ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Curro Romero, toda una vida

Fue tal día como ayer, 19 de mayo, en Las Ventas. Hace 50 años. No creo que nunca, por seguir el dictado por caracoles de don Antonio Chacón, la gran calle de Alcalá reluciera tanto como cuando aquel día, en sus cochecuadrillas, subían tres andaluces hacia la plaza de toros neomudéjar que le parecía a Baroja entre estación de ferrocarril y aguaducho de gaseosas. Apunten los nombres de los tres toreros, sevillanos por más señas, que relucían por la gran calle de Alcalá el 19 de mayo de 1959, para la confirmación de alternativa de uno de Camas que dice Belmonte que viene con la goma de borrar: Pepe Luis Vázquez, Manolo Vázquez y Curro Romero.

—Eso no es un cartel de toros, eso es una ensoñación.

Pues con 6 toros, 6 de Eusebia Galache de Cobaleda, eso era un cartel. No de Litografía Ortega, Valencia, con dibujo de Ruano Llopis. Un cartel de bronce. Cartel monumental para la Monumental. Venía pidiendo estatuas. Las que Sevilla colocó luego delante de la Maestranza. En el bronce de la escultura, a la orillita del río, Pepe Luis Vázquez está con el cartucho de tener vendido todo el pescao del arte. En la otra esquina, Curro Romero aún se está yendo de la cara de «Flautino» de Gabriel Rojas, con toda su plenitud faraónica. Bronce de San Bernando y bronce de Camas. Repicad campanas. Porque ahora Sevilla va a rematar ese cartel estatuario de la alternativa de Curro en Madrid, y Manolo Vázquez va a estar en bronce citando para siempre al toro de Piris en el Corpus capicúa del 18 del 6 del 81: vámonos de frente, que dicen los capataces.

Antes de decir que Sevilla lo eternizó en bronce, tres muletas, tres capotes, como cantaba Rocío Jurado, en el redondel de las buganvillas y las jacarandas de la orilla del río de mayo, íbamos por el cartel de la alternativa de Curro en Madrid. Doña Concha Piquer, de haberlo sabido, habría cambiado la letra de Rafael de León: «Ay, 19, 19 de mayo, cuando me encontré contigo». Tanto Madrid como Sevilla se encontraron con Curro Romero un 19 de mayo. Madrid se lo encontró el 19 de mayo de 1959, cuando Pepe Luis le cedió la muerte de «Lunito» y el dios de la lluvia suspendió la corrida al tercer toro. Don Antonio Díaz Cañabate dejó escrito: «Curro Romero se ha vestido de esperanza, verde y oro. Torea a la verónica. Echa la pierna adelante, cimbrea el cuerpo, carga la suerte, estira los brazos, pero le falta algo. Quizá le sobre la lluvia...»

Eso fue Madrid, el día de la alternativa, un 19 de mayo. Pero Sevilla también se encontró con Curro, perfecto, pleno, clásico («clásico es lo que no se pué hasé mejón», que dijo El Gallo), otro 19 de mayo. En 1966. El día del Corpus de los 6 toros de Urquijo. Como en el romance, un idilio de amor empezó a sonreír en cada uno de estos 19 de mayo. El 19 de mayo de 1959, el idilio de Madrid con Curro, que quizá habría que resumir en la frase recriminatoria de la primera y mejor romerista que hubo, de Doña María, la Condesa de Barcelona: «Ay, Currito, cuántos disgustos nos das». A Curro el diminutivo cariñoso, para las broncas de tirarle almohadillas, con lo que pesan las almohadillas de Las Ventas, o para la gloria en angarillas de las matas de romero, se lo puso Madrid. Para Sevilla, el que quiso ser como Currito de la Cruz cuando vio en el cine de verano de Camas la película de Pepín Martín Vázquez fue siempre Curro a secas. Señor Curro de cante gitano grande. ¿Torero de Sevilla? Sí, pero con remate a lo Manuel Machado: «...y Madrid». Curro fue como el Ave por verónicas. Su arte unió a Madrid con Sevilla. En el marcador de puertas grandes de Curro, Madrid le gana a Sevilla por 7 a 5. Por eso el viernes, en Las Ventas, donde en 1959 se hizo carne de arte aquel estatuario cartel de bronce, se inaugura una exposición con los recuerdos del Faraón, que es como el bolero del amor de Madrid con su torero. Es lógico que la exposición lleve por título «Curro Romero, toda una vida».

 

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