ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Va por ti, Montoya

Decía ayer Arcadio Urso en el homenaje que ABC le dedicó por las bodas de plata de «El Patio» que José Luis Montoya es un sevillano del Pumarejo. Eso es completamente falso. Los verdaderos sevillanos del Pumarejo no son del Pumarejo, sino del Espumarejo, que es muy distinto. Y Montoya es completamente del Espumarejo. Espumarejo total. De una Sevilla de tuétano de barrio, una ciudad verdadera más popular que los sones de Campanilleros cuando llega allí el azul palio de la Virgen de la Hiniesta.

Como saben ustedes que yo entré en ABC con el busto de Don Torcuato, puedo decir que vi llegar a Montoya a la vieja redacción de Cardenal Ilundain, donde ya Nicolás Salas había quitado la larga mesa fundacional, que tenía en los extremos unos bajorrelieves en madera que atribuían a Chillida, amigo quizás del arquitecto Barandiarán que proyectó el edificio. Montoya fue de los que llegaron a ABC desde el «Suroeste», que como saben fue el periódico que tras la restauración de la Monarquía sustituyó al «Sevilla» de la Prensa del Movimiento. El «Sevilla» estaba en la calle Santander, entre la Casa de la Moneda y el bar de los caracoles de Manolo González. El camino desde la calle del Carbón a Cardenal Ilundain no criaba hierba. Pues, entre otros, del «Sevilla» había llegado antes José Antonio Blázquez, un genio en la crónica deportiva y en el cante, y del «Suroeste» había venido el gran Manuel Ramírez.

Montoya, que yo lo vi entrar el primer día, ya con su chaqueta blanca y su puro, sus gafas oscuras y su gracia del Espumarejo, llegó a ABC como todos los que vienen de otros periódicos: aco...gotado. Venía a hacer flamenco e información de deportes minoritarios. Por algo era entrenador. Un atleta. Levantador de pesos y levantador de pasos, costalero de la primera cuadrilla de hermanos que llevó el Cristo de la Buena Muerte en 1973 con El Gordo Penitente al martillo. Pero me parece recordar que Montoya duró poco en esos menesteres en Deportes. Con el asentamiento de la democracia, los periódicos empezaron a acercarse más a los machadianos eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa, y comenzaron a dar informaciones sobre lo que ahora se llama genéricamente «el corazón». Que entonces era como para lecturas del refectorio de un convento de monjas, comparado con las burradas y barbaridades del famoseo que ahora se imprimen y televisan.

El artisteo. Como ABC, igual que el tiempo, pone a cada uno en su sitio, a Montoya le encontró un lugar que ni pintado, como hecho a medida. Montoya, con su cantiñeo genialón, con su conocimiento de la gente, con su saber estar en las 40.000 Sevilla que existen, tenía todos los días en su mano esa pequeña información del artisteo, del famoseo, del taurineo, del capilleo y de todos los -eos de esta ciudad que es capital de ellos. Se trataba de poner todo eso cada día en un par de folios. Pero en plan simpático, amable, sin meterle las cabras en el corral a nadie. Con muchos nombres propios.

Montoya se puso a la máquina de escribir, y aporreando con fuerza según el viejo estilo de las redacciones, escribió su primera sección. Con nuestra Rocío y con todos los nombres que ayer evocaba Arcadio Urso. Pero a aquello le faltaba un título. ¿Cómo llamar a la sección diaria que iba a hacer Montoya en las páginas finales de huecograbado? Me lo preguntaron y la bauticé: «El Patio». Me considero, pues, padrino de Montoya, igual que El Pali me tenía por tal. Al Pali le puse lo de «Trovador de Sevilla» y al acierto diario de Montoya le puse «El Patio». A los 25 años de sacarlo de pila, veo con alegría que El Patio está hecho un mocetón triunfante en lectores, amigos y partidarios. Iba a decirte que «Va por ti, Montoya», pero, hijo, lo dejo sólo en el título, porque va a parecer que esto, en vez de un artículo gozoso en las bodas de plata con tu cita diaria en ABC, es una tienda de bocadillos para turistas zarrapastrosos.

 

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