos gigantes:
-¿Por qué no te callas?
Y así, sucesivamente, con todas las locuras y despilfarros en curso... y las que habrán de venir. ¿Que quieren derribar el Equipo Quirúrgico, que está flamante, para hacer no sé qué despilfarro de alta resolución? Pues se le dice al tío del SAS:
- ¿Por qué no te callas?
¿Que Rajoy viene a Sevilla y Don Zoido, como el problema más urgente, va y le enseña el tradicional banco, ahora no el Banco de Bellavista, sino un banco de azulejos del Parque? Pues el alcalde va y le dice al que sacó más votos que nadie, pero que no pudo ser alcalde por culpa del lamentable pacto con El Cachimba:
-¿Por qué no te callas con las chorradas, y te ocupas de darme por saco con las cosas verdaderamente importantes de Sevilla?
Nada, nada: se impone el «¿Por qué no te callas?». No es ninguna broma literaria. No olviden que en Sevilla estamos a merced de un Hugo Chávez con cachimba.
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