ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Memoria histórica de Marichalar

En el Cádiz que hoy celebra el Domingo de Coros es voz común que el día de Tosantos de 1755, cuando el terremoto de Lisboa hizo que la plata quieta de la Caleta se disfrazara de maremoto, el cura de la iglesia de La Palma sacó el estandarte de la Virgen de los viñeros y mandó parar la inauguración del primer sunami que se conoce, cuyas aguas se detuvieron justo a la altura del Mesón Cá Felipe, donde mi recordado filósofo caletero Felipe Martín ofrecía sus caballas y zapatillas acabaítas de pescar, en un enorme canasto de vendedor de marisco con este letrero: «Casi tós estos pescaos han actuado de extras en las películas del Comandante Custró». Y también es voz común que la frase histórica, documentadísima y probada, que pronunció el celoso sacerdote viñero para detener el maremoto fue: «Hasta aquí llegó el agua dijo el Cura de La Palma».

Bueno, pues como estamos en el Domingo de Carnaval de 2010 y no en los Tosantos de 1755, el agua del sunami de la Memoria Histórica no llega hasta el empapelamiento de Garzón, no: llega justo hasta la estatua de cera de mi admirado y querido don Jaime de Marichalar y Sáenz de Tejada. Iluso de mí, creía que la reescritura de la Historia quedaba para los asuntos de guerra civil y postguerra. Por decirlo en lenguaje gaditano: un mojón pá mí. O dicho más académicamente: tequiarcarajo, Antonio. Las aguas de la reescritura interesada de la Historia llegan ya hasta el reinado de Don Juan Carlos I. Sé que el cura de La Palma se ha embarcado ahora en una barquilla viñera, ha navegado por la Bahía de Internet, ha echado la tanza y el champel en la página de la Casa del Rey, y tras comprobar que allí don Jaime de Marichalar ni está ni se le espera, como el otro, pero sin 23-F, ha dicho sobre la Memoria Histórica: «Hasta aquí llegó el agua, porque aquí no aparece más Duque que el de Palma». (Toria)

A lo mejor yo no manterao o a lo mejor tú no taxplicao, cura de La Palma. ¿Usted está seguro de que Marichalar existe? Los muertos del cristal de la pantalla del ordenata: ¿no será un infundio que le han levantado a la Familia Real? Seguro que son los fachas. Los mismos fachas que quieren hacernos creer que los nacionales ganaron la guerra, que se han empeñado ahora en convencernos de que la Infanta Doña Elena estuvo una vez casada, e incluso están levantando la calumnia de que la boda fue en Sevilla y con Marichalar nada menos.

Será porque yo soy, yo soy un caso perdío en materia de Memoria Histórica pero me da la razón la España de chafarrinón del Museo de Cera de la Plaza de Colón. Más que al museo londinense de Madame Tussauds, a mí ese sacaperras para turistas catetos me ha recordado las horrorosas barracas de feria con la escena de la muerte de Granero, Gallito o Manolete. Al dueño del Museo de Cera también lo tenían engañado, y creyéndose que alguna vez existió don Jaime de Marichalar, hasta puso allí su elegante figura. Mientras convino, claro. Pues en museo tan hispánico también se produjo el famoso «cese temporal» y a Marichalar al pobre ya me lo habían quitado de La Zarzuela de cera y colocado en un burladero de callejón, en su condición de aficionado a los toros. ¿Viendo torear a Antonio Ordóñez? No, hijo: viendo ¡a Jesulín de Ubrique! Después de todo, mejor que la Memoria Histórica haya decretado que Don Jaime nunca estuvo inscrito en el Registro Civil de la Familia Real y una conmiserativa carretilla me lo haya expulsado del Edén del Museo de Cera. Como los americanos cuando derribaron la estatua de Sadam Hussein al entrar en Bagdad, pero en cera y en la Plaza de Colón. Menos mal que la carretilla de los residuos sólidos históricos ha evitado el lance de tener que verlo no admirando a Jesulín, sino al lado de Belén Esteban. Capaces eran. Pero éstas son elucubraciones mías de Carnaval. La Memoria Histórica dice que Marichalar nunca existió. Una y una, y otra vez. Nunca estuvo en ese Edén. Y al Edén, pó que le den. Amén.

 

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