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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Vuelve la Rampla del Salvador

 
CON todos mis respetos literarios para Antonio Machado, el hermano del bueno y sevillano, de Manuel, se ve que al poeta se lo llevaron del huerto y el limonero de la Casa de las Dueñas de niño, porque con Sevilla, coplas de Don Guido aparte, se le fue bastante la pinza, como dicen los chavales. Primero, con el Señor de la Salud. Se hizo un lío con el Cristo de los Gitanos en la saeta que la gente cree ya que es de Serrat. Lo confundió con el de los Estudiantes: «Siempre con sangre en las manos/siempre por desenclavar». Que Machado pusiera al Cristo de los Gitanos con sangre en las manos y por desenclavar es como esos locutores de Madrid que en Semana Santa hablan de «la Macarena de Triana». Ha tenido que venir Manuel Loreto para poner las cosas en su sitio, y en su flamenquísima interpretación de la saeta machadiana con música de Serrat, pone a ese Cristo como hay que ponerlo: como el Nazareno Gitano que es, con la Cruz al hombro.
Y si eso le ocurrió a Machado con Los Gitanos, ni te cuento su lesa sevillanía en cuestión de almanaque cofradiero y de las fechas que faltan para los días del gozo. Lo digo por su famoso poemilla:
La primavera ha venido
nadie sabe cómo ha sido.
«Eso será en Soria, don Antonio», digo yo, como le responden al Maestro Araujo en el anuncio de «Currito, dale al botoncito». Aquí en Sevilla no solamente sabemos cómo la primavera ha venido, sino que en cuanto pasa la última carroza de la Cabalgata la estamos viendo llegar, en los días de los quinarios. Y todo el mundo sabe cómo ha sido: por esta luz nueva de los días más largos, la luz del gozo de las vísperas. La primavera ha venido porque en la Alcaicería y en la calle Herbolario abren unas líricas flores de cartón que nada más que crecen en Sevilla: los capirotes de los nazarenos. La primavera ha venido porque en los periódicos vienen los anuncios que dicen que hay que renovar el abono. Pero no el abono de las macetas, sino de las sillas en La Campana y de la plaza de los toros. Y el sevillano sabe, sobre todo, que la primavera ha venido porque los carpinteros empiezan a montar la Rampla del Salvador. Sí, ya sé que se escribe «rampa». Pero eso es donde no se sabe cómo llega la primavera y donde creen que el Señor de los Gitanos es un Crucificado, no un Nazareno con mucho arte. En Sevilla se pronuncia y se escribe Rampla. Que no hay más que una, como la madre que se encontró en la calle Pepe Pinto, cuando le cantaba una saeta precisamente al Cristo de los Gitanos en su bar de La Campana, donde ahora tiene una administración de loterías su nieta.
Y este año, además, será facilísimo saber cómo y cuándo y por qué y para qué ha llegado la primavera. Porque, restaurado El Salvador, de nuevo abierto no sé si más al público que al culto (que ésa es otra), volveremos a tener Rampla. Ahora es cuando de verdad el sevillano se va a dar cuenta de que han restaurado El Salvador. No cuando han abierto la maravilla que logró la sociedad civil, tras el toque a rebato que dio Joaquín Moeckel, la sabia y entregada tarea del difunto Don Juan Garrido y el apoquine general de empresas, instituciones y particulares. El sevillano sabrá de los nuevos esplendores del Salvador cuando vea al primer carpintero martilleando la Rampla para que vuelvan Pasión y El Amor, con La Borriquita por delante. Y de todas las importantísimas restauraciones que allí se han realizado, ni el retablo mayor, ni la Virgen de la Antigua, ni el San Cristóbal: la más popular será la Rampla. Que su propietaria, la Hermandad del Amor, la del maestro carpintero Manuel Casana que la fizo, también ha restaurado y me han dicho que ha puesto tan de dulce como toda la antigua Colegiata. Ahora, ahora es cuando de verdad van a sonar bien los zapatos nuevos de los chiquillos el Domingo de Ramos, correteando por la Rampla. Para el almanaque sentimental de la ciudad, doy la claridad con fecha: el 16 de febrero, ya mismito, la Hermandad del Amor tendrá puesta la Rampla.
Y lo más bonito es que no habrá ningún político para hacerse la foto, cortar la cinta y proclamar el secreto a voces: «Queda oficialmente inaugurada la primavera».
 
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