ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Bares contra el paro y la crisis

Tengo unos lectores que no me los merezco. En papel y en Internet, donde suelen colocar a este artículo entre los más visitados. Cuando veo que estoy entre los más visitados, como cura de humildad me miro al espejo y me digo: «¿Se me estará a mí poniendo cara de Catedral o de exposición de la Casa de Alba en el Museo con esto de los más visitados?» Tengo unos lectores que no me los merezco porque hay que ver la cantidad de temas que me dan para el artículo nuestro de cada día, dánosle hoy, y los cables que me echan. He hablado de los bares, ¿no? De los bares llenos a pesar de la crisis. Y de esos bares de los desayunos en la calle del sevillano que en su casa se toma por las mañanas sólo un café bebío, de esos bares como templos del mollete de Antequera, ¿no? Bueno, pues un lector me envía la transcripción del sonido del desayuno en la calle y es como si se hubiera puesto a sonar la grabación de un micrófono oculto en un bar. Cuanto sigue lo escribe él:

«¿Qué me dice de esos dependientes de bares que ven llegar al grupo habitual que cada mañana desayuna allí, tres chicas como de la Junta y dos yupis modelo Abengoa, y ya están:

—¡Dame dos cortados, un descafeinado, dos de máquina, media de abajo, un mollete y dos de pueblo!»

Y sigue con el sonido ambiente del bar en el desayuno, que es que estás oyendo a ese camarero:

«!Loli, aquí tienes la leche manchá! Antonio, el vaso pá enfriá que me has pedío. Rocío, toma tu sacarina. ¡Cocinaaaaa, me falta una de aceite! Carlitos, ayer le dieron a tu Betis, ¿eh? Don Antonio ¿lo de siempre? Niño, véme recogiendo los vasos de esa mesa. Pepi, dale cambio aquí al señor pal tabaco. ¡La cuenta de Pepe! ¿Qué ha sío? Oyeeeee, los cupones de ayer, que no me los pagaste; espera, que tienes lo metío, enga, que aquí la crisis no se nota. Ay, toma el ABC, que es esto es un bar, no el Ateneo, joé, pero no me lo manches del aceite de la tostá ni me lo llenes de migas, que viene luego Don Joaquín a ver las esquelas y se ahorra el desayuno. ¡Otro de máquinaaaaaa, y que sean dos leches manchadas!»

Maravilloso, ¿no? Real como la vida misma. Yo me preguntaba cuántos bares hay en Sevilla, y el doctor Víctor López García-Aranda, que ha manejado el dato en su tenaz campaña contra el tabaco y los humos obligatorios en lugares públicos, me da la cifra: «Pues en Sevilla hay alrededor de un bar por cada 132 habitantes, mientras que en Irlanda, donde beben tela, hay uno por cada 365 habitantes».

Los bares son espejo de cómo entendemos la crisis y también de cómo luchamos contra ella. Otro lector me da la clave de por qué en Sevilla hay tantos bares de reciente creación, casi tantos como cofradías de vísperas o coronaciones: «La proliferación de bares también tiene que ver con la crisis: son la salida natural de los recién parados, de los regulados de empleo, de los prejubilados, que los montan con la indemnización por despido y con unos ahorrillos. Meten a la mujer en la cocina, al hijo o a la hija y quizá a un cuñado en la barra, y a tirar mientras se pueda. Sevilla se llenó de cervecerías con los prejubilados de la Cruz del Campo, que la empresa les ayudaba a montar su negocio en honor de Gambrinus. Y fíjese usted que muchos de estos bares de «más cornás da el paro» ni siquiera dan tapas: han vuelto a la antigua observancia sevillana de la afición por la cerveza con altramuces o con almendritas, que exige menos inversión y que no requiere extractor de humos y filtro contra los olores para que no protesten los vecinos».

Tengo, pues, unos lectores que no me los merezco. Por ejemplo, usted, a quien le encantan estos artículos que le hacen exclamar: «¡Cómo nos conoce este tío a los sevillanos!» Sepa que el mérito no es mío, sino de los lectores, que son mis ojos y oídos de la ciudad.

 

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