ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Más gente fea

Cuando antes de Semana Santa comentaba la cantidad de gente fea que hay por la calle, cada vez más, me llamó una fiel lectora, de las que te dicen que tendrían que telefonear todos los días, y a las que siempre les respondo lo mismo:

—Hija, pues llámame, porque no sabes el ánimo que me das.

De levantar el ánimo iba precisamente el comentario de esta lectora que me llamó para solidarizarse en el lamento ante esta ola de gente fea y horrorosa que invade Sevilla. Está la señora deprimidilla por asuntos familiares que no vienen al caso y fue a su médico, para que le mandara algo que la animara. La examinó, le ordenó hacerse los análisis que ahora suplen al ojo clínico, y cuando volvió con los resultados de las pruebas, le dijo:

—Usted no tiene nada. Usted lo que tiene que hacer es salir más a la calle, para que vea gente y se anime.

—¿Salir a la calle para animarme?—respondió sorprendida mi lectora—. ¡Pero si por eso no salgo a la calle y estoy medio recluida en casa! Porque salgo, veo tal cantidad de gente horrorosa y con tan poca educación, y eso es lo que más me deprime. ¿Cómo voy a salir, doctor? Si como me ven vestida no bien, sino correctamente, me miran como a un bicho raro. ¿Usted qué quiere? ¿Que me ponga peor viendo tanta gentuza?

Otro lector, médico, que no tiene nada que ver con el de cabecera de la anterior lectora, neurocirujano importante, discípulo preferido de don Pedro Albert, al que no le gusta absolutamente nada salir en los papeles, por lo que no pongo aquí su nombre para que vean que no me lo invento, cuando leyó el artículo sobre la gente fea, me lo resumió todo:

—Te ha faltado poner una cosa, que lo resume todo.

—¿Qué?

—Que el problema es que esa gente tan fea que antes solamente se veía en Matalascañas por el verano es la que se ve ahora ya en Sevilla durante todo el año.

Gente fea y, encima, gorda. Gordísima. Pasados de romana. Tantos años de hamburguesas en el Burger King y tantos pedidos al Telepizza, aparte de los bollicaos, tigretones y nocillas en las merendillas de la lejana infancia, nos traen esta invasión de gordos. Gordos verdaderamente retotollúos. Con traseros enoooooormes. ¿Dónde está el Alcalá de Guadaira que amasa tanto culo panadero como se ve? ¿Dónde la fábrica de Bimbo de tanta panadería cular? Me pasa con estos gordos y gordas que invaden Sevilla como a mi amigo el neurocirujano con Matalascañas: estos traseros como mapamundis de «El dictador» de Chaplin antes sólo los veías en Estados Unidos. La vez primera que fui al Disneylandia de Los Angeles no me sorprendieron las atracciones con los muñequitos de Walt Disney: me quedé atónito ante tal cantidad de gordos y con tal cantidad de culos enooooormes. Y todos además, como ya suele ocurrir aquí, embutidos en un pantalón vaquero. ¡Vamos, como para disimular la retambufa que llevan a popa! José Antonio Gómez Marín, sociólogo práctico, igualmente sorprendido por esta megatraserocracia que padecemos, me comentaba a raíz del artículo:

—No, lo que me inquieta es cómo pueden meter esos culos tan enormes dentro de esos pantalones vaqueros tan estrechos.

Deben de ser los signos de los tiempos. Impera el feísmo en todo. Incluso en las personas. Y en el cine, ni te cuento. Salía el otro día el elenco de actores de una nueva película española que estrenaban con alfombra roja, posando delante del fotocol, sin el menor glamur, feísimos todos, vestidos de zarrapastroso y oro. ¿Y sabe usted lo que parecían, más que un glamuroso elenco de actores? ¡Atracadores en una rueda de reconocimiento!

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