ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La Esperanza cruza el río

Escribo en la mañana del domingo, con campanas de gloria en la Giralda. Escribo tras haber vivido un capítulo inédito de la Sevilla Insólita. Dicen que fue entre el sábado y el domingo, pero ahora lo dudo. Fue una Madrugada disfrazada de septiembre, en una vendimia de sorpresas, un verdeo de emociones nuevas. El catálogo de emociones de Sevilla debe siempre ser de hojas de anillas, renovables, acumulables.

Yo había visto cruzar el río al Hijo de Dios. En la barandilla del puente, junto al fotógrafo Luis Arenas y al escritor Manuel Díez Crespo, muchos Viernes Santos de corbatas negras. Yo había visto antes cruzar el río al Cristo de la Expiración en los versos de Aquilino Duque, el día que me regaló en Los Corales su libro «La calle de la Luna»: «Esta noche, Manuel, Tú sobre el puente