ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


"Ya hablaré yo con su jefe"

Sevilla es la Ciudad de las Cosas Inútiles. Tenemos, por ejemplo, el Tranvía Inútil, que va desde ningún sitio a ninguna parte, mamarrachada tragamillones que ahora se lleva el dinero de la Policía Municipal y de los Bomberos. Tenemos la Biblioteca Universitaria Inútil, que se ha cargado El Prado. Tenemos las Ordenanzas Inútiles, como la última sobre Gorrillas. Aquí todo está más reglamentado que en Alemania. Que se cumplan o no los reglamentos es otra cuestión. Está regulada la colocación de veladores en la vía pública, pero el Tabernero del Régimen los pone donde le da la gana y los cambia de sitio según la cancioncilla infantil: «A atajar la calle/que no pase nadie». Está reglamentada la construcción en el casco histórico. Usted no puede poner un cerramiento de aluminio en el viejo lavadero que hay en su azotea; pero Cajasol, ese nuevo poder fáctico que manda tela en Sevilla sin pasar por las urnas, como mandan sin pasar por las urnas el Consejo de Cofradías o la Maestranza... Pero Cajasol, decía, en esta ciudad donde para mover un ladrillo en el casco antiguo tienes que echar más papeles que los fondos del Archivo de Indias, va a levantar el Rascacielos Inútil, vulgo Torre Pelli, que es un pelli...zco horroroso a la línea de horizonte, un desafío a la Giralda y una ofensa a los vecinos que tienen una obrita de nada parada por el Ayuntamiento desde hace la tira de años.

Y como las ordenanzas de preservación del conjunto monumental de Sevilla también forman parte de la Ciudad de las Cosas Inútiles, la asociación Icomos y la Unesco han puesto la cordura que aquí falta, y quieren parar la Torre Pelli. Lo que con muy buen criterio ha secundado el delegado provincial de Cultura, Bernardo Bueno, pues sabrán que la Junta tiene la competencia en estas materias de Patrimonio y Bellas Artes. Pero en la Ciudad de las Cosas Inútiles también es inútil que la Junta quiera aplicar la ley o su delegado en la calle Castelar (lagarto, lagarto, donde estaba la Falange) la negativa de la Unesco, que dice que no hace falta ninguna que al cielo de Sevilla le rasque nada un rascacielos.

Punto en el cual ha salido el sustrato dictatorial que no nos hemos quitado de encima, a pesar de la de años que llevamos de democracia en esta ciudad que llenaba las calles y se rompía las manos aplaudiendo cada vez que llegaba Franco. ¿Sabe usted qué es lo más franquista que queda en Sevilla? Pues ni las esquelas mortuorias por el Caudillo en el 20-N, ni las misas por José Antonio Primo de Rivera, tercer marqués de Estella. Lo más franquista que queda en Sevilla es lo que se le ha escapado al muy democrático alcalde, cuando Bernardo Bueno ha dicho que nones al rascacielos de Cajasol con la camisa nueva que tú bordaste en rojo ayer. El alcalde ha dicho, impasible el ademán:

—Ya hablaré yo con su jefe.

Esto no se atrevía a decirlo Utrera Molina. Ni el alcalde Juan Fernández. Esto es lo más franquista que se despacha. Y eso que le ha faltado ligar con el de pecho, haber añadido:

—No sabe usted con quién está hablando.

La verdad es que ese dictatorial «ya hablaré yo con su jefe» no sé a usted, pero a mí me ha amargado el día de ayer, que fue 20-N. Escuchas esa frase, compendio de soberbia antidemocrática y de ejercicio dictatorial del poder, y te parece que el exhibicionista juez Garzón no ha constatado nada, y que Franco, horror, sigue todavía vivo. O peor. En tiempos de Franco, eso de «ya hablaré yo con su jefe» no se atrevían a decirlo desde el Ayuntamiento a los barandas de Falange que estaban en la calle Castelar, en el mismo edificio por cierto donde ahora tiene su despacho Bernardo Bueno. Hay que pegarse pellizcos para ver si estamos de verdad en el 2008, en plena democracia, o si aún es 1975 y es la oprobiosa dictadura. Yo me creía que aquella Sevilla del «ya hablaré yo con su jefe» había pasado gozosamente a la Historia. Retorna, en una preocupante resaca del 20-N. En la que me temo lo peor. El jefe en cuestión es Chaves. Y del jefe Chaves, al que el Arquitecto del Régimen le ha vaciado enterito San Telmo para que se haga su palacio derrochando millones, se puede uno esperar lo peor en materia de conservación del patrimonio, en esta Sevilla donde algunas leyes, por lo visto, son tan inútiles como el tranvía.

 

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