ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Lorente, el centurión del Cerro

Vi una vez la edición de un estudio universitario sobre Derecho Romano que traía en su cubierta la foto de Manuel Loreto vestido de armao, en su guerra de las Galias de la lucha cuerpo a cuerpo con la emoción en la calle Parras, y ni el mismísimo Julio César que hubieran puesto en la portada quedaba más ajustado al contenido del libro. Sevilla sigue siendo la cervantina «Roma triunfante en ánimo y nobleza». No hay más que ver la cara de los armaos de la Macarena, que son los que ganaron las batallas de Roma. O la cara de los armaos chuchurríos y fúnebres del Santo Entierro, que son los que las perdieron. Estos armaos tan arqueológicos se arrodillan cuando arrían el paso de la Urna porque Julio César los tiene castigados. No por correr, que dijo Rogelio que es de cobardes: por tristes, que es el máximo deshonor de un armao.

Y luego están los armaos de los pasos. Que suelen ser Sevilla triunfante en Roma. ¿Sevillanos que sirvieron de modelo para el escultor de las figuras de la Pasión o coetáneos de Cristo que se encarnaron en andaluces de nuestro tiempo? Cuando estaba Julio Anguita en la política, dije:

—Julio Anguita no es de Izquierda Unida, es de Castillo Lastrucci...

Pero no por la parte de Roma, sino por la de Judea. Estábamos hartos de ver a Anguita de judío en los misterios de Castillo Lastrucci. Como el imaginero Juan Carlos Blanco descubrió que Manu Tenorio no era de Operación Triunfo, sino de la Roma sevillana, y lo eternizó de armao de paso en la Semana Santa de Almuñécar. Lo mismo le ocurrió a Miñarro con mi querido Manuel Lorente, que nos acaba de dejar. Estaba Miñarro modelando las figuras del paso del Cristo del Desamparo y Abandono para la hermandad del Cerro cuando a la hora de labrar el armao cayó en la cuenta de que verdaderamente todos los centuriones romanos eran periodistas de raza y críticos de arte, estaban tocados por la gracia de los golpes de humor, eran inspirados dibujantes, más sevillistas que el escudo y extraordinarias personas. Así fue como Miñarro tomó a Manuel Lorente como modelo. No sé si de centuriones romanos o de periodistas sevillanos. En mi taller de imaginería, me quedo con Lorente como centurión de su familia, en los pisos de la Prensa en Nervión o en los apartamentos de Matalascañas, con Carmela su mujer, la que conoció cuando trabajaba de peluquera con Walter en la calle Tetuán, en los altos de Taisa, en la esquina del antiguo Britz, donde Manolo, aún no dedicado plenamente al periodismo, se ganaba la vida vendiendo electrodomésticos. Me quedo con Lorente como centurión de su familia, con sus hijos César y Manolo, con su hermano Antonio, que se le adelantó en la definitiva estación ante el Señor de los Gitanos. Me quedo con Lorente como centurión de la gracia de Sevilla como dibujante, toda la del mundo, que condensaba en los chistes que Mingote le publicaba en «Don José», la revista competencia de «La Codorniz» que se editaba en papel verde, manque escribieran sevillistas y madridistas. Me quedo con Lorente como centurión jefe del huecograbado de ABC, que fue quien inventó mi sección «Casco Antiguo» cuando empecé a escribir en la tripa unos textos sobre la Sevilla clásica, Nicolás Salas quiso ilustrarlos a modo de llamada en el hueco, y a Lorente se le ocurrió darlos juntos en la misma página. Y me quedo con el centurión del sevillismo militante, con quien creó el Hispalito siglos antes que el Naranjito del Mundial 82 y lo vistió, naturalmente, como a Juan Arza. Para mí que Lorente cuando escribía una crónica del Sevilla estaba convencido de que hacía crítica de arte. Tan cercano lo tengo en tantos recuerdos de la vieja Redacción de ABC y tanto apreciaba a este viejo centurión del periodismo sevillano, que estoy seguro que este Martes Santo, cuando lo vea en lo alto del paso del Cristo del Cerro, Lorente me preguntará:

—Burguitos, ¿cómo ha quedado el Sevilla, que entre el retranqueo y la colocación de las flores no he podido enterarme?

 

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