ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Del óle al bieeeeen

Para alianza de civilizaciones, nuestra lengua. Enriquecedora alianza de civilizaciones con la lengua árabe, que nos poetizó el vocabulario. Dices alcándara, alhucema, almadraba, alcanfor, alcaraván, albarda, almazara, almáciga y ajonjolí, y con tan bellas voces tienes ya medio poema hecho. Sólo te falta espurrear unos cuantos verbos y sujetos para una qasida de amor. Y entre los arabismos de nuestra lengua, ninguno tan racial como el óle, del árabe «wa-llah»: ¡por Alá! Óle que no es exactamente lo mismo que el olé. Basta ir a los toros una de estas tardes para aprender a captar la diferencia. La plaza es como un conservatorio donde más de 12.000 alumnos, sin profesor, sin libro, sin programa y sin exámenes aprueban con matrícula de honor la difícil asignatura del silencio. Cuando alguna voz extemporánea suena, hay en el aula, perdón, en el Arenal, como un pontífice de guardia, que usando el plural mayestático de los papas de Roma promulga una encíclica oral de obligado cumplimiento:

—¡Vamos a callarnos!

No es el siseo, no. El siseo que manda callar es de los que no se saben la asignatura de los silencios y han de quedar para septiembre, para la Feria de San Miguel, hasta que se la aprendan. El silencio está en la partitura de un saber de siglos que entra por la planta de los pies con sólo pisar la ladrillería ritual, piedra angular que aguantó y aguanta los envites de todas las modas y novelerías, inalterable, incluso con las cornás que da a la Fiesta el hambre de independencia de los catalanes. En Hollywood, para que más de 12.000 personas se callen al mismo tiempo o simultáneamente aplaudan y rompan en exclamaciones de entusiasmo, se necesita de momento un Steven Spielberg experto en movimientos de masas, un megáfono de órdenes y un dineral para contratar extras. Los extras de la gran película de los silencios de Sevilla no sólo no cobran un duro, sino que pagan un dinero muy curioso por actuar sin necesidad de regidor de escena. Deberían pedir derechos de imagen a Manolo Molés. Por cada corrida televisada ¿no cobran un plus de imagen los toreros de oro y los de azabache (ex plata), el ganadero y el empresario? ¿Y no pagan en las televisiones al público alquilón que llena los platós como disciplinados aplaudidores? ¿Pues por qué no han de cobrar los espectadores de los toros su cuota de protagonismo en el pago-por-visión, sobre todo cuando el público, como en Sevilla, es parte del rito que televisan?

No hay dinero en el mundo para pagar los sonidos del aventajadísimo alumnado del Conservatorio del Silencio de la plaza de Sevilla. Ni su dominio del óle. Venía diciendo que no es lo mismo el óle que el olé. Observen una serie de naturales ligados con el de pecho. Si son buenos, cada uno de ellos será rubricado por un óle. Óle con acento llano, un óle breve, sincopado. Y cuando la serie sea rematada con el de pecho, vendrá el olé, con acento agudo. Un olé alargado como la mano que le va dando salida al toro. Como si el toro no pasara bajo la muleta, sino bajo las dos alargadas sílabas del oooooooolé.

Hasta ahora. Porque los nuevos planes de estudio del Conservatorio del Silencio han establecido como una gradación del aplauso verbal del óle. Hay faenas de una oreja y faenas de dos orejas. Y muletazos de óle, el máximo honor de la aprobación, y muletazos de «bieeen», que es como un anticipo a cuenta del óle. Que se está imponiendo. Antes había inicios de faena que comenzaban directamente por el óle y el olé. Ahora no. Al mismo Belmonte que volviera no le dirían un solo óle al comienzo de su faena. En todo caso el «¡bieeen!» de los universales, ante tanta verdad y tanta belleza. Sólo cuando el público se calienta rompe la oleada del óle. ¡Qué contradicciones más barrocas las del Conservatorio del Arenal! Tanta generosidad para sacar el pañuelo para el constipado ferial de orejas que nos aguarda, y tanta tacañería a la hora de gritar ese óle que sale del alma, en franca decadencia, borrado por la cerebral y cautelosa precaución del «¡bieeen!», frío como una corrida en Laponia.

 

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