ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Los señores feudales del Alcázar

EL Alcázar no siempre fue de los sevillanos. Ahora, por ejemplo, no es de los sevillanos, sino del Ayuntamiento, que es una cosa muy distinta. Se ha instalado allí con mando en plaza en nombre del Ayuntamiento un tío que se ha creído que aquello es suyo y que es más que Almotamid y Don Pedro el Cruel juntos, y de momento ha hecho que dimita don José María Cabeza, quien ha dado un recital de dignidad y vergüenza, insólito en esta Sevilla tragona, cobardona y trincona. Cabeza, que es arquitecto técnico y tiene un prestigioso currículum en materia de conservación del patrimonio histórico-artístico, no sólo ha dimitido como director del Alcázar, sino como funcionario municipal, ¡lo harto que estaría del nuevo señor feudal!

Y en la ciudad tragona, cobardona y trincona donde todo el mundo calla, donde las madres dicen a sus hijos que no se signifiquen y nadie llama a las cosas por su nombre, José María Cabeza, tras ponerlos sobre la mesa (que rima) y dimitir con toda dignidad, ha dicho que el Ayuntamiento tiene al Alcázar como su botín. No se sabe de qué guerra. Bueno, sí, de la larga guerra de la demagogia. El Alcázar no siempre fue de los sevillanos. El Real Alcázar, como su mismo nombre indica, era del Rey. Cuando se proclamó la República, lo que más preocupó al Ayuntamiento fue quitarle al Rey su palacio en Sevilla. Cosa que se hizo con toda la demagogia del momento. La conquista del Alcázar fue una toma del palacio de invierno a la sevillana. Entonces el Ayuntamiento puso de conservador a un ilustre arabista, a Alfonso Lasso de la Vega. Tantas ínfulas gastaba este Alfonso, igual que el de ahora, como si el Alcázar fuera suyo, que la guasa sevillana le puso un mote: Alfonso Catorce. Pues después de Alfonso XIII, el Alcázar era el palacio de Alfonso XIV Lasso de la Vega.

Si ahora hubiera esa guasa, al tío que se ha quedado con el Alcázar como botín, al que quería ponerle el sevillanísimo nombre de Indalecio Prieto a la Plaza de la Alianza, al que le ha hecho la vida imposible al dignísimo José María Cabeza, la gente le llamaría de mote Juan Carlos Segundo. Menos se cree Don Juan Carlos I que el Alcázar es suyo (que lo es) que el que ha colocado allí el Ayuntamiento como manijero del cortijo demagógico, y que ha convertido el palacio real más antiguo de Occidente en un inmenso salón de actos, en un simple recurso turístico, en una oficina revanchista de la Memoria Histórica y en una especie de Villa Luisa con mocárabes, donde, si pasas por taquilla, lo mismo puedes presentar un coche que celebrar la convención de incentivos de una compañía de seguros. El Alcázar, en manos de sus nuevos señores feudales, no es sólo el palacio real más antiguo, sino el más degradado de Occidente.

Y como José María Cabeza no se prestaba a este juego, ni a las mangas y capirotes de los que tienen el Alcázar como si fuera su cortijo o, lo que es peor, su chalé, pues pasó lo de siempre: entre el político interino insaciable y el funcionario de carrera con plaza en propiedad que no traga, el poder se queda con el suyo y manda al funcionario a paseo (Catalina de Ribera, naturalmente). En el Alcázar, el poder político siempre está persiguiendo conservadores independientes y libres. Toman al Alcázar como venganza. Igual que al advenimiento de la República el principal problema de Sevilla era que el Alcázar fuese del Rey, al advenimiento de la democracia en 1975 el principal problema era que Rafael Manzano fuese conservador del Alcázar. Hasta que no se cargaron a Manzano, no pararon. Como ahora hasta que han hartado de coles a Cabeza. No quieren a nadie que sepa, que tenga ideas propias, sentimientos de respeto por el monumento. Quieren palmeros y agradadores.

Aquí se habla mucho de Romero Murube como conservador del Alcázar. Pero ¿cuánto les hubiera durado Romero Murube como conservador a estos nuevos señores feudales del Alcázar? Joaquín, que no se callaba en la Sevilla tragona y cobardona, hubiera dicho como su dignísimo sucesor José María Cabeza: «Ea, señores, ya estoy yo en mi casa». Porque el Alcázar, evidentemente, ni es la casa del Rey ni la de todos los sevillanos. Es el castillo de los saraos de los nuevos señores feudales que tanto presumen de democracia.

 

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