ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Mobiliario urbano, alcaldes Ikea

Del mobiliario urbano no me gusta ni el nombre. Absurdo. Esto de mobiliario urbano, ¿qué es? ¿Lo contrario de mobiliario rural? ¿Es que en el campo hay acaso farolas, bancos, papeleras y buzones de correos?

—Cómo se ve que va usted poco al campo, qué preguntas más tontas hace. Naturalmente que el campo está lleno de papeleras, y de bancos, y de farolas. No tiene usted más que coger la carretera de Cádiz, la N-IV. Pasados Los Palacios, a derecha e izquierda, tiene usted aquello así de mobiliario rural. Usted conoce la sevillana rociera de «chumberas del camino, Camino de las Cigüeñas», ¿no? Pues no vea usted el mobiliario rural tan bonito que han puesto en el Camino de las Cigüeñas, una modernidad, precioso. Y por no salir de los caminos rocieros, que están al caer, en la Raya Real puede usted encontrarse todo el mobiliario rural que quiera: papeleras, buzones de correos, paradas del autobús. Un mobiliario rural modernísimo y precioso. Por eso se habla de «mobiliario urbano», para diferenciarlo del mobiliario rural.

Pues aunque no esté en el campo, el llamado mobiliario urbano suele ser lo más cateto del mundo. Por culpa del diseño. Ya saben qué es el diseño: el arte de conseguir que nada parezca lo que es y que nada sea lo que parece. Los mismos nombres de los chirimbolos de las calles lo dicen todo. Hubo un tiempo en que fue la moda poner «farolas de ducha». Más que farolas, parecían duchas de piscina o de playa. Por el contrario, en la playa de Matalascañas pusieron unas duchas de diseño que eran talmente farolas tipo supositorio como las que hay en Puerta Jerez delante de la casa de los Guardiola.

En los archiperres callejeros antes las cosas eran lo que parecían. Por ejemplo, el marmolillo de hierro de toda la vida. Que es una curiosa contradicción barroca sevillana. En Sevilla el marmolillo, como el mismo nombre indica es... de hierro. Bueno, pues los marmolillos eran como siempre fueron. Hasta que les cambiaron el nombre y les pusieron de mote «bolardos» y les dieron forma ora de queso de bola, ora de horquilla del pelo enooooorme, ora de cilindro de acero con el NO8DO troquelado arriba, perfectamente calculado a la altura exacta de las rodillas de los peatones, que te pegas un leñazo con ellos en toda la rótula y el derrame sinovial no hay quien te lo quite.

Bueno, pues nada de eso vale. Aunque se gastaron un fortunón en los chirimbolos y archiperres estrictamente ho-rro-ro-sos de la Avenida y de la Puerta Jerez, eso va todo fuera «por razones estéticas». Eso de «razones estéticas» tiene música. A mí me suena a la campanita de la caja registradora, ¡clin, clin! Con un grave peligro: lo que pongan será más horroroso todavía. Aunque parezca difícil, es más que posible que superen el espanto de los bancos Ikea de la Plaza Nueva y de la Puerta Jerez.

Si de verdad fuera «por razones estéticas», había que dinamitar todo lo que han hecho con el centro. ¿Por qué vamos a quitar los bancos Ikea de la Puerta Jerez y no vamos a quitar las setas de La Encarnación, que ésas sí que tienen tela? ¿Por qué vamos a quitar cuatro farolas locas que no le hacen daño a nadie y vamos a dejar el concepto mismo del Parque Temático del Centro convertido en Düsseldorf o en Isla Mágica sin portugueses? Si es por razones estéticas, que Sevilla vuelva a parecerse a Sevilla. Lo malo de la Puerta Jerez no son las farolas, ni los bancos. Lo malo es el concepto, el disfraz de mamarracho centroeuropeo que le pusieron a Sevilla. Y sentado allí en un banco de Ikea, como si fuera un mendigo de perro y flauta, me pongo a considerar que la maniobra es más honda de lo que parece. El alcalde debe de ser parte del mobiliario urbano. Por eso lo quita su partido, por razones estéticas. Contradictoriamente, van a poner un Alcalde Ikea, un tal Espadas. Ya lo han entregado en un paquete, pero ahora cualquiera es el guapo que es capaz de montarlo.

 

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