ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El primer nazareno en el puente

Formó parte del paisaje de mi infancia y adolescencia. Desde mi balcón de la calle Bayona esquina a la Avenida aún estoy aún viendo a Pepe Sánchez Dubé por las Gradas, camino de misa en El Sagrario. Viene desde García de Vinuesa, cargado de espaldas, arrastrando ya un poquito los pies, con un devocionario en la mano, pues es de comunión diaria. Luego, a mediodía, si acompaño a mi padre a su cervecita en Casa Morales, lo veré pasar hacia su casa, de vuelta del trabajo. En vez del libro de misa, llevará la cartera de sus representaciones. Dicen por el barrio: «A Pepe Sánchez Dubé le ha dejado su padre muy buenas representaciones».

No tan buenas a nuestros ojos como las de Ángel Rodríguez Barrios, el que vivía en los altos del ultramarino La Andaluza de Luis Fernández Palacios. Tan buenas, que patrocinaban los programas cara al público de Radio Sevilla, donde ponían sus canciones publicitarias: Orión Banda Verde, «oh, oh, oh, Orión,/fabricado a base del famoso DDT». Y los Tintes Iberia: «Mi novia con su vestido/va llamando la atención/por su lindo colorido,/porque está muy bien teñido/causa siempre admiración.»

Las representaciones de Sánchez Dubé no eran como las de Rodríguez Barrios, no: eran mejores. Lo que pasa es que me enteré mucho más tarde, cuando por las ediciones de la nueva ola francesa y de los premios Biblioteca Breve supe de la importancia de Seix Barral. Pepe Sánchez Dubé era el representante en Sevilla de Seix Barral. Un emporio entonces en Barcelona, donde lo menos importante era la editorial: lo que dejaba dinero era la imprenta. Con esa cartera con la que yo lo veía pasar, seguro que Sánchez Dubé venía de Jerez, de contratar para Seix Barral la impresión del etiquetado de medio Marco, de todo el Coñac Fundador, de todo el Tío Pepe. Aparte estaban los libros de Seix Barral. Pepe, tan de derechas, tenía la representación en Sevilla de la editorial más roja y antifranquista. Con mucho tacto, esa parte se la dejó a sus dos hermanas, a Rocío y a Maruja, que nos descubrieron a los sevillanos el «boom» de la narrativa hispanoamericana y trajeron, y nos lo presentaron, a Mario Vargas Llosa, a José Donoso, a Juan Goytisolo, a Terenci Moix. Ahora que se ha ido ya con su Virgen de la Estrella, hay que agradecer a Pepe Sánchez Dubé todo lo que, por delicada vía fraternal de Maruja y Rocío, hizo por la literatura en Sevilla con Seix Barral, aparte de ganar mucho dinero con las etiquetas de las bodegas de Jerez.

Refiero esto porque lo otro, lo de las cofradías, se ha resaltado con toda justicia. Aunque sin un matiz fundamental: Sánchez Dubé fue a las cofradías lo que Suárez a España. Traduzco: el autor de la Transición en la Semana Santa. Sin que se moviera un varal hizo el difícil paso de la dictadura a la democracia. Ahora, gracias a Dios, ya no se tiene idea del miedo que tenían las cofradías a salir con un Ayuntamiento de izquierdas. Coincidió su primera presidencia seglar del Consejo con este otro cambio, de régimen nada menos. El Consejo había pasado de un cura, de don Emilio Aguilar Vera, a un seglar. Y España, del nacional-catolicismo al nacional-laicismo del sarampión democrático. El alcalde Uruñuela y Sánchez Dubé derrocharon tacto, prudencia, comprensión y tolerancia en aquellas primeras Semanas Santas de la democracia. ¡Aquello sí que fue una concordia!

Sánchez Dubé, claro, como era de La Estrella, tendría en la memoria cuanto ocurrió con La Valiente cuando la República y no quiso que se repitiera. Así pudo gozosamente, Domingo de Ramos tras Domingo de Ramos, como fiscal de Cruz, ser el primer nazareno de Triana que pasaba el puente y ponía el pie en Sevilla. Repetía cada año lo de entonces con Uruñuela: establecer la difícil cabeza de puente para el desembarco de las cofradías en la bendita normalidad de la democracia.
 

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