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El Recuadro   

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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Las beduinas del papel de regalo

 
MANTENGO que para que un acontecimiento público tenga en Sevilla un éxito seguro y sin complicaciones, debe reunir cuatro condiciones:
1: Que transcurra en la calle. 2: Que sea de balde. 3: Que tenga forma de cortejo o procesión. 4: Que lleve tambores y cornetas.
Todas las grandes tradiciones y solemnidades de esta Sevilla que vive en, para, por y según la calle reúnen estas condiciones. Basta un breve repaso a la memoria. La Semana Santa, el Corpus, la Virgen de los Reyes, las grandes madrugadas y madrugones de Sevilla, tienen esas condiciones. Como las reúnen las renovadas y emergentes procesiones de gloria. En plena eclosión de la primera modernidad, algo de tanto éxito popular como la Expo del 92, la que salvaron los sevillanos con sus reiteradas y apasionadas visitas y donde aprendimos a guardar cola muy civilizadamente, mientras no inventaron la cabalgata vespertina diaria no quedó redonda. La cabalgata de la Expo era como la del Ateneo, pero sin niños y sin caramelos. Y mucho peor que las cabalgatas de los barrios que mañana por la mañana volverán a llenar de cohetes el cielo, para atemorizado temblor de perros y gatos caseros, y de tambores y cornetas las esquinas, para ilusión de la chiquillería.
Como ven, todo tiene siempre perfiles nuevos en la vieja ciudad. No hay temas agotados. Hay temas considerados con poco ingenio. Siendo hoy la fecha que es, 5 de enero, y habiendo ya escrito ayer mi carta al Mago Rey Don Juan Carlos, que hoy cumple 70 cabalgatas, comprenderán que la ilusión es asunto obligado para quien quiere reflejar cada día con mayor o peor acierto la vida de la ciudad. Por eso yo hoy iba a escribir de la historia de los beduinos. No los del desierto (que les vayan dando), sino de nuestros beduinos de la Cabalgata. De los chavales del macuto en bandolera disfrazados de moros de toda morancanez o con la cara subsaharianamente pintada de negro betún, que se lo pasan pipa repartiendo caramelos, pegando saltos, jugando a un inmenso corro de la patata por las calles de la ciudad soñada por José María Izquierdo.
Está tirado escribir de esos beduinos, cuyos verdaderos orígenes e historia dejo para otra arriada, para otra Cabalgata. Porque hay otras beduinas a las que nadie les ha dedicado ni un suspiro lírico. Las encontré en sitio tan clásico de estas fechas como la planta de juguetería del Cortinglés de Nervión. Comprados (obviamente por orden de SS. MM. de Oriente y ojalá con cargo a su regia tarjeta de crédito) los juguetes de las cartas de los niños, preguntamos dónde los podían envolver para regalo. Nos dijeron:
—Allí al fondo de la planta, junto a los colchones...
Y allí estaban, dentro de un mostrador con forma de cuadrilátero de rollos dorados, cintas adhesivas, floripondios de seda y lazos de fantasía, las beduinas del papel de regalo. Las beduinas de la ilusión. Las jovencísimas dependientas de contrato temporal que no hacían otra cosa que envolver ilusiones en papel dorado o de muñequitos. Como si fuera en la charcutería del súper del barrio, una maquinita te da el número. Ellas lo van cantando:
—¡El 27!
Y con su uniforme negro y su blusa blanca, toman tu Barbie, tu coche de carreras, tu bufanda, tus CD de Bach o tus guantes, y en un plis, plas te envuelven una ilusión «para mayores y pequeñitos», como decía Pepe Iglesias «El Zorro». Si mañana por la mañana, junto a los balcones abiertos por donde entraron los Reyes, están esos paquetes llenos de cariño de padres, de tíos, de abuelos, de novias, de esposas, con sus metálicas envueltas, con sus dibujos de muñequitos, con sus lazos y floripondios, y podemos rasgar una impaciencia, será porque estas beduinas del papel dorado, con la ilusión de su primer trabajo, de su primer contrato temporal, han estado las pobres echando el bofe, hartitas de liar tanto paquete. Yo ahora, beduinas del papel dorado con contrato temporal, me quiero pintar la cara de Rey Negro y en el humilde papel del periódico os quiero envolver el regalo que os merecéis: un trabajo fijo, por lo bien que os habéis portado con la ilusión de tantos padres, de tantos novios, de tantos abuelos, de tantas madres, de tantos niños.
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