ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Qué poquito currela Sevilla

La maldición bíblica del trabajo es menor si se la camufla con un cafelito a media mañana: ganarás el pan con el sudor de tu frente, pero por lo menos de 10 a 11 te quitarás de enmedio para el desayuno, para leer el periódico y para comentar cómo quedó el Betis. No contaba Dios con que a su maldición le iban a hacer bastante mella los convenios colectivos. La media hora de bocadillo es una forma como otra cualquiera de contravenir los designios divinos. Por bastante menos que por media hora de bocadillo, por cinco minutitos de manzana, expulsó Dios del paraíso a Adán, el primer currelante que se tomó un alivio en la dura tarea de doblarla.

También se puede escurrir el bulto de la maldición divina siendo cuñado de profesión o miembro del Consejo Asesor de algo, algunas de las más bonitas formas que hay de no doblarla en esta ciudad que le cogió las vueltas al Creador y le puso desodorante al sudor de la frente transpirado por el trabajo, pues al último informe del profesor Ferraro para la Cámara de Comercio me remito. Hace unos años se puso de moda aquella preguntita que decía, con las del beri: «¿Diseñas o trabajas?» Según mis experiencias en el lenguaje, habría que cambiarla por otra: «¿Curras o currelas?» Que aunque parezca lo mismo, no es lo mismo.

Yo he venido defendiendo que no es lo mismo currar que currelar. Y que, por las mismas, un currante no es lo mismo que un currelante. «Currar», en el habla andaluza, tan influida por gitanismos y germanías, es engañar, timar, aprovecharse de alguien, obtener ganancias con malas artes. El que curra de este modo es un currante, también llamado, y más extendidamente, curraor. Se puede ser curraor de copas, como aquel gorrón que no había forma de que obtuviera la convidada en la tertulia de cazadores, por lo que roneó de haber dado a un pájaro perdiz un tiro en todo el bebe:

—¿Qué bebe?

—¡Tinto con agua!

También se puede ser curraor de viejas, a los que en Europa y especialmente en París de la Francia son tan cursis que les llaman yigolós.

Otra cosa bien distinta que currar, y hasta antagónica, es «currelar», que es gitano puro, romaní por los cuatro costados, con ese característico sufijo -elar, primo hermano de tajelar (correr) o de naquerar (hablar). Currelar es trabajar, doblarla, meter el hombro, como aquel que había estado descargando un camión de cemento en el muelle, cobró, se fue a Casa Morales, se puso a gustito, y cuando volvió a su casa, le dijo la parienta:

—¡Hay que ver cómo hueles a vino!

—¿Y a cemento no huelo, hija mía, y a cemento no huelo?

El que currela o descarga barcos es un currelante, y la actividad a la que se dedica es el currelo, que es lo que cada día falta más en Sevilla. Como en una Babel, ha habido una completa confusión de lenguas, y ya no sabemos qué es currelar (trabajar) ni qué currar (engañar). Hasta aquí abajo, donde siempre hemos hablado con tanta propiedad, se ha impuesto el currante por currelante, el currar por currelar y el curro por el currelo.

¿Por los diccionarios pregunta usted? Los diccionarios no se enteran, y consagran el error. Hasta para la edición de bolsillo del Diccionario de la Academia currar es trabajar, y, además, ni siquiera incluye el verbo currelar. Yo no sé lo que ha pasado, que currar ha desplazado al clásico currelar. O sí que lo sé, pero no me resisto a pensarlo. Esto es otra de las consecuencias de la Andalucía de la subvención. Se ha tomado el currelo como curro, el trabajo como engaño. Hasta la llegada de la presente crisis, el que de verdad ganaba el dinero como tierra era el que curraba: curraba contratos, curraba subvenciones, curraba fondos reservados, no el que currelaba tela marinera del telón de sol a sol por el salario mínimo. De modo que hay que cambiar aquella pregunta clásica del «¿trabajas o diseñas?» por el «¿curras o currelas?» ¿Qué puede esperarse de una nación donde al trabajo, en germanía coloquial, lo llamamos como si fuera una forma de engaño, como una inmensa factura falsa? En Sevilla, de momento, las estadísticas de los estudios más científicos acaban de demostrar que se curra más que se currela. El 40 por ciento de la población activa es que ni la dobla.

 

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