¿Se acuerdan de los dibujos animados de su infancia, de aquella Señorita Rotenmeyer que le pegaba unas broncas espantosas a Heidi y que le amargaba la vida a la muchacha? Pues así veo yo a la Unión Europea. La Unión Europea es una señorita Rotenmeyer, naturalmente que germana y berrenda en nazi, que nos amarga la vida a cuantos vivimos en el continente y que se mete hasta en nuestro dormitorio para decirnos lo que podemos hacer y lo que no podemos hacer. ¿Cuando la dictadura de Franco, dice usted? Cuando la dictadura de Franco no había libertades civiles, y no estaban reconocidos los derechos humanos, pero no existía este intervencionismo que ahora padecemos. ¿De qué me vale a mí que haya libertades políticas, y Constitución, y parlamentarismo, y sindicatos (más o menos) libres, si luego vienen unos funcionarios de Bruselas a los que no ha votado nadie, que nadie ha elegido, y te dicen lo que puedes hacer y lo que no puedes hacer y acaban amargándote la vida?

Ejemplo, el apagón de la televisión y la imposición por co...dificadores de la TDT, que a mí me sigue sonando a matamoscas, a «DDT Chas, DDT Chas no hay quien te aguante/, tú como el gas/la muerte das/en un instante». (Por cierto, no sé si saben que la canción publicitaria de ese matamoscas «fabricado a base del famoso DDT», aunque éste era otro, el Orión Banda Verde, de Industrias Marca, la escribió Ramón Perelló (1903-1978). Sí, el de Perelló y Mostazo, el mismo letrista de «Mi jaca» y «La bien pagá», que como el hombre era más bien republicanote, las pasó canutas después de la guerra y se tuvo que buscar las habichuelas como pudo.)

Hablando de habichuelas: la Señorita Rotenmeyer de la Unión Europa nos obliga a buscarnos las habichuelas del TDT y a tener quizá que tirar el televisor, con lo achuchada que está la cosa, porque como si no hubiera problemas más importantes en el continente sumido en la crisis, a los mocitos se les ha ocurrido la obligatoriedad del apagón de la televisión de toda la vida.

No, la cosa va de apagones. Por si fuera poco lo del TDT, ahora la Unión Europea, que se nos mete hasta en el cuarto de baño, la ha tomado con las bombillas. Ea, sin que nadie lo haya votado ni le hayan consultado a nadie, ¡prohibidas las bombillas de 100 vatios! Que son las buenas, las chachis, las que dan una luz esplendorosa, alegre, diáfana. No una tenue lucecilla apagada de los 40 o los 60 vatios, que me recuerda los años del hambre, los pueblos sin agua corriente y sin alcantarillado. Pues nada, entre la grandiosidad de los 100 vatios y la miseria tercermundista de las bombillas que llamaban «de 40 bujías», la Unión Europea se queda con lo más cutre.

Nos tienen acorralados. Cercados. Copados. Nos acosan y derriban. Nos quitan las bolsas del Carrefour, con lo útiles que son para tirar la basura y para que los niños lleven la merendilla al cole, y nos prohiben las bombillas de 100 vatios. Este mismo artículo que usted me concede la merced de leer, está siendo escrito a la luz de una bombilla de 100 vatios que tengo puesta en el flexo del escritorio. Si algo de chispa encuentran en estas líneas es porque todo cuanto he escrito, desde que era estudiante, lo he plumeado o tecleado a la luz de una bombilla de 100 vatios. Nada de miseria de las bujías lánguidas de la bombilla solitaria del pueblo, sobre el hule de la mesa camilla, con la tira gomosa para atrapar moscas enrollada en torno a su cable de tela. ¡Qué asco con todas las moscas allí pegadas, en esa luz de pobreza, de miseria, de tristeza!

Sí, ya sé, hay bombillas de bajo consumo que, al cambio, te vienen a dar una luz equivalente a los 100 vatios de las normales. Pero no voy a eso. Voy a la Señorita Rotenmeyer de Europa. ¿Por qué tiene esta tía que organizarnos de esta manera la vida, precisamente cuando más hablamos de libertades?