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El Recuadro   

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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


A Curro le sale la Academia

 
HABLANDO de los andares toreros de Julio Pérez Vito, dije que existe hace mucho tiempo la Real Academia del Toreo Según Sevilla. La de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría no me ha dejado por embustero, al elegir como académico de honor al que ya era, y por tres veces, excelentísimo señor: al excelentísimo señor don Francisco Romero López. Curro Romero era ya excelentísimo como Medalla de Oro de las Bellas Artes, como Medalla de Andalucía y como Hijo Adoptivo de Sevilla.
—Pues entonces ha echado usted mal las cuentas. En tal caso Curro es ya excelentísimo por seis veces. Por esas tres que usted dice, las del protocolo, y por otras tres más que yo digo: las del paladar. Curro es excelentísimo desde que debutó con caballos en Sevilla hace ya más de cincuenta años, cortando las orejas de «Radiador» de Benítez Cubero. Y ni le cuento del día de los seis toros de Urquijo, o del toro de Garzón en Madrid, o de la goyesca de Antequera, o del rabo de Jerez, o del arte que tuvo hasta para irse en silencio en la plaza de carros de La Algaba. En silencio, como las cofradías serias. Curro siempre ha sido lo más serio y hondo que se despacha en el toreo. Así que si usted dice que Curro era ya excelentísimo por esto, por lo otro y por lo de más allá, yo le digo que era excelentísimo con el capote, excelentísimo con la muleta y excelentísimo con su forma de ser y de entender la vida y el toreo, con su jondura.
—Cuidado, que está usted dando su discurso de ingreso en la Academia y que va usted a mandar a Curro a los albañiles. Vamos, a los albañiles académicos, que son los que han puesto aquello de dulce con el sacado de brillo que le ha hecho a Santa Isabel de Hungría la tocaya de la titular de la Real Academia, Isabel de León, su presidenta.
—A Curro no hay Metrovacesa ni Dolmen que lo mande a los albañiles en nada, ni jugando al dominó. Porque Curro ha sido Academia pura siempre. ¿No hay ahora toreros de escuela de Tauromaquia? Pues Curro, sin ir a más escuela que a la del capote de Salomón Vargas en el campo de fútbol de Camas, que era el capote de Curro Puya, que era el capote de Chicuelo, es una Academia de las Bellas Artes en sí mismo. ¿No tienen secciones las Academias de Bellas Artes, que si Sección de Música, que si de Escultura, que si de Pintura? Curro tiene todas esas secciones juntas en cuanto abre el capotito, que es el capote de Gracián: «Lo bueno, si breve, dos veces bueno». ¿Hay algo más académico que la proporción áurea de los cuatro lambreazos con el capote y de los veinte muletazos? Curro dando una trincherilla de las suyas es una pintura. Curro no da muletazos: pinta carteles de toros, que no es lo mismo. Y de ellos tenía que haber aprendido por cierto su amigo Barceló, en vez de pintar un pinchito de toro sobre un fondo de flan chino El Mandarín. En cuanto a escultura, hubo un futuro colega académico de don Francisco, Sebastián Santos, que lo supo ver y lo llevó al bronce. El desplante que le dio Curro a «Flautino» de Gabriel Rojas después de cuajarle aquella faena, no era un desplante: era una escultura. Solamente le faltaba el bronce. Y como Sebastián Santos lo sabía, por aquello del paladar que le he dicho, pues le puso el bronce que le faltaba, y ahí lo tiene usted, en la escultura del monumento del final de la calle del Áncora, con medio Japón y todos los autobuses del Inserso haciéndose fotos delante. En cuanto a la música, como los buenos poemas de Rafael de León, las faenas de Curro llevaban la música dentro. El difunto Pepín Tristán no hacía más que sacar la melodía de aquel ritmo interior que cada faena tenía. Entre Curro y la banda de Tejera, maridaje tan perfecto como Curro y Sevilla, hacían verdad el verso de aquel gran poeta aficionado que era Gerardo Diego: «Escultura de música en el tiempo». Eso era el toreo de Curro en la fugacidad del tiempo. Y en la eternidad del recuerdo.
—Pues ahora que está usted evocando todo ese arte, me está dando el mismo repeluco que cuando Curro echaba la pata alante y las manos abajo...
—Porque llevaba ya dentro una Academia enterita. Curro no ha entrado en la Academia, eso es mentira: a Curro ahora le ha salido la Academia que siempre llevó dentro. Porque fueron todas las Bellas Artes las que entraron en el cuerpo genial de Curro Romero el mismo día que Doña Andrea lo parió Faraón. Y junto a Tartessos, que tampoco es mal sitio.
 
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