ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El Puerto ya no es el Muelle

VA a haber que empezar a leer los periódicos con diccionario. El otro día me topé con un titular que decía: «El Puerto dice que desconoce por qué el Guadalquivir baja más turbio». Y pensé para mis adentros:

—Naturalmente que El Puerto de Santa María desconoce por qué el río baja tan turbio. ¡Cuidado que ir a preguntarle a El Puerto por el Guadalquivir! Hombre, si le preguntaran por el Guadalete, todavía... Pero tú vas, le preguntas a El Puerto de Santa María por qué baja turbio el Guadalquivir, y va y te dice: «¿Y a mí qué carajo me importa cómo coño baje el Guadalquivir, joé?»

Para mi perplejidad la cosa no quedó ahí. Ayer, con unas letras así de gordas, otra vez la leña con tomate de El Puerto. Otro titular con guasa: «Ni abogados ni jueces quieren ir al Puerto a trabajar». Y volví a pensar:

—Claro que no quieren ir a trabajar a El Puerto de Santa María. ¡Con lo caro que se ha puesto el peaje de la autopista, cualquiera se va a trabajar a El Puerto! Hombre, al que tenga un chalecito o un apartamento en Vistahermosa quizá le compense, porque se queda allí a dormir de lunes a viernes. Pero esto de tener que meterse todos los días en carretera para ir a trabajar a El Puerto es una pejiguera para jueces y abogados. ¡Con razón dice Pacheco que la Justicia es un cachondeo! ¡Pues no que la quieren llevar a El Puerto, como si no hubiera terrenos en Sevilla!

Pero seguí leyendo, con diccionario, claro, y vi que no era que quisieran hacer a los jueces y abogados Hijos Adoptivos de Bética de Autopistas, que ahora se ha puesto el mote de Aumar. Hablaban de la Ciudad de la Justicia. Y el Puerto en cuestión no era El Puerto de Santa María, sino lo que en Sevilla toda la vida de Dios, precisamente para evitar este equívoco, ha sido el Muelle. No, mire usted: la Ciudad de la Justicia no la quieren poner en El Puerto, que está una jartá lejos, sino en el Muelle, que está más cerca.

El Muelle era como Sevilla le llamaba a la utilización comercial y navegadora de las márgenes del río, cuando el Guadalquivir era una fuente de riqueza y no una inflada burocracia donde colocar paniaguados y donde gastar el dinero que no entra por la esclusa, al no venir los barcos. Lo del Muelle, los grandes proyectos del Muelle, los pedazos de rejas costosísimas que le han puesto al Muelle a lo largo de la Avenida de la Raza (ahora «Las Razas», en honor de la Raza Equina, la Raza Bovina y la Raza Canina) es gastarse el dinero en algo que está más muerto que Isla Mágica, que ya es decir. Como el Mar Muerto, el Río Muerto. Cuando el Gobierno no le echaba tanto cuento al Muelle, Sevilla le echaba cuenta, porque vivía de él. Daba gloria ver el Muelle lleno de barcos cargando naranjas para Inglaterra, y aceite para Italia, y bocoyes de aceitunas para Estados Unidos. O el Muelle de los petroleros junto a la Venta Abao, con los de la Campsa, que todos empezaban por «Cam»: «Campoamor», «Campamento». O, casi al pie de la plaza de los toros, los barcos pesqueros de Barreras («Catoira, Vigo» en la matrícula) cargando nieve en sus bodegas. Y el Correo de Canarias, y esos vapores de Suardiaz, de Ybarra, de Pinillos dejando dinerales, y esas oficinas de los consignatarios de buques repartiendo oro por el Arenal. (Hasta las cofradías le deben mucho al Muelle: de él salieron los grandes capataces y en él trabajaban los grandes peones de sus cuadrillas.)

Ahora, de momento, hay que empezar preguntando dónde está el Muelle. El Muelle es esa pena que te entra cuando pasas por el Puente de las Delicias y lo ves vacío, y no hay atracados más que remolcadores cruzados de brazos, esperando unos buques que no llegan. Al Muelle no le queda ni el nombre. Le han puesto ese mote de Puerto, cuando Puerto Perico tiene más actividad. Pasa aquí ya como en Cádiz, donde un embarcado guiri llegó a la estación, subió a un taxi y dijo que lo llevaran al Puerto. Y el taxista cogió y, cruzando el Puente Carranza, lo llevó hasta El Puerto de Santa María. Y cuando el guiri armó la bronca, porque no estaba allí su barco, más que el vaporcito, el «Adriano III», el taxista le dijo:

—Habérmelo dicho antes. Usted no quería ir al Puerto. Usted lo que quería era ir al Muelle, joé...

 

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