ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Crucifijos en honor del Cardenal

Tengo que pasarme por la Librería Beta, que me miren en el ordenador si existe una «Guía de Perplejidades de Sevilla», para poder deambular por las incoherencias ciudadanas (y ciudadanos) de cada día. La Ciudad de la Guasa es también la Ciudad de las Contradicciones. Ejemplo: la calle al Cardenal Amigo. Si no estoy mal informado, rige el Ayuntamiento el mismo partido que desde el gobierno de Madrid quiere quitar los crucifijos de las escuelas y borrar todo signo religioso en la vida pública. Bueno, pues en Sevilla ese mismo partido militante del laicismo y el agnosticismo no tiene cosa más importante que hacer que dedicarle una calle a un arzobispo. Y no a un arzobispo cualquiera, sino a un cardenal, a un Príncipe de la Iglesia, como mi respetado y querido Fray Carlos Amigo Vallejo, que como ayer cumplió 75 años, ha tenido que escribirle al Papa la obligada carta de renuncia a la sede hispalense y espera el pase a la reserva cuando Su Santidad lo estime conveniente.

Si se fijan bien, en este acontecimiento de la vida del Cardenal, el Ayuntamiento ha llegado más lejos que las cofradías o que los católicos profesionales. Nadie ha peloteado al Cardenal como el Ayuntamiento que rige ese partido laicista. ¿Comprenden mi perplejidad? Que rebosa cuando el arzobispo, que tengo entendido que profesa la humildad franciscana de la orden a la que pertenece, dice que está encantado con que le pongan una calle en el Cerro de Águila. Por mí como si se la ponen en los Cerros de Úbeda, porque debe constar en acta que me parece muy bien que tenga el hombre su calle. Si la tienen Clavero y Olivencia, ¿por qué no este otro numerario de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras? Lo que me deja atónito es que para poner esa calle en el Territorio Amigo del Cerro, en plan Pilar Bardem-General Merry borren del callejero el recuerdo de un ilustrísimo linaje sevillano, el de los Afán de Ribera: el de los Adelantados Mayores de Andalucía; el de los que trajeron el Renacimiento a la Nova Roma de la Casa de Pilatos; el del Marqués de Tarifa que inventó la Semana Santa; el del Hospital de las Cinco Llagas; el de un santo como San Juan de Ribera. Y nada: nadie protesta ni escribe una línea a favor de la memoria de los Afán de Ribera, en esta ciudad que hasta ignora a Catalina de Ribera, y a sus Jardines los llama de Murillo. No Passsa Nada. Y si pasa, como decía Miguel Maura, se le saluda muy afectuosamente: «¡Vaya usted con Dios!».

¿No había calles para dedicar al Cardenal Amigo sin quitársela a los Ribera? Si es por Cerro, la reciente Avenida de Hytasa mismo, que manda cojones tener en el callejero a Hilaturas y Tejidos Andaluces Sociedad Anónima. Hasta una carretera podían haberle dedicado. Eso, eso: una carretera. Una calle me parece poco. Yo pido una carretera para el Cardenal. Una carretera con la que no hay que borrar nombre alguno y a nadie la perecerá mal. Una carretera que está pidiendo a gritos el nombre ilustre de Amigo Vallejo. ¿Que cuál es? ¿Cuál va a ser? ¡La que ya está dedicada al tratamiento protocolario del cardenal, esperando sólo su apellido! ¡La Carretera de Su Eminencia! Ahora te dicen «Carretera de Su Eminencia» y tienes que preguntar: «Su Eminencia, ¿qué?» Quedaría linda añadiéndole: «Carretera de Su Eminencia Reverendísima el Cardenal Amigo Vallejo». Y así dejamos tranquilitos a los Afán de Ribera, que tan grandes servicios rindieron a Sevilla.

Y si después de rotulada la Carretera de Su Eminencia en honor de Su Eminencia, como memoria imperecedera el Ayuntamiento acuerda que en las escuelas públicas sevillanas a su cargo nunca será retirado un solo crucifijo, pues ni te cuento. Eso sí que sería un bonito tributo de reconocimiento: que las escuelas sevillanas, en homenaje a Amigo Vallejo, conservasen para siempre los Crucifijos del Cardenal.

 

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