Una amenaza terrible se cierne sobre Sevilla. Espantosa. Horripilante. De echarse a temblar. De pedir calma y decir que las mujeres y los niños primero a la hora de ponerse a salvo. Una noticia apocalíptica que, de confirmarse, puede provocar una estampía... ¿cómo le diría yo? ¿Usted se acuerda de las carreras del pánico durante la Madrugada del año 2000, que por poco hasta Pilatos pierde la palangana? Pues esta vez sería peor. Pero muchísimo peor. Muertos iba a haber en la desenfrenada y loca carrera de la gente huyendo de Sevilla, buscando la salida hacia Huelva o el Ave para largarse a Madrid, o la estación de metro más cercana para ponerse a salvo por lo menos en Montequinto, donde manda el alcalde de Dos Hermanas.

La amenaza no se la ha inventado un autor de novelas de horror, sino el horror de primer teniente de alcalde de novela negra (con pipa del detective incluida) que padecemos en Sevilla. Aquellos polvos de los nuevos aires del PSOE que han barrido a Monteseirín como candidato a repetir mandato han traído los lodos de esta situación, que incluso a San Fernando montado en su caballo de la Plaza Nueva, frente por frente al lío de la Casa Grande, puede convertirlo en jinete del Apocalipsis.

Pues la amenaza es cierta, y las palabras del horror estarán hasta grabadas y puede que incluso, filmadas, alguien las cuelgue pronto en Youtube. Pues Torrijos ha dicho, respaldado por su muy aplastante y abrumadora mayoría (¡tararí!) de la birria de 25.772 votos que sacó en las municipales del 2007, frente a los 128.776 del PP y a los 124.534 del PSOE:

—Si Monteseirín dimite, el alcalde soy yo...

Vamos, que no se quiere morir sin ser «reina por un día». En el siglo XVII, cuando se cernía sobre la ciudad una amenaza de peste, riada, sequía o hambruna, Sevilla sacaba en rogativa al Cristo de San Agustín, que estaba en la parroquia de San Roque y que quemaron por cierto los correligionarios de Torrijos en el 36. Ahora habría que hacer algo así. Unas rogativas, un encendido colectivo de velas ante el San Judas Tadeo del compás de la hermandad del Silencio. Algo. ¿No sacaron al Cachorro por lo de Haití? Pues esto es como lo de Haití, pero de aquí. Sólo Cristo según Triana puede librar a los sevillanos de esa maldición bíblica de tener a Torrijos de alcalde. ¿Pero qué ha hecho Sevilla para merecer esto? ¿Tan malos hemos sido, tan pecadores, que el cielo nos manda este castigo de la torrijización de la alcaldía?

Y quien dice rogativas dice procesión cívica nocturna, con luminarias, hasta el domicilio trianero de Don Alfredo, para suplicarle que no se vaya. Como en los rosarios de la aurora, pero de noche, con cánticos de súplica y alabanzas. O, ¿qué digo yo? Recoger firmas. ¿No pusieron mesas los comerciantes de la calle Asunción para recoger firmas contra la peatonalización? Pues ahora, por toda Sevilla, pondríamos esas mesas con pliegos para que los ciudadanos (y ciudadanas) firmen contra la torrijización de la alcaldía, que es mucho peor que la peatonalización de Asunción, dónde va a parar.

Visto lo visto, de rodillas hay que pedirle y suplicarle a Monteseirín que por lo que más quiera, por la salud de sus niños, por la gloria de Cotón, por Sevilla, por Andalucía, por España y por la Humanidad, que no nos vaya a hacer esta jangá, que agote su mandato, porfa, porque en caso contrario... es que no quiero ni pensarlo. Si Torrijos como socio del alcalde ha liado la que ha formado, que se ha cargado a Sevilla, ¿se imaginan lo que podría hacer como titular? Puede ponernos carril-bici hasta en el pasillo de casa. Pero obligatorio. Yo que no le canté a Don Alfredo las Sevillanas del Adiós cuando anunció su retirada, se las digo ahora, a ver si nos libramos de Torrijos como alcalde: «No te vayas, por favor,/no te vayas todavía,/que si te vas la alcaldía/es de Torrijos, qué horror».