ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Torneo, nuestro Muro sin Berlín

Qué señores más pesados con el Muro de Berlín. Y viendo otra vez más la moviola de su caída, me he preguntado:

—¿De qué me suena a mí esto, un muro pintarraqueado de grafitis y dibujos escolares con la bandera andaluza, y unos tíos que lo tiran pegándole escardillazos?

Pues me sonaba a lo que nadie se ha acordado en Sevilla, y mira que estaba cantado. A mí lo de Berlín me ha sonado todo a calle Torneo en vísperas de la Expo. Muchísimo. Aquí, en vez de una noche de noviembre de 1989 hubo una mañana de mayo de 1990. En vez de un pueblo superando a sus autoridades y eligiendo la libertad como en Berlín, aquí hubo una concentración de barandas en la calle Torneo cuando en la mañana del sábado 26 de mayo de 1990, el alcalde Manuel del Valle procedió solemne y simbólicamente a tirar la tapia que desde que el ferrocarril llegó a Sevilla separaba del río a los barrios de Los Humeros, San Juan y Santa Clara. No hubo espiocha (quizá por la aversión de las autoridades a un pico y una pala). Habían descarnado un trozo de muro y le habían puesto una cuerda, de la que Manuel del Valle tiró en plan «Leopoldo, échame el toldo», y, ¡zas!, aquello se vino abajo, entre los aplausos de unos y los abucheos de otros.

Visto con perspectiva, aquel derribo del muro de Torneo fue para Sevilla como el de Berlín: el comienzo de una nueva época. El símbolo de todos los cambios que Sevilla sufrió, para bien y para mal, como se decía entonces, «de cara a la Expo».

Con aquel muro en pie, te ponías en la calle Torneo y no veías el río. Sevilla estaba atenazada por el que se llamó «dogal ferroviario». Las vías del tren cercaban su casco urbano, como unas segundas murallas. Al derribar el muro, Sevilla recuperaba los terrenos de las vías del tren. Y se libraba de la tenaza ferroviaria. Los más jóvenes no lo recordarán, pero en la avenida de Felipe II había un paso a nivel que se cerraba cada vez que pasaba el Talgo de Cádiz o el ferrobús de Utrera. De todo eso se libró Sevilla. Y la ciudad por vez primera se abrió al río aguas arriba del Patrocinio.

Ahora nos refriegan mucho la modernidad y el progreso de las obras que están haciendo. ¡Un mojón! Quiero decir: un mojón, una piedra miliaria, un hito conmemorativo es lo que habría que poner para recordar aquel avance histórico de la ciudad de 1990, que hicieron sin enfrentar a las dos Sevillas, sin darle mayor importancia e incluso con la incomprensión de muchos coetáneos, entre los que me cuento y de lo que me acuso. ¡Aquellas sí que fueron obras, y sin poner a Sevilla patas arriba como ahora! Y sin perseguir ni al vecino, ni al comerciante, ni al automovilista. A Sevilla le hicieron más puentes sobre el río que en toda su historia; desafectaron los terrenos de Renfe; construyeron rondas de circunvalación rápida y el cinturón de la Ese 30... Y como aquí andamos siempre largos de ingratitud y de olvido, resulta que el alcalde que hizo todo aquello sin tanto cuento ni despilfarro, Manuel del Valle, va a pasar a la historia como «Manuel del Bache», ¿no te digo? Lo mismo que Felipe González. Sería lo que fuese, pero hay que reconocer (y lo hago aquí y ahora) que se volcó con Sevilla desde el Gobierno de Madrid, y a todas estas obras, aparte de la Expo y del Ave, me remito. Y la tribu de los cachimbas le niega ahora miserablemente los honores que concede a Pilar Bardem.

Empezamos por Berlín en esta evocación del simbólico Muro de Torneo, y en Berlín terminamos. Con el Muro de Berlín cayó el comunismo en la Europa del Este. Pero mire usted por dónde, en Sevilla Este aún no ha caído el comunismo y allí padecen, como en Sevilla Oeste, en Sevilla Norte y en Sevilla Sur, la trasnochada dictadura de los 25.772 votos de la tribu comunista de los indios cachimbas.

HEMEROTECA DE ABC: 27 de mayo de 1990, el derribo del Muro de la Calle Torneo

 

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