No quiero sembrar alarma, porque es un cultivo no subvencionado por la PAC, por el que no se trinca, y ya saben que lo que no está subvencionado, no se siembra. No quiero sembrar la alarma, pero al final de la Feria del 2009, cuyos últimos cohetazos de los fuegos artificiales acaban de sonar, ya no podemos hacer aquella antigua comparación con el Carnaval de Río de Janeiro. Solía decirse que en Río una concentración de un millón de personas, como el famoso millón de la Feria, producía cada año de 200 muertos para arriba, mientras que aquí, con igual bulla, con igual vino, a lo más que se llegaba era a una bofetada que se escapaba y le daba a alguien. Hombre, sí, ya sé que el apuñalamiento mortal del muchacho de Gines junto al Club Náutico y otras violencias producidas son un hecho aislado, como gusta decir siempre a las autoridades. Hechos aislados, sean carreritas de la Madrugada de Semana Santa o pelea con resultado de muerte en la Madrugada de la Feria. Pero ese hecho aislado evidencia un cambio de formas, hacia la preocupación, de muchas cosas de la Feria. Que la Madrugada de Semana Santa o la noche de la Feria sean de alto riesgo no es alarmismo, sino constatación de un hecho nuevo, que merece por lo menos un debate igual que el de las sillitas chinas tras la Semana Santa, antes que pase a mayores.

Insisto en que no quiero sembrar alarmismo, pero yo he encontrado este año a mucha gente que le ha cogido miedo a ir a la Feria de noche. Tanto, que a la Feria cada vez se va menos por la noche: se queda uno allí hasta la noche, que es una cosa muy distinta. Los raros y caprichosos horarios de la Feria son como los del Cortinglés: de jornada continuada. Se va a la Feria a las 4 de la tarde y, si la cosa está agradable, se queda uno allí hasta las 2 de la madrugada por lo menos. Pero no es aquello de antes de volver a casa de la mañana en la Feria, echarse la siestecita, pegarse la ducha y regresar para la Feria de noche. Los que mayormente van a la Feria de noche, directamente, son los chavales de la botellona, que a este paso serán los dueños de la Feria en cuanto se encienda el alumbrado.

Usted, como yo, los habrá visto a las 8 de la tarde, a las 9 de la noche, por el puente de los Remedios, por la calle Asunción, por los Padres Blancos, por el puente de San Telmo, yendo hacia la Feria en pandillas, con una bolsa de supermercado en cada mano. A ciertas horas, con tanta gente con las bolsas de plástico en la mano, parecía que al final de Asunción, junto a Muebles Matamoros, hubieran puesto un Mercadona, porque todo el mundo llegaba a la Feria como si trabajaran en Wall Street: de corredores de bolsa. Qué llevan en esas bolsas se sabe: el costo para la botellona, los vasos, los cubitos de hielo. Usted, como yo, los habrá visto apilando bolsas junto a la portada y tomando posiciones para de ponerse morados y oro de alcohol y de lo que no es alcohol. Los que tienen casetas en esa parte de la Feria, por Curro Romero, por Manolo Vázquez, por Antonio Bienvenida, saben que cuando llegan los de las bolsas son cercados por el Telón de Plástico y Basuras.

Algunos, ilusos, llamaban a los guardias municipales. Que si quieres arroz. Los guardias municipales tenían órdenes de no impedir en modo alguno la botellona de Feria. A lo más que se ha llegado ha sido a lo Rosamar Prieto, que les dijo, muy maternal:

—Hijos míos, por lo menos tirad las basuras en los contenedores.

Hay quien, más radical, piensa que lo hay que tirar al contenedor es la propia conversión de la Feria en una inmensa y degradante botellona. No se tirará. Esto irá a peor. Y por una razón muy sencilla: ¿usted sabe la de votos que hay en ca-da grupo que está haciendo botellona bajo la portada?