ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Tres metáforas de toros y Liga

Estamos en el último tercio de la Liga y en el calentamiento por la banda de San Isidro. Tiempo de meditación de las metáforas taurinas que nos ofrece la realidad en escritura automática. He aquí tres, pero podrían ser como los años que tiene Cádiz: tres mil.

Las verdades de Anguita.— Habla como Juan de Dios Ramírez Heredia, el eurodiputado de la etnia gitana, o como el cardenal Amigo Vallejo. Una cosa así. ¿Ha estado Anguita en el seminario? Los que tal hablan pasaron por un seminario y se les quedó un acento de Conferencia Episcopal que no se puede aguantar, Rouco Varela total. Anguita, superviviente del infarto y de la caída del muro de Berlín, que estaba bastante tapadito tras el burladero, vuelve para predicar (y coger trigo). Aparece donde mismito sale Pajares con Chonchi, Conchi, Monchi y el que corta los tronchis: en una tele de famosos con tomate. Será por la parte del tomate que tiene Anguita, más de lo famoso que es. Y se explaya sobre el capitalismo, que para eso lo llevan. Y le invitan a que comente fotos de personajes. En una le ponen a Curro Romero. Y va y dice el gachó, chispa más o menos, apunta nene: «Ah, sí, éste es Curro Romero. Que conste que yo no soy aficionado a los toros y que apenas voy, pero este hombre tiene mucho valor, aunque digan que tiene mucho miedo. Puedo asegurar que no. Una vez que fui a una plaza toreaba él, y cogió, cruzó el ruedo y se puso de rodillas ante los chiqueros, para recibir el toro a portagayola». Pues mire usted, don Julio Anguita González: como biógrafo de Romero que soy, le digo a usted que la última vez que se arrodilló Curro calculo yo que fue cuando recibió la primera comunión en Camas. Curro será lo que sea, pero en su vida jamás ha hecho dos cosas: torear un Miura e irse a hacer la temeraria tontería de la larga cambiada doblemente genuflexo a la puerta de chiqueros, de la que a los dos minutos todo el mundo se ha olvidado. Y no como los lambreazos que pegaba con el capote, que todavía duran y aún los estamos recordando. Así que señor Anguita: que digo yo que como todo lo que larga usted por esa boquita sobre el capitalismo sea igual de verdad que lo que dice sobre Curro, aviados vamos...

Dejadme solo.— La frase es clásica. Quizá tan falsa como la portagayola de Curro. No la suelen decir los toreros, pero la gente asegura que sí. No seré yo quien lo desmienta. Los toreros no tienen que decir «dejadme solo» porque en cuanto suena el tararí del último tercio, cogen los avíos y brindan, los banderilleros saben que tienen que taparse, sin que se lo ordene el matador. «El maestro», como ahora llaman a todos, cuando hay muchos que no llegan ni a aprendices. El que creo yo que sí ha pronunciado el «dejadme solo» en el ruedo ibérico de la oposición es una figura del toreo, tararí: Mariano Rajoy. La sombra del ciprés es alargada, dijo Delibes, y la sombra de Rajoy es ninguna, digo yo. La desbandada de los italianos en Guadalajara, cuando les dijeron «¡a la bayoneta!», entendieron «¡a la camioneta!» y salieron tajelando, es nada al lado de la estampía de dirigentes de valía en el PP. Como Rajoy le dijo a Pizarro lo de «dejadme solo», los demás le han respondido: «Pues nada, hijo, ahí te quedas tú solito, ahí tienes enterito para ti tu PP de tu alma, cómetelo con patatas o con Soraya, como quieras». Es la taurina explicación a la espantá de esa cuadrilla del arte que formaban Zaplana, Acebes y un tercero suelto que también se irá de un momento a otro.

Si no hay Cibeles, nos vamos.— ¿Y la tontería de que unos tíos como castillos, ricos potricos, podridos de millones, se dediquen a jugar a la conga de Jalisco alrededor de la Cibeles a las mismas tantas porque han ganado la Liga, y haya cien mil criaturas viéndolos hacer payasadas? También ganó las elecciones ZP, y no por ello se dedicó a hacer el gamberro en torno a la fuente, envuelto en la bandera de León. Es un consuelo que los que ganan las elecciones no tengan que ir a hacer el cretino a la Cibeles, porque por las trazas que lleva esto, Rajoy no iba a saber llegar ni con un GPS y tres cherpas del Himalaya, mientras que Zapatero iba a tener que plantar allí una tienda de campaña, a pie de obra, porque no es que se haya cargado el consenso de la Transición del difunto Calvo Sotelo, ahora tan elogiado: es que ha instaurado un régimen.

 

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