ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Los toros, faltos de fuerza

Don Antonio Díaz-Cañabate lo llamaba el planeta de los toros. Si El Caña viviera, no se referiría ya al planeta, sino en el mejor de los casos al satélite artificial de los toros. Así está quedando la Fiesta. La envejeciente Fiesta. Vas a una plaza y ves a muy pocos espectadores con menos de 30 años. Cuando los cines sufrieron el gran embate de la televisión, los empresarios de mi pueblo lanzaron una campaña para recuperar el público perdido: «Sé joven, ve al cine». En los toros parece que rige ese lema, pero al revés: «Sé puretón, ve a los toros». Cuando pones la radio para saber cómo ha quedado ese torero que te interesa, las reseñas suelen repetir un tópico informativo: «Los toros, faltos de fuerza». Bravos y encastados, poquitos. Por muchas vueltas al ruedo que se regalen y por mucho que funcione la tómbola de los indultos, los toros siempre están faltos de fuerza. No sólo me refiero a las reses bravas, sino también a los toros que valoraba Cañabate en su dimensión planetaria. Más que los toros que se caen, los que están faltos de fuerza son los toros, el toreo, la Fiesta, la afición, el negocio, el espectáculo, el rito, la liturgia. Eso sí que tiene menos fuerza que un alcaselzer a los tres minutos de echarlo en un vaso de agua.

Lo digo por dos signos preocupantes, uno en Barcelona, otro en Madrid. El de Barcelona es que los nacionalistas y los montadores de embajadas catalanas en el extranjero para mangazo de correligionarios y trinque de amiguetes quieren prohibir la Fiesta de los toros en aquella comunidad autónoma. Sí, de nación, nada: aquello es tan comunidad autónoma como Navarra. Y que me perdonen los navarros por compararlos con quienes están reuniendo o han reunido ya 50.000 firmas para que el parlamento regional apruebe una ley que prohíba los festejos taurinos en toda Cataluña. ¿Usted había oído esta noticia? ¿A que no? Por eso digo que el toreo, que la Fiesta, sí que está falta de fuerza, de fuerza social, y no los toros que se caen. ¿Usted ha visto que el toreo se levante en armas, que proteste contra este intento de prohibir las corridas en una parte de España? ¿Dónde están las cartas al director? ¿Dónde la opinión de los que arrastran a las masas de aficionados, los que dicen que han venido a salvar el toreo y que de momento sólo han salvado la liquidez de su cuenta corriente?

Pero hay otro segundo signo más preocupante. Ha ocurrido en Madrid. Más concretamente, en La Zarzuela. En un malhadado libro, una señora cuyo nombre no me da la gana de citar, para no hacerle la propaganda, pone en boca de S.M. La Reina fuertes palabras contra la Fiesta. Contra la Fiesta antonomástica de la nación en la que felizmente Doña Sofía es Reina. La Reina de España mete a la Fiesta en un curioso paquete demagógico-ecológico-animalista: «No me gustan las cacerías, ni los safaris, ni las monterías, ni las peleas de gallos, ni las corridas de toros. No me gusta que una persona mate a un animal por diversión». Y a la Tauromaquia de Goya, que le den por saco, añado yo. Y sigue retóricamente S.M.: «¿Hacer sufrir a un toro en una plaza para que el público disfrute y unos pocos hagan negocio?» Ya saben: todos esos toreros a los que los Reyes entregan la medalla de Bellas Artes son unos negociantes desalmados.

Cuando supieron que en el desventurado libro se ponían en boca de la Reina palabras de defensa de valores y principios de nuestra civilización cristiana, las organizaciones de abortistas, homosexuales y defensores de la eutanasia armaron la mundial. La Casa del Rey tuvo que dar inmediatamente un comunicado, templando gaitas. Hablando de temple: ¿usted ha visto que alguien del toreo haya protestado porque la Reina se haya pronunciado así contra la Fiesta? La Casa del Rey no ha tenido que emitir comunicado alguno para acallar las voces del tendido, en sepulcral silencio maestrante. Por eso digo que los toros están faltos de fuerza. Ojalá los aficionados tuvieran la misma fuerza social que abortistas u homosexuales. Cuando Belmonte empezaba, decían que había que darse prisa en verlo, antes que lo matara un toro. Ahora hay que instar a los jóvenes a que se apresuren a ir a una plaza de toros para conocer qué es la Fiesta que entusiasmaba a Picasso, antes que Europa y los ecologistas nos la prohíban. Ante el cobarde silencio del propio toreo, falto de fuerza.

 

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