ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Pido un gato para la Casa Blanca

Y a ser posible negro, como Obama. Los gatos negros son los más desgraciados, despreciados y perseguidos, por su fama de cenizos. Pido un gato negro en la Casa Blanca como prueba del 9 de que es verdad cuanto dice la ola de obamanía que nos invade. Que levante la mano el que no haya dicho la palabra «histórico» referida al triunfo de Morenito de Chicago en las elecciones americanas. Según los obamaníacos, en el mundo hay un antes y un después del triunfo de Morenito de Chicago.

—¿Y por qué le dice usted Morenito de Chicago?

—¿No le llamaba el toreo Morenito de Maracay al otro? ¿Por qué no hemos de llamarle de Chicago a éste, si no tiene nada que ver con Maracay?

Dicen que nada va a ser igual que antes. En el mundo, en la política americana y en la Casa Blanca. En el mundo, no sé. En la política americana, lo ignoro. Ahora que ¿quién ha dicho que todo va a ser distinto en la Casa Blanca? En la Casa Blanca todo va de momento exactamente igual: ya están buscando perro. Hasta ahora, cada cuatro años, los americanos elegían a un señor para que con su mujer y sus niños fuesen los inquilinos de la Casa Blanca.

—O sea, que los americanos, más que presidente, lo que eligen es a uno que no tenga que pagar casa, ni luz, ni agua, ni teléfono, ni gas, ni gastos de comunidad.

Efectivigüonder. Y el elegido, a su vez, elige un perro. Yo creo que cada cuatro años los americanos, más que presidente, eligen perro para la Casa Blanca. Desde tiempo inmemorial ha habido allí perro fijo de plantilla. Se recuerdan ahora perros famosos, como el Buddy de Clinton o el Checkers de Nixon. Perros demócratas o perros republicanos, pero siempre perros. Quizá por el consejo de Truman, citadísimo en estos días: «Si quieres tener un amigo en Washington, cómprate un perro». Perros que ocasionaron hasta escándalos, como ha recordado José Antonio Gómez Marín, que sabe de perros más que yo de gatos y ha evocado que a Franklin D. Roosevelt le armaron la del tigre, no la del perro, cuando mandó un barco de guerra a Alaska en busca de su perrita Fala, que se había quedado olvidada allí tras un viaje oficial. No sé cómo Roosevelt no dimitió. No por despilfarrar el dinero al zapatérico modo, mandando un barco de guerra a Alaska, con lo lejos que está Alaska, sino por olvidarse de la perra, descuido imperdonable en quien de verdad ame a los animales.

Los servicios de documentación han sacado listas completísimas de presidenciales perros de la Casa Blanca, desde el temible King Tu de Hebert Hoover, al Liberty de Ford, al Rex de Reagan o al estelar y mediático Barney de Bush. Se ve que Bush está haciendo las maletas porque otros años por estas fechas visitabas el sitio de Internet de la Casa Blanca en www.whitehouse.gov y estaba ya allí colgado el anual vídeo navideño del simpatiquísimo perro Barney, ora con el gorro de Papá Noel, ora poniendo en el árbol de Navidad regalos para todos los asesores presidenciales del Ala Oeste, ora jugando al balón sobre la nieve de los jardines. A Barney lo han tirado como un perro del portal cibernético de la Casa Blanca y no hay derecho. Espero que alguna productora le ofrezca un contrato sustancioso para anunciar la Primitiva como Pancho y se vaya, como él, al dorado retiro de Beverly Hills.

Pero si Obama de verdad es la leche y nada va a ser ya igual en Estados Unidos, no tendría que estar buscando perro, como ha dicho, y más cuando a su hija Malia le dan alergia los chuchos. Con la zapatérica demagogia que lo caracteriza, Morenito de Chicago ha dicho que va a recoger un chucho callejero sin raza conocida. Pero perro al fin y al cabo. Hombre, si de verdad quiere cambiar el curso de la Historia, que empiece por ahí, y que en vez de perro, como todos sus antecesores, se lleve a la Casa Blanca un pedazo de gato, que es el animal más libre y más independiente de la creación. Seguro que el Tío Tom tenía en su cabaña un gato. Porque hasta que no vea un gato en la Casa Blanca no creeré en el pregonado cambio de Morenito de Chicago. Todo lo que no sea un gato maravilloso, como mi litergato Remo o sus colegas Romulito y Romano, es cuestión de los mismos perros con los mismísimos collares. Después de tanto «yes, we can» me gustaría oír a los Obama diciendo: «Yes: we, cat».

 

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