ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Sevilla exporta gorrillas

No se me mosqueen los innovadores y emprendedores, por ningunearlos con este título en verso pregoneril. Bien es cierto que también exportamos tecnología de Abengoa en Palmas Altas o de José Luis Manzanares en Ayesa; proyectos de Vázquez Consuegra para museos en ciudades extranjeras con nombres rarísimos; tortas de Inés Rosales con lo de «las legítimas y acreditadas» traducido al inglés en el envoltorio; aparte de aceite, naranjas y licenciados en paro que han de buscarse las habichuelas en el extranjero.

Pero como máxima contribución de Sevilla al I+D+I, exportamos la figura y la función del gorrilla. Hasta con esa palabra, que nació aquí, cuando desaparecieron los guardacoches de la ANIC, benemérita Asociación Nacional de Inválidos Civiles que impulsó Antonio Ferrera Comesaña, el cultísimo quiosquero de la Puertalacarne, que sentado en su silla de minusválido hacía tertulia cada tarde en Nova Roma con Plácido Fernández Viagas. Cuando desaparecieron los guardacoches de la ANIC, Sevilla fue invadida por los aparcacoches mafiosetes que se compraban en el Jueves una vieja gorra de plato de la Policía Armada (gris con banda roja) o de la Guardia Municipal (azul marino también con su banda roja), y cubriéndose con esa prenda de cabeza se autoinvestían de autoridad, se adjudicaban el control de una calle y allí no aparcaba nadie sin pagarle antes su peaje, so pena de rueda pinchada o carrocería rayada.

Las viejas gorras de plato de los uniformes de la dictadura quitados de la circulación y negociados por los ropavejeros que los aparcacoches usaban fueron las que les dieron nombre. «Gorrilla» es una palabra tan sevillana como armao o carráncano, producto estrictamente local. Los gorrillas ya no usan esas prendas de cabeza, pero les seguimos llamando así. Y aunque el Ayuntamiento ha hecho una ilusa ordenanza para erradicarlos, ahí los tienen. Si lo dudan, vayan a los alrededores del campo del Betis en tarde de partido. De nada valen ni las medidas sancionadoras que aprobó el pleno municipal ni la labor de los Vovis, herederos de los guardacoches de la ANIC. Sevilla rima con gorrilla. Oficio picaresco donde no ha entrado ni un solo inmigrante procedente de la patera. Es curiosa la división de estos menesteres de la supervivencia: los negros se dedican a la venta de pañuelos de papel en los semáforos, apenas hay un blanco ofreciéndolos. Los marginados de Las Tres Mil, desdentados, con todo el triste aspecto de la adicción que los apresa, son quienes detentan esta dictadura del aparcamiento vacío, con sus normas de asignación de territorios, sus capomafias de zona y todo un entramado de usos rayanos en lo delictivo, que bien merecerían el estudio de un antropólogo social.

Nos creíamos que el gorrilla era una especie de producción y consumo estrictamente sevillano, cuando leemos en ABC de Madrid que una legión de aparcacoches ilegales ha tomado la capital del Reino. Y, como aquí, especialmente los alrededores de los hospitales, donde exigen su estipendio con toda agresividad, y hay tío que se saca 80 euros al día. Lo más curioso es que en Madrid usan esa palabra sevillanísima, «gorrilla», para quejarse de estos aparcacoches ilegales, allí casi todos inmigrantes negros ilegales, con los que no puede Gallardón del mismo modo que no ha podido erradicarlos Monteseirín. Allí los gorrillas usan una prenda de autoridad que aquí se ve poco: el chaleco reflectante. Tú le pones a un tío un chaleco reflectante, lo colocas cortando la circulación de una calle y todo el mundo lo obedece. El chaleco reflectante es como la antigua gorra de plato, símbolo de autoridad. La que no hay por cierto en nuestro Ayuntamiento, que lejos de acabar con la plaga de los gorrillas, ya ven: los ha exportado a Madrid. Bonito I+D+I ha llevado Sevilla a Madrid...

 

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