Cuando los esplendores de la Expo 92, de la que ahora se celebra el venturoso cumpleaños del Ave con 48,5 millones de viajeros transportados desde entonces, aquí se tiró el dinero público como tierra. Como si lo regalaran. Más o menos como ahora se ponen los parches contra la crisis. Hala, tres mil millones de euros para colocar por ahí carteles de propaganda con la eñe de España, anunciando que para reactivar la economía y crear empleo, le vamos a poner césped artificial al campo municipal de fulbito. Cuando la Expo del 92 se acabó la longaniza con la que atar perros, en aquella Cultura del Pelotazo que enriqueció a los que aprendieron a ejercer de granujas de la mangoleta y el convoluto en menos de horas veinticuatro, y pasaron directamente de ser mindundis a ir por el mundo de una cosa que llamaban biútiful pípol, y que se caracterizó porque todos acabaron yendo directamente desde La Moraleja o de Sotogrande a Alcalá Meco o a Soto del Real.

Tantos millones gastados inútilmente iban y venían en aquellos esplendores, que no había forma de aforarlos. Se volvía uno loco con las cifras. Y más los que somos de letras. Para evitar la confusión aritmética, me inventé una socorrida unidad monetaria que hizo cierta fortuna: el pellón. Llamábase así en honor del difunto don Jacinto Pellón, el comisario plenipotenciario montañés que González mandó a su tierra para meter en cintura a sus paisanos, convencido de que los andaluces somos una partida de vagos que no damos golpe, a los que no se nos podía dejar solos para hacer la Expo. Don Jacinto Pellón que en gloria esté se hartó de apalear millones y más millones a la mayor gloria del Partido Socialista, y de ahí el bautizo de la unidad de medida del despilfarro público: el pellón. Un pellón eran mil millones de pesetas tirados a la calle. ¡La de pellones que se tiraron en Sevilla! Y en la Olimpiada de Barcelona es que ni te cuento.

Como en el bolero, ya todo aquello pasó, todo quedó en el olvido. El pellón cayó en desuso. La peseta que medía, 1.000 millones a 1.000 millones, ha dejado de circular. Estamos en la mayor de las depresiones. Todos completamente tiesos. Para visualizar tal situación, nos faltaba una unidad de medida. Y, también como en el bolero, Sevilla tuvo que ser. Sevilla, junto a Cádiz, sigue siendo la gran creadora de lenguaje. Entre las dos ciudades que Hércules fundó surgió la voz «pelotazo». Y en Sevilla ha surgido de la propia realidad tiesa como la mojama la nueva medida monetaria. Unidad que nos da idea de lo que debemos y de lo que hemos dejado de ganar, de la caída del Imperio Romano del PIB, del IPC descendiendo a los infiernos y de los parados perdiendo la prestación y hasta la esperanza.

A través de Internet, un sevillano con problemas con su hipoteca ha acuñado la nueva medida monetaria. Es el riñón, que equivale exactamente a 100.000 euros: vende su riñón por 100.000 euros. Sevilla ha pasado del pellón de los 1.000 millones faraónicos de pesetas al riñón del tieso que vende el suyo por 100.000 euros para poder ir tirando. La más dramática medida de la crisis: la gente tiene que vender un riñón para que no lo echen de la casa. Y prueba de que esto del riñón funciona ya como unidad monetaria de la crisis es que precisa y exactamente esa cantidad, un riñón, 100.000 euros, es la que la Fiscalía pide a Tele 5 como indemnización a la hija de su madre que fue a su plató a cobrar por contar embustes sobre el crimen de Marta. Por cierto, si a esa niñata la indemnizan con un riñón, ¿cuántos riñones tendrán que pagarles a los padres de Marta por la utilización tan bajuna y rastrera que han hecho una y otra vez todas las televisiones de las fotos de la muchacha asesinada con el ombligo al aire, presentándola como lo que en absoluto era?