Las cosas de Sevilla. Su nombre se escribía Daniel Jiménez-Quirós Martínez, pero se pronunciaba Dani. Dani el del Santontierro. No me imaginaba yo ayer, ay, cuando tecleaba el gorigori por Pepe Sánchez Dubé y su Laureada de Santa Ana como el diputado de Cruz de La Estrella que heroicamente establecía la cabeza de puente penitencial de Triana en Sevilla, que iba a ser Dani la siguiente pareja nombrada en ese cuerpo de nazarenos de La Canina cuyo capirote todos nos hemos de acabar poniendo. Y nunca mejor mentada La Canina que ahora que se nos ha ido quien fue su hermano mayor, el organizador del último Santo Entierro Grande. Lo había sido y lo seguía siendo, en esta ciudad donde la evocación del pasado es una forma de futuro como otra cualquiera. Más que de hermano de serio del Santo Entierro, con su chaqué de corbata negra con el rojo escudo de la hermandad bordado al pecho, con sus guantes negros sobre la vara, al lado del cardenal, presidiendo el duelo del Sábado Santo, yo a Dani siempre que lo veía me lo imaginaba como nazareno raso de su cofradía, con ropón por túnica, y quizá hasta con la cola arrastrando por los palcos como antaño los alquilones, cuando según la voz popular salía «de siete en siete años», en la magia sevillana de las Siete Revueltas o las Siete Puertas.

Me ha impresionado la repentina muerte de Dani porque como aquel que dice estuve con él, de charlita sevillana, hace quince días. Exactamente, el lunes 25 de enero, a las 8 de la tarde, en la iglesia del Salvador, ésa a la que le han puesto ahora de mote Colegial y medio me la han convertido en un museo. Oficiaban en El Salvador funeral en memoria del que fuera presidente del Senado y director del diario Madrid, don Antonio Fontán. Cuatro gatos esperábamos la hora de comienzo de la misa por Fontán. Hay que ver, no había allí nadie de su antigua UCD, nadie de la prensa sevillana, nadie relacionado con las muchas cosas que fue el gran liberal a quien el Rey creó marqués de Guadalcanal.

Dani llegó, me vio y se sentó a mi lado. Y como aquello tardaba en empezar, trabamos charlita. Me di cuenta de la de cosas de Sevilla que sabía Dani. Por ejemplo, me fue citando todas las hermandades radicadas en El Salvador, muchas de ellas extinguidas. Me recordó aquel San Cristóbal que sacaban en procesión motorizada. Y como quitando importancia a sus saberes, me dijo que recordaba todas estas hermandades del Salvador de cuando preparaban la candidatura de Luis Rodríguez-Caso a la presidencia del Consejo. Después, paseó su mirada por ese Salvador tan reluciente que te tienes que poner gafas de sol para ir a rezarle al Señor de Pasión, y me dijo:

—Han dejado esto bien, pero demasiado frío...

—Sí, Dani —le dije—, le falta alma. Antes tú entrabas aquí en El Salvador y sabías que estaba Dios. Ahora entras y tienes que hacer grandes esfuerzos, como estamos haciéndolos entre todo esto tan brillante, para creer, como creemos, que ya es creer, que aquí, en esta frialdad museificada, está Dios.

Con sus gafas de cordoncillo caídas sobre el pecho, Dani me citó la frase de Goya:

—A esto le falta que el tiempo también pinte.

El tiempo ahora, ay, ha pintado tu muerte. No sabía yo aquella tarde funeral, querido Dani, que iba a estar ahora martilleando para ti este literario Jarrillo de Lata. Con tus amigos de la tertulia El Museíto, tú me concediste un día el honor de ese Jarrillo y entonces conocí toda la Sevilla honda que llevabas dentro y tu sentido del humor detrás del hermano de serio del Santontierro. Espero, Dani, que ahora que te ha llevado La Canina de tu cofradía, esos amigos del Museíto con los que fuimos a entregárselo a Sor Ángela hagan este año plata de memoria con ese Jarrillo que tú mismo estableciste como medida de la sevillanía seria que chorreabas.