ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Los tunantes tuneantes

EL lenguaje da muchas sorpresas. Las palabras, como las escopetas, las carga el diablo. Quién le iba a decir al primero que usó el neologismo «tunear» que iba a acertar de tal manera con la condición de los que, andando los años, iban a conjugarlo con dinero público. Sabrán lo que era originariamente «tunear», castellanización del verbo inglés «tune», que significa «afinar». Tunear es modificar la mecánica, la carrocería, los asientos, el motor, el chasis o las tonterías del mueble-bar del salpicadero de un coche por razones de rendimiento, de estética y, sobre todo, de que el dueño pueda presumir tela. Hasta hay concursos de tuneo, que se dice en inglés «tuning», donde pueden verse horteradas como un Seiscientos travestido poco menos que de Rolls Royce, a base de mejorarlo con tonterías de toda clase. Echándole dinero, tú coges un Ford Fiesta y lo pones que ni un Lexus. ¿Será por presumir?

Pero ni el «tuning» en inglés ni el tuneo en castellano encontraron su verdadera raíz semántica española hasta que llegó el jardinero Benach con su coche tuneado y hasta que vino el galleguiño Touriño con el tuneíño de su cocheciño fantastiquiño, aparte del despacho que ahora se ha hecho, como una novela de Savater: donde pueden correr caballos. Porque en este punto, oh maravilla, el lenguaje español, en su aparente traición, en su evidente peligro de las palabras mortalmente cargadas de sentido, hizo explosión en toda su grandeza. No hay que recurrir al inglés. Lo que hacen estos tíos mangones con los coches o con los despachos viene en el Diccionario de la Real Academia.

Dicen que esos coches y que esos despachos los han tuneado. ¿Y usted sabe, en buen castellano, qué significa «tunear»? Pues exactamente lo que hacen Benach y Touriño con su dinero y con el mío. Dice el DRAE que tunear es «hacer vida de tuno o pícaro». ¿En quién estarían pensando los académicos cuando redactaron esta entrada? Parecen adivinos más que académicos, porque estos dos tíos mangones se dedican a eso, a hacer vida de pícaros. En su vida se han visto en otra: no hay nada más peligroso que un pobre harto de sopa que, llegado al techo máximo de su incompetencia, se pone a tirar el dinero y es que no para hasta que se acaba, y cuando se termina, pide un crédito extraordinario con cargo a los presupuestos del año que viene.

Proclamo, pues, solemnemente, apoyado por los máximos argumentos de la lengua española, que tanto Benach como Touriño no son tuneantes, sino unos tunantes, que no es lo mismo. En andaluz a estos tipos se les llama con una palabra preciosa, «tunela», tal como documenta Alcalá Venceslada en su «Vocabulario andaluz»: «Este chiquillo es un tunela». Pues este chiquillo que habla gallego y este chiquillo que habla catalán, en andaluz son dos pedazos de tunelas que menos mal que están en las regiones periféricas, porque si llegan a andar por Madrid, capaces son de coger el Congreso de los Diputados y, tuneando o tunanteando, convertirlo en el mismísimo Partenón, llevándose las columnas a su casa.

Los tuneantes tunantes tienen una extensa bibliografía popular. En 1973, Agustín González «El Chimenea» y Antonio Torres sacaron en el Carnaval de Cádiz una chirigota que estaba dedicada monográficamente a estos andovas. Se titulaba «Los tunos tunantes». Y de estribillo llevaba un trabalenguas que parece que El Chimenea lo escribió pensando en Benach y en Touriño. Decía así: «Muchos vivatis del cuenterati/que sin doblati pasan la vía,/yo me acordati de sus castatis/que tienen muchos duros ahorratis,/¿de qué?/¡de practicar la tunantería!». En el Carnaval de la realidad hemos sacado la chirigota «Los tunantes tuneantes». Que no se dedican sólo a practicar la tunantería en coches y despachos oficiales. Hay en Puerto Real un alcalde de IU, Barroso, un majara, que quiere tunear al mismo Rey, y ponerlo poco menos que en un mixto entre Luis Roldán y Espartaco Santoni. ¿Y saben por qué? De coraje: porque no puede tunear el nombre de su pueblo. En parte lo comprendo. Tiene que ser terrible el vivati del cuenterati de ir de republicano rabioso por la vida y ser alcalde de un pueblo que se llama precisamente Puerto Real. No Puerto Republicano, no: Puerto... Real, ¡tus castatis todatis!

