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El Recuadro   

 El fútbol será sin goles

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El clásico calado de Sevilla

 
ASEGURAN que la frase que repiten las camisetas de las tiendas turísticas de Hernando Colón donde venden los delantales de faralaes, «la lluvia en Sevilla es una maravilla», sale en el original del musical «My Fair Lady». Es una leyenda urbana. Ya sabe usted: a las mentiras gordas, a los embustes, a los bulos, ahora se les llama leyendas urbanas, que queda más fino. ¿Por qué no leyendas rurales? Ah, porque las rurales son leyendas de campo, y tienen más mercado las mentiras de granja, las urbanas. Bulos de recebo, no mentiras ibéricas de bellota de montanera.
En «My Fair Lady», el musical de Broadway basado en el «Pygmalion» de Bernard Shaw, no sale por ningún lado Sevilla, y mucho menos la lluvia. Entre otras cosas porque aquí en Sevilla nunca ha habido más Shaw que el joyero de la Plaza Nueva. El lema de las camisetas turísticas es la adaptación española de una frase del musical, cuando Eliza aprende a pronunciar bien inglés: «The rain in Spain stays mainly in the plain». Una cosa es «the rain in Spain» y otra muy distinta la lluvia en Sevilla. La lluvia en Sevilla es una maravilla... pero de recurso ripioso de «Sevilla, blonda y mantilla», al alcance de cualquier poetastro. La lluvia en Sevilla es una maravilla como la melva en Huelva, la ensalada en Granada o la sangría en Almería: un ripiazo.
La lluvia en Sevilla no es ninguna maravilla porque nunca llueve cuando tiene que llover y, en cambio, caen chuzos de punta en los momentos más inoportunos. Los de la guasa de las cabañuelas y las predicciones de los americanos ya están fastidiándonos los sueños al asegurar que vamos a tener una Semana Santa de agua. Todo el año más seco que un bacalao de Barea y para una vez que llueve, ¡hala!, se moja El Cachorro. Ojalá todo eso sea incierto, y el Cristo de la Expiración llegue este año por lo menos hasta el monumento de Pastora Imperio, que hace siglos que no pasa de La Magdalena. ¡Qué puntería con el almanaque la mala leche de la lluvia en Sevilla, qué maravilla ni qué niño muerto! Llueve cuando no tiene que llover: en Semana Santa. Y en los toros sin farolillos. Farolillos que en cuanto los colocan en la Feria, ¡agua va!, y, hala, a reponerlos se ha dicho.
Pero hay otra lluvia en Sevilla que no sale en la versión española de «My Fair Lady», que no deja a las cofradías dentro, que no encharca el pisoplaza del Arenal y que no empapocha los farolillos de la Feria. Es una lluvia fina, inmaterial, un chirimiri psicológico. Moja tanto, que cala. Cala a la gente. Cuanto más sol hace, más relucen los calados de Sevilla. ¿Que quiénes son los calados? ¿Los que se fueron sin paraguas a ver El Cachorro por el puente? No. ¿Los que acudieron sin chubasquero a la de Cebada Gago en la preferia? No. ¿Los que van a la caseta el segundo día de Feria sin impermeable? No. Los calados no tienen nada que ver con la lluvia. Los calados de Sevilla sí que son una maravilla. Son los figurones, los pintamonas, los aprovechados, los pescueceros, los trincones, los mangantes, los mala gente, los cobardones, los agradadores interesados, los ojanetosos, los que, más falsos que los duros de Cobián, se quedan durante un tiempo con la gente, y salen en todos los periódicos, y hacen pronta fama y fortuna, y aparecen retratados, y vienen y van, y los invitan, y los llevan, y los traen, y pasan por ricos, por simpáticos, por estupendas personas. Pero que como son como son, por mucho que finjan, como la ciudad es vieja y sabia, la gente acaba calándolos. Y en muy poco tiempo. Yo los he visto ascender como globo que se escapa de las manos de un niño el Domingo de Ramos. Y los he visto inmediatamente caer, como cayó el Imperio Romano: ¡pum!, qué alivio. Sevilla es tan lista que llega un momento en que el eventualmente prestigioso, el oficialmente buena persona, el popularmente generoso, se deja caer en toda su bajeza, en toda su avaricia, en toda su maldad. Y alguien entonces dice:
— Ay, titi, te calé...
Sin que llueva, ya está calado. Ea, vete con tus mulas toas, que te hemos calado, so falso. Yo podría hacerles ahora un Censo de Calados en la política, en la empresa, en la sociedad, en la cultura, en todos los rangos de la vida pública. Pero como usted los tiene tan calados como yo, si toma papel y lápiz le saldrá la lista mucho mejor que a mí.
 
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