ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Los alquilados de agosto

En algunas playas, ayer tarde fue uno de los momentos más tranquilos del año, vacías las terrazas de espumosa y adobo, y las heladerías con las barricas de estrachatela y de mascarpone intactas. Ya se habían ido los alquilados de julio, pero todavía no habían llegado los de agosto. Igual que existe el Día del Padre, yo propondría que hoy, 1º de agosto, fuera el Día del Alquilado. Del alquilado del apartamento. Si usted, señora, no es alquilada, sino propietaria del apartamento, madrugue y corra para ir al supermercado a por las cuatro cosas que necesita para este fin de semana. A partir de las 12 de la mañana no habrá quien coja el ascensor. La vecina de planta, mientras aporrea la chapa de la puerta con los nudillos, le preguntará:

—¿Usted sabe si el ascensor está roto?

Y usted, socia fundadora del edificio, con memoria histórica de otros veranos, le responderá:

—No, no está roto, es que están llegando los alquilados de agosto y lo tienen copado desde esta mañana.

¿Por qué los alquilados de agosto traen tanta impedimenta, tantas bolsas, tantos maletones con ruedas, tantos bolsones de asas a cuadros escoceses de los chinos de los veinte duros? ¿Es que no saben que en esta playa hay magníficos supermercados y maravillosas tiendecillas de los desavíos? ¿Por qué vienen entonces cargados con todas las bolsas del Mercadona y del Carrefour que imaginarse puedan, con cajas de leche Pascual, con paquetones de café Catunambú, con esos envases enooooormes de dodotis? Hasta con dos sacos de papas y cinco sandías he visto yo llegar a los alquilados de agosto. Hay un hipermercado costero que creo yo que le han puesto ese nombre como homenaje a los alquilados de agosto. Se llama Provisiones Playa. Y eso es lo que traen los alquilados de agosto: las provisiones necesarias para dar de desayunar, de almorzar, de merendar y de cenar a la playa entera. Así tienen hoy de ocupado el ascensor, ¿no lo van a tener, si cada coche de un alquilado de agosto es un capitoné de Mudanzas Rocío?

¿Y la de gente que se mete en un apartamento para amortizar el alquiler? Durante el resto del año se abre la puerta de un apartamento y sale un matrimonio con el niño y todo lo más con la abuela, especialmente en su modalidad de abuela canguro. Pero cuando llegan los alquilados de agosto y se abre la puerta de un apartamento, ni se sabe la de gente que puede salir. Regimientos de Soria enteros salen. ¿Usted ha visto esos concursos hacen para el Guinness, de meter mucha gente en un Seiscientos o en una cabina de teléfonos? Los alquilados de agosto ganarían del tirón esos concursos, con su experiencia de meter gente en el apartamento. «Donde caben dos, caben tres», no: «donde caben cinco nosotros metemos a quince más la suegra». O las dos suegras. O las tres. Los apartamentos alquilados de agosto no se clasifican por llaves o por estrellas, no; hay apartamentos de una suegra, de dos suegras y hasta de tres suegras, según el numero de familias que se metan en ellos con calzador, machacándolos.

¿Y usted no ha visto a los pobres gitanos debajo del puente en Tablada? Pues algo así, pero con flotadores de los niños, es el salón de un apartamento alquilado en agosto. Hay, evidentemente, un chabolismo estival encubierto: los supermegahiperaprovechados apartamentos alquilados, convertidos en campamentos de refugiados. Hay salones de Chipiona o de Matalascañas que son auténticas chabolas. La gente en verano vive como los gitanos. Sólo les falta el puente. Un tío durmiendo en un saco de dormir en la entrada, siete en el salón entre sofás-camas y camas plegables o hinchables, y cuatro más en la terraza. Y en los cuartos, como en el Rocío: los hombres en una habitación y las mujeres en otra. Como el cuadro de Sorolla con el precio del pescado: «Y luego dicen que los alquileres de agosto son caros...»

 

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