EL lenguaje da muchas sorpresas. Las palabras, como las escopetas, las carga el diablo. Quién le iba a decir al primero que usó el neologismo «tunear» que iba a acertar de tal manera con la condición de los que, andando los años, iban a conjugarlo con dinero público. Sabrán lo que era originariamente «tunear», castellanización del verbo inglés «tune», que significa «afinar». Tunear es modificar la mecánica, la carrocería, los asientos, el motor, el chasis o las tonterías del mueble-bar del salpicadero de un coche por razones de rendimiento, de estética y, sobre todo, de que el dueño pueda presumir tela. Hasta hay concursos de tuneo, que se dice en inglés «tuning», donde pueden verse horteradas como un Seiscientos travestido poco menos que de Rolls Royce, a base de mejorarlo con tonterías de toda clase. Echándole dinero, tú coges un Ford Fiesta y lo pones que ni un Lexus. ¿Será por presumir?

Pero ni el «tuning» en inglés ni el tuneo en castellano encontraron su verdadera raíz semántica española hasta que llegó el jardinero Benach con su coche tuneado y hasta que vino el galleguiño Touriño con el tuneíño de su cocheciño fantastiquiño, aparte del despacho que ahora se ha hecho, como una novela de Savater: donde pueden correr caballos. Porque en este punto, oh maravilla, el lenguaje español, en su aparente traición, en su evidente peligro de las palabras mortalmente cargadas de sentido, hizo explosión en toda su grandeza. No hay que recurrir al inglés. Lo que hacen estos tíos mangones con los coches o con los despachos viene en el Diccionario de la Real Academia.

Dicen que esos coches y que esos despachos los han tuneado. ¿Y usted sabe, en buen castellano, qué significa «tunear»? Pues exactamente lo que hacen Benach y Touriño con su dinero y con el mío. Dice el DRAE que tunear es «hacer vida de tuno o pícaro». ¿En quién estarían pensando los académicos cuando redactaron esta entrada? Parecen adivinos más que académicos, porque estos dos tíos mangones se dedican a eso, a hacer vida de pícaros. En su vida se han visto en otra: no hay nada más peligroso que un pobre harto de sopa que, llegado al techo máximo de su incompetencia, se pone a tirar el dinero y es que no para hasta que se acaba, y cuando se termina, pide un crédito extraordinario con cargo a los presupuestos del año que viene.

Proclamo, pues, solemnemente, apoyado por los máximos argumentos de la lengua española, que tanto Benach como Touriño no son tuneantes, sino unos tunantes, que no es lo mismo. En andaluz a estos tipos se les llama con una palabra preciosa, «tunela», tal como documenta Alcalá Venceslada en su «Vocabulario andaluz»: «Este chiquillo es un tunela». Pues este chiquillo que habla gallego y este chiquillo que habla catalán, en andaluz son dos pedazos de tunelas que menos mal que están en las regiones periféricas, porque si llegan a andar por Madrid, capaces son de coger el Congreso de los Diputados y, tuneando o tunanteando, convertirlo en el mismísimo Partenón, llevándose las columnas a su casa.

Los tuneantes tunantes tienen una extensa bibliografía popular. En 1973, Agustín González «El Chimenea» y Antonio Torres sacaron en el Carnaval de Cádiz una chirigota que estaba dedicada monográficamente a estos andovas. Se titulaba «Los tunos tunantes». Y de estribillo llevaba un trabalenguas que parece que El Chimenea lo escribió pensando en Benach y en Touriño. Decía así: «Muchos vivatis del cuenterati/que sin doblati pasan la vía,/yo me acordati de sus castatis/que tienen muchos duros ahorratis,/¿de qué?/¡de practicar la tunantería!». En el Carnaval de la realidad hemos sacado la chirigota «Los tunantes tuneantes». Que no se dedican sólo a practicar la tunantería en coches y despachos oficiales. Hay en Puerto Real un alcalde de IU, Barroso, un majara, que quiere tunear al mismo Rey, y ponerlo poco menos que en un mixto entre Luis Roldán y Espartaco Santoni. ¿Y saben por qué? De coraje: porque no puede tunear el nombre de su pueblo. En parte lo comprendo. Tiene que ser terrible el vivati del cuenterati de ir de republicano rabioso por la vida y ser alcalde de un pueblo que se llama precisamente Puerto Real. No Puerto Republicano, no: Puerto... Real, ¡tus castatis todatis!

 

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