ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Un óle por Reyes Morales

En estas tardes de mayo el barrio del Arenal es más Triana que nunca. Las últimas estribaciones de Triana llegan a la calle Arfe cuando suenan los cohetes de la novena del Rocío, corriendo la pólvora de la marisma. Escuchamos los cohetes desde las Gradas del Sagrario y la ciudad se pone como antigua. Hasta el tranvía viene con el viejo sonido del 8, que tenía nombre de novio de mujer bravía de letra de copla: el de la Puerta Real. Y tras escuchar los cohetes, y tras evocar los tranvías, a la hora de decidir dónde tomar la cervecita, esa fuerza antigua que en Sevilla sale de la luz y del aire con cohetes y vencejos te lleva sola, esquina de la Punta del Diamante adelante, hacia la catedralicia Casa Morales. En la feligresía del Sagrario hay dos catedrales. Está la Santa, Metropolitana y Patriarcal Iglesia Catedral de Santa María de la Sede, pero también la Catedral del Moyate: Casa Morales, templo metropolitano y patriarcal del Valdepeñas. Que anda que es de ayer por la mañana: fundada en 1850, por la misma familia que la mantiene desde entonces en toda su pureza, llena de vida, óle ahí, Reyes Morales, Sevilla te debe una.

Cuando podían haber sucumbido a los cantos de sirenas inmobiliarias que querían comprarles la esquina de la calle de la Mar para poner una ordinariez, los Morales mantuvieron en toda su pureza la taberna. Últimamente la han restaurado y rehabilitado de un modo sevillanísimo, como se hacen las levantás a pulso de los palios: «Que no se vea subir». Que no se vea subir el paso del tiempo por la caoba del mostrador, por el retrato del viejo de las barbas del anuncio del coñac Decano, por la pizarra de las lápidas, por los dibujos de Martínez de León, por los ventiladores que siguen espantando calores antiguas, por el barro manchego de las tinajas, como capillas de esa catedral. La restauración de Casa Morales es un ejemplo que debería imitar Sevilla para otros grandes monumentos, de parejo mérito a esta Catedral del Moyate. Han hecho lo más difícil: dejarlo todo como tal estaba, con total respeto al legado de los antiguos, pero sacado de brillo. En Casa Morales no hay mugre, no hay nada rancio. Pero, vamos, ni el tocino de su famosa pringá. Todo está de tal modo vivido y cuidado que parece que don Leocadio Morales Prieto, el bisabuelo de Reyes, acaba de llegar de Valdepeñas con sus pellejos de vino y va a casarse con una mocita de la Puertalarená que va a hacerle establecerse en esta esquina de la calle de la Mar con la de la Mosca, para poner estas tinajas votivas del culto al tinto por la estricta observancia, con voto de obediencia no al Papa, sino a la papa y a la media tajá. Las sillas y mesas de tijera como de trastienda de caseta de la Feria del Prado están tan bruñidas y nuevas que parece que va a volver a sentarse Catherine Deneuve para la foto del «Blanco y Negro». O que aún no se ha cerrado «El Liberal», ahí frente al Hotel Simón, y que don José Laguillo va a llegar con Galerín, a «moralizarse». O los concurdáneos de Er 77, con el Marqués de las Cabriolas, el Conde de la Natilla e Hilario Gutiérrez, que va a dar su nombre al «poeta», el vaso de vermú con sifón en el que se infringe el «artículo quinto, da igual blanco que tinto». Parece que va a llegar Gustavo Bacarisas para hablar con don Eduardo Morales. O Rodríguez Buzón para darse el penitencial latigazo que le inspirará el «Como Tú, ninguna».

En Valdepeñas, la casa generalicia, la antigua bodega de Leocadio Morales, fue cerrada en 1970 y convertida en Museo del Vino. Aquí, por obra y gracia de Reyes Morales García, una sevillana del Arenal que colgó su bata blanca de boticaria para hacerse tabernera, y a mucha honra, como su bisabuelo, su abuelo, su padre y su tío, se ha logrado más. De muerto Museo del Vino, nada: Catedral viva del Valdepeñas, perfectamente conservada. Así que con mi óle a Reyes Morales digo que viva la Catedral viva del Moyate.

 

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