ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Yo he visto llegar la Cuaresma

Son los prodigios de Sevilla, sorpresas que te da la ciudad. A la que, aunque mujer querida, nunca acabas de conocer, por mucho que te bebas por ella los vientos que señala la palma de la veleta en su torre mayor. Este año, Sevilla me ha dado la oportunidad de ver llegar la Cuaresma. El poeta que nació en el patio del limonero no sabía cómo había llegado la primavera. Yo sí sé cómo ha llegado este tiempo que es como el bando de ceniza que nos anuncia por dónde ha de pasar el cortejo de luz de la primavera. Yo sé cómo ha llegado la Cuaresma. Cómo llega todos los años a Sevilla la Cuaresma.
La traen los seises del Triduo de Carnaval en sus alados pies, cuando bailan en el desagravio antiguo a Su Divina Majestad. Me di cuenta perfectamente este Martes de Carnaval. Luz de adivinación del gozo sobre los naranjos. Cantos de pájaros que buscan los árboles del atardecer. Sonidos como más cercanos y vivos. Qué paradójica es la ciudad. Cuando la Cuaresma aún estaba lejos, la luz era color ceniza. El cielo era color losa de Tarifa de las Gradas de la Catedral. Entonces, después de la Cabalgata, o antes de los crisantemos de noviembre, era cuando la neblina de la mañana parecía imponer una ceniza de copa del brasero sobre la ciudad, a la que el cielo plomizo le decía que un día habría de resucitar en albero de un ruedo recién regado en el Arenal. Pero cuando se acerca el Miércoles de Ceniza, cuando de verdad casi está ya aquí lo que Sevilla siempre espera, ah, paradoja de los duendes de la muralla macarena, ya se ha ido aquella luz de ceniza y ha llegado este dorado brillo de la tarde de los pájaros piando tan cerca, en los naranjos que esperan su primera flor.
Y con esta luz, por todo el mejor cahíz se oyó el anuncio de la llegada de la Cuaresma. Las campanas de la Giralda, cinco de la tarde, cinco y cuarto, cinco y media, anunciaban con tres toques en la tarde que los seises que bailan el triduo de Carnestolendas en la Catedral, como una cuadrilla de ángeles costaleros, traían en volandas a la Cuaresma, sobre los pies, en sus blancas zapatillas, en sus rojos jubones, en la pluma de armao o de alguacil de los toros de sus sombreros. La ciudad estaba sosegada y en calma como correspondía a lo señalado del día. Silenciosa. ¿Por qué ese silencio tan hondo y tan antiguo por la calle Manteros, por la calle de la Mar, por la Alcaicería de la Seda? Para que se oiga la llegada de la Cuaresma en los rituales toques de la Giralda. Que no sé si convocan a baile de seises o a Sevilla con Sevilla misma; a nosotros con nuestros propios recuerdos; a nuestras nostalgias con nuestros recuerdos; a nuestros sueños con la esperanza de que nuestros hijos y nietos seguirán pidiendo la cera de esta luz a los nazarenos de los capirotes que la Puerta Carmona anuncia.
Hasta al tranvía se le había puesto sonido antiguo, de curva de Anchalaferia para entrar por Relator, de bajada del Altozano. Eran unos minutos mágicos. Sentías el latir del tiempo sobre la luz nueva. Evocabas ahora los violines y oboes en las alfombras del altar mayor, el baile de los seises, con sus saltitos de gorriones de las aceras. Y en las mismas calles de tu infancia, hasta adivinabas que el baile ya había terminado, porque estaba asentada la certeza de esta luz cuando la Giralda volvía a repicar, ahora solemne y coral, con todo su campanerío, señalando que el almanaque del gozo estaba bendiciendo a Sevilla con Su Divina Majestad en el mismo ostensorio del Corpus.
Yo he visto llegar la Cuaresma, porque he palpado la cercanía de la luz del gozo. La han traido en sus alados pies los seises del Triduo de Carnaval.
 

 

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