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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El Calentero de la Macarena

 
SOSTUVE con Manuel Díez Crespo, aquel gran poeta y prosista de los olvidados sevillanos de la Generación del 27, cuando la pluma más guasona del barrio de la Alfalfa mantenía en ABC su sección «Diván meridional», la más insólita de las polémicas literarias que ha habido en Sevilla: cuáles son los mejores calentitos. Díez Crespo, que salía de mercedario en Pasión, con el fotógrafo Luis Arenas y con servidor formaba la que llamamos Universidad Pontificia de Triana, que acudía al puente cada atardecer de Viernes Santo a ver pasar al Cachorro desde la barandilla que da a Chapina, mientras el expirante Divino Trianero se recortaba en el azul del cielo que durante la eterna fugacidad de unos segundos ganábamos. Jesús Martín Cartaya debe de tener en el Museo de Sevilla de los carretes de su máquina una foto de la Universidad Pontificia de Triana, donde el Cristo de la Expiración nos dictaba cada año su lección magistral con un verso de Aquilino Duque: «Así mueren los Hombres...».
A Manolito Diez Crespo y a mí nos unían comunes devociones literarias, el amor a la tierra y, sobre todo, la guasa de Sevilla. Una vez sonó el teléfono en casa, lo descolgó Isabel y me avisó diciéndome:
—Debe de ser Díez Crespo, porque dice que te llama Regaera el de la Murga...
Y no con esa guasa de pito de caña, sino con hondura de verdad de Sevilla, aun uniéndonos comunes amores y devociones, teníamos grandes diferencias en materia filosófica, literaria y artística. Pero juntas y en dos variantes: de rueda o de papas. Llevábamos la misma Sevilla en la masa de la sangre, pero nunca nos pusimos de acuerdo cuando tal masa era masa frita en un perol con aceite del olivo de Minerva. Hablo de los calentitos. Con lo amigos que éramos, manteníamos irreconciliables posturas en observancias calenteras. Manolo, de La Alfalfa, tiraba más hacia los calentitos del Arco de la Macarena. Yo, de la calle Bayona, tiraba más hacia los calentitos del Arco del Postigo. García de Vinuesa, aquel primer Alcalde Palanqueta, el que tiró las murallas, dejó en pie los dos Arcos yo creo que mayormente para que ambos pudiéramos hacer literatura acerca de nuestros respectivos puestos de calientes.
Que eran los clásicos de la Sevilla amurallada. En cada puerta de Sevilla había una capillita con una devoción mariana, una cartelera de toros y un puesto de calentitos. En los dos Arcos supervivientes no sólo quedaron esos invariantes castizos de la puertas de Sevilla, sino su sublimación. Anda que las capillas que hay junto a cada Arco son una tontería... En la Macarena, la basílica de la Esperanza. En el Postigo, la Pura y Limpia, en los cien gramos de Catedral mejor despachados. Y en cuanto a las calenterías, ni te cuento. En el Postigo, Ana Goyguru, la de mis calentitos de plata. Y en la Macarena, en el puesto de la esquina de la calle Andueza, José Alfonso Gallego el calentero. Como en disputas dinásticas por el trono de la calentería, yo era juanista, de Juana Goyguru, y Díez Crespo, alfonsino, de José Alfonso Gallego. Yo decía que los mejores calentitos de Sevilla eran los de Juana; Díez Crespo defendía la supremacía que los que freía José Alfonso Gallego en la esquina de la calle Andueza, cabe el Arco, que yo creo que le puso el puesto el mismísimo Julio César, cuando cercó Sevilla de muros y torres altas.
Y en tales disputas estábamos, cuando Manolito Díez Crespo se nos fue al eterno grupo «Mediodía» del Café Nacional del cielo, y cuando también se nos fue Juana Goyguru, con sus zarcillos de coral negro, su blanco delantal, su moño bajo y sus calentitos de plata. Ahora, ay, se nos acaba de ir también José Alfonso, a quien la familia le ha puesto en la esquela mortuoria su título de grandeza de Sevilla: «El Calentero de la Macarena». Óle. Ya en el cielo los dos, Juana y José, Díez Crespo, con un papelón de calentitos de la Macarena y otro del Postigo, se los habrá dado a probar a su Señor de Pasión, que le habrá dicho: «¡Qué disputas más tontas os traéis Burgos y tú, Manolito! ¿Tú no ves que esto de los calentitos de Sevilla es lo mismo que lo de mi Madre, que La que está junto al puesto del Arco del Postigo es la misma que La que está junto al puesto del Arco de la Macarena?». Que traducido resulta: dos prodigios distintos para el mismo paraíso calentero de Sevilla, junto a la misma Madre de Dios.
Antonio Burgos: "Calentitos de plata"
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