Correo
Me gustaría saber a quién hay que felicitar del Ayuntamiento para hacerlo en tiempo y forma por una decisión que es una raya en el agua. En el agua de la ría de la Plaza España. Han sacado a concurso la concesión administrativa para volver a poner barcas de recreo en la Plaza España. Óle. Eso significa, y de aquí mi deseo de felicitación, que al menos en algo mínimo hay voluntad de que Sevilla se parezca a Sevilla, y que esto no sea Düsseldorf con capillitas...y 600 millones de euros de deuda municipal
Una arquitecta guiri enamorada de Sevilla ha reunido en el Pabellón Mudéjar una galería de fotos familiares directamente sacadas de las latas de carne de membrillo donde las guardaban las abuelas. Son las viejas fotos sepia de los niños de Sevilla, de los novios, de los soldados, de los estudiantes, todos en la Plaza América, dando de comer a las palomas. Todos tenemos una foto de niños dando de comer a las palomas. Las palomas permanecen, el tiempo pasa. Hoy las mismas palomas de toda la vida se dejan retratar ante los niños nuevos, como se fotografiaron sus padres, sus abuelos, sus bisabuelos.
Y ya que hablamos de retratos de la memoria, que levante la mano quien no tenga una foto de niño o de muchacho, con pantalón corto o bombacho, en las barcas de la Plaza España. Barcas de tarde de vacación en el colegio, barcas del jueves, barcas del sábado. Barcas de los internos a los que sacaban a pasear, ¿verdad, Víctor Márquez Reviriego? Sus padres venían de los pueblos a echar la tarde con ellos y convidaban a barca a todos los amigos de la clase. Barcas de los novios que se daban un furtivo beso cuando pasaban por una fingida Venecia en la fugaz oscuridad del Puente de Aragón. Barcas de niños de primera comunión, marineros de los dos remos por el mar de la ría que lucían en su blanco uniforme la condecoración del mérito naval de dos manchas del ritual chocolate del desayuno. Barcas de los soldados de Soria 9, de Sagunto 7, de Artillería 14, siempre trajinando criadas de cofia y delantal que cuidaban niños de almidón y encajes. Barcas del primer gamberreo de Bachillerato, cuando tirábamos siempre al agua a aquel gafitas tímido de Segundo que tenía cara de jugar al abejorro con él.
Desmintiendo al presocrático, en Sevilla te puedes volver a bañar dos veces en el mismo río. O por lo menos, a remar ahora en la misma ría de entonces, en cuanto boten de nuevo las barcas de la Plaza España. Aquellas barcas que daban su humanitario avío cuando el río se salía de madre y Sevilla, su hija, se arriaba. Barcas que retrataban Serrano, Gelán, Vilches o Serafín en ciaboga por los Hércules de la Alameda, llevando el pan a los arriados de la calle Lerena, de la calle Santa Ana, de las Lumbreras.
Y luego, pof, pof, pof, la "Enriqueta". La gran barca con motor y un señor a popa que la pilotaba, donde nos montábamos en grupo, y que a nosotros nos parecía por lo menos uno de los grandes transatlánticos de la casa Ybarra, el "Cabo San Roque" o el "Cabo San Vicente". O una motonave de Navicoas, la naviera de Filomeno de Aspe. La "Enriqueta" era una barca de la Plaza España así como con carné de familia numerosa. Como la madre de todas las barcas. La de gente que cabía en la "Enriqueta" para darse el paseo entre los chinchorros que adelantaba por babor y estribor, dejando una estela que era como una ilusión de marejadilla en el Estrecho para los intrépidos remeros y que levantaba los gritos de todos los internos, de todos los soldados, de todos los novios, de todos los muchachos de fijador y trajecito de corbata con pantalones bombachos.
Retornan las barcas a la Plaza España. Todos volveremos a tener catorce años. Pero no pasará ya, ay, lenta y solemne, con el pof, pof, pof de su motor, la "Enriqueta" con nuestros padres y nosotros en sus brazos...
|
Archivo de artículos en la web de El Mundo
|
|
