ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Mi manifiesto por la Lengua

ESTE artículo es en realidad una firma. Una rúbrica de adhesión al Manifiesto por la Lengua Común. Movido no sólo por las voces de alarma que sobre nuestro idioma han dado notables creadores y pensadores, o mis admirados académicos don Francisco Rodríguez Adrados o don Gregorio Salvador, sino por alguien más cercano y a quien me debo con mayor deuda: por Isabel mi mujer. Todas las mañanas, mientras desayunamos entre gatos y periódicos, leyendo las ilustres firmas de adhesión, Isabel me acompaña el café con una ración de rabitos de pasas:

—¿Te has adherido ya al Manifiesto por la Lengua?

Así, desde hace una semana, una mañana y otra. Y le respondo siempre igual: que mañana sin falta voy a hacerlo, «para lo mismo repetir mañana». Hasta que ayer, paseando con ella al atardecer por las orillas andaluzas de la mar atlántica llamadas de antiguo Playas de Castilla, me encontré con un letrero del Gobierno que es el que, más que sus reiteradas recordaciones, mueve mi urgencia para sumar mi voz a las que gritan para defender la supervivencia de nuestro tesoro común de la lengua.

Es un letrero que, igual que los americanos plantaron su bandera en Iwo Jima, acaban de poner como señal de victoria gubernamental en la playa de Matalascañas. Como para señalar que hasta allí, cerca de Doñana, donde veranean gratis total los sucesivos presidentes, han llegado las vanguardias de la modernidad y del progreso. Iba plácidamente paseando por la playa, con el sol a punto de depositar su moneda de oro en la alcancía del horizonte, cuando me di de cara con el espantoso letrero del Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino. Con unas letras así de grandes, aunque esté feo señalar, decía algo enigmático:

«Sostenibilidad de la Costa y del Mar».

¡Toma castañas! ¿Pero qué es esto, Dios mío de mi alma, de la Sostenibilidad de la Costa y del Mar? ¿Que el mar se está hundiendo, y tenemos que sostenerlo en brazos los veraneantes, como en la vieja copla de campanilleros iba San Cristóbal con el Niño Jesús? ¿O es ese «sostener» mantener económicamente la costa y el mar, que la han puesto de peaje y que para bajar a la playa hay que pagar entrada? Porque sostener de sostén, de lencería fina, de sujetador femenino, vamos, con tanta dominga al aire playero no creo yo que sea.

Pero seguí leyendo y allí fue donde me persuadí, si convencido no estuviera, de la urgente necesidad de la defensa de nuestra lengua. No en Cataluña y en las Vascongadas solamente, que también. Al castellano hay que defenderlo muy especialmente en Castilla la Nueva, en Castilla la Vieja y en esta Castilla la Novísima que es Andalucía. Defenderlo de los progres cretinos, de los Ministerios de Igual Da, del libro de estilo de los periódicos, de los contenidos curriculares, del Ripalda de la Inquisición de lo políticamente correcto. Porque ¿saben qué resulta que anunciaba el enigmático cartelón de la «Sostenibilidad de la Costa y del Mar»? ¡Pues que van a hacer obras en el paseo marítimo de Matalascañas, joé! Sí, como estamos en tiempos de crisis y hay que ahorrar, se van a gastar 3 millones de euros en la sostenibilidad dichosa: el cartelón lo pone.

Cuando en los venideros fines de semana las hordas y las turbas, igual que en «Los Duros Antiguos», pongan la playa igual que una feria, las masas votantes del PSOE, ¿entenderán qué puñetas es la Sostenibilidad? Para ellos, como si lo hubieran puesto en catalán, «Sostenibilitat», o en vascuence «Sostenibikoa». Estamos llegando a un punto de degradación del español con esta jerigonza progre que pronto habrá que escuchar a los políticos con auriculares de traducción simultánea e ir por la calle con diccionario. ¿Qué más da que obliguen a hablar en catalán, en gallego o en vascuence por ahí, o que me digan aquí «visibilidad lésbica», «conciliación docente-laboral» o «inferiorización de la mujer», si en el fondo es lo mismo, desprecio del castellano?

Y como estaba en las viejas Playas de Castilla, pensé que peor que la inmersión lingüística en los otros idiomas peninsulares son estas obligatorias y ridículas ahogadillas que a cada hora nos dan con la depravación de nuestro hermoso castellano, hecho jerigonza ininteligible y lengua iniciática de los imbéciles.

 

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