Dicen que siempre estamos en campaña electoral, y es cierto. Como no menos cierto es que siempre estamos en campaña de propaganda de ciertos inciertos intereses económicos que se nos ocultan, y a los que acabamos sirviendo. En la España pendular que pasa del Nacional-Catolismo al Nacional-Agnosticismo y del Movimiento Nacional al Movimiento Totalitario de lo Políticamente Correcto, es normal que lo que hasta ayer era gloria bendita hoy te sea presentado como la suma de todos los males. Hubo un tiempo en que no se podía comer pescado azul, porque era malísimo, para pasar después a decirnos que una buena sardina es lo mejor para rebajar el colesterol. Con el aceite pasó igual: nos dijeron que el aceite de oliva era horroroso, que había que tomarlo de girasol, embuste que menos mal que se corrigió.

Ahora hay dos campañas en marcha, una en contra y otra a favor. Una es contra la leche. Aseguran que la leche tiene muy mala leche para la salud. No sólo la leche: hay médicos que les han declarado la guerra a los lácteos en general, como antes al aceite de oliva o al pescado azul, sabe Dios al servicio de qué oscuros intereses, que quizá conocerán el señor Pascual, el señor Puleva y la señora Asturiana. Carolina Herrera ha tenido que retratarse con un blanco bigote, como mi gato Remo, para demostrar que la leche no mató a Paquirri en Pozoblanco.

Y la otra campaña en curso es a favor de las marcas de toda la vida y contra los sucedáneos llamados marcas blancas. A ésta sí me sumo. Las marcas de toda la vida suponen una lírica que las blancas, ni a soñar que se echen, pueden tener. Sobre todo las marcas con publicidad, con los anuncios que se quedan en la memoria y marcan nuestras vidas. Lo acabo de comprobar en el libro sobre la historia contemporánea de la Publicidad en España que acaba de editar Sergio Rodríguez, un joven publicitario menorquín que por cierto tiene nombre de cantautor cubano. Sergio ha recopilado los anuncios de nuestra vida. Y leyéndolos de corrido como un poema de la nostalgia, he caído en la cuenta de que son los nuevos refranes. Nuestra paremiología se nutre ahora de lemas publicitarios que han quedado como cabos sueltos, aislados de su contexto inicial de un anuncio y de una marca. En el Preu dedicado a Cervantes tuve que estudiarme hasta el «Entremés de los refranes», y recuerdo que Rodríguez Marín decía en la bibliografía que los refranes eran muchas veces versos sueltos de romances sacados de su contexto, incorporados al común la lengua como útiles sentencias admitidas por todos.

Así han quedado esos antiguos anuncios, sobre todo los de la tele: como viejos refranes que citamos como supremo argumento de autoridad. Ya nadie recuerda qué productos o servicios anunciaban. Muchos de esos productos ya ni se fabrican, o han quedado obsoletos con las nuevas tecnologías. Pero permanecen en ese nuevo refranero, que usted muchas veces cita en su conversación y que le recuerdo en parte:

Vuelve a casa por Navidad, ¡anda, la cartera!, ñaca laca La Cigala, cuate aquí hay tomate, ¡da un gustirrinín!, si no hay Casera nos vamos, mi papá lo arregla todo, todo y todo, tacita a tacita, está como nunca, es cosa de hombres, una aceituna como ninguna, vamos a la cama que hay que descansar, las naranjas no tienen burbujas, Terry me va, un gran vaso de leche en cada tableta, a mí plín yo duermo en Pikolín, qué cosas tiene mi novio, hoy me siento Flex, los mata bien muertos, si bebes no conduzcas...

Y duran y duran y duran en la memoria estos anuncios y su mitología de Villarriba y Villabajo, del Primo de Zumosol, de Matilde y de Curro, el que se fue al Caribe. Refranes de cuando no había marcas blancas. Las marcas blancas no tienen refranes publicitarios. El algodón de no engaña.