ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La Sevilla del mueble-bar

EL hallazgo no es mío. Aquí no somos ladrones de oído, sí, los que oyen una idea ajena brillante, les encanta y por el procedimiento del tirón se apoderan de ella y la repiten como propia. En Sevilla hay mucho ladrón de oído. Como si no hubiera rateros, nacionales y de importación, los que nos faltaban eran los ladrones de oído. Entre los que gracias a Dios no me cuento.

Por lo cual reconozco que el hallazgo no es mío, que se le ha ocurrido a don Julio Domínguez Arjona en su diario virtual de «La Sevilla que no vemos». Tras la colocación de la esculturas de Dalí.

—Que vaya usted a saber si son de Dalí o no son de Dalí, con la de falsificaciones que se han hecho de Dalí, que yo creo que tenía falsos hasta los bigotes y su surrealismo de plastilina y de cobro revertido.

Pues eso. Tras la colocación de las esculturas de Dalí en El Salvador, junto al Martínez Montañés de Sánchez Cid, en Sevilla se impone la cultura callejera del mueble-bar. Usted habrá oído la comparación popular miles de veces:

—Anda, que tienes más tonterías que un mueble-bar.

Bueno, pues las calles de Sevilla tienen ya más tonterías que un mueble-bar. La llamada Ciudad de las Personas es la Sevilla del Mueble-Bar. Se las dan de muy modernos, pero más barrocos no pueden ser. Aquí sigue imperando el concepto barroco del miedo al vacío, el «horror vacui» que don José Hernández Díaz nos explicaba en su clase de Historia del Arte. Nos encanta macizarlo y empetarlo todo. Parece que odiamos los horizontes abiertos, los espacios libres. ¿Usted ha visto la Enramadilla? Cuando quitaron (en buena hora) las vías del tren, aquello daba gloria verlo. Venías por La Borbolla y se aparecía ante ti la belleza de la silueta de la iglesia de San Bernardo, con su cúpula y su torre que, vamos, hasta casi veías a mi admirado y respetado don José Álvarez Allende el párroco, con su sotana como Dios manda. Esa visión maravillosa de cielo sambernardino duró tres días. Ya entre La Borbolla y San Bernardo se interponen los bloques de Nicolás Osuna, hala, que cada día levantan uno nuevo, a pesar de la crisis. Y sin movernos de La Enramadilla, tirando hacia lo que los sevillanos antiguos llamaban Las Carolinas, donde está Económicas, quedaba hasta hace unos días libre a la vista la Pirotecnia, con su interesante torre racionalista del reloj. Que si quieres arroz o fabada magnífica del Bar Asturias, que está allí: ya han macizado todo aquello, y han levantado un mamotreto al uso junto al antiguo pabellón del coronel, que lo tapa todo.

Y no sólo nos gusta macizar solares. Llenamos de tonterías los espacios urbanos, las plazas y calles. Con lo bonita que estaba la Plaza del Salvador una vez que le han devuelto su apariencia antigua de salón romántico, tal como la ha dejado mi amigo Marchena (Manolo, de ésta te echan ya del partido directamente...) Con lo bonita que estaba, van y me la llenan de tonterías dalinianas, en la estética del mueble-bar. ¿Modernidad? ¡Por aquí! Barroco puro y duro: «horror vacui». Como hubo barroco horror al vacío cuando se reinauguró la Plaza Nueva y la llenaron de esculturas de señores con el mandado fuera, obras de un tal Igor No Sé Qué, conocidísimo en su casa a la hora de comer.

Y ni te cuento de la Plaza de la Pescadería, con la falla infantil de Clara Campoamor. O de La Alfalfa, con las calesitas postmodernas de colorines para los niños. Como tampoco te hablo del Paseo Colón, todo un homenaje al mueble-bar, donde el monumento que no es de Lladró (como el de Pepe Luis Vázquez, que se ha demostrado que es de Lladró) es de las Muñequitas de Marín en tamaño XL, como se ha demostrado que es el caballo de la madre del Rey.

—No, es el caballo de cartón que antiguamente tenía el fotógrafo del babi y del cubito en los Jardines de Murillo, que lo han vaciado en bronce.

En resumen, mueble-bar. Vamos, que a tantas tonterías lo único que les falta es el pañito de croché debajo. El alcalde ha puesto en El Salvador un Cristo de Dalí pancimartelevisó. Pero le falta debajo el pañito de croché, Marchena, a ver si se lo ponéis.

 

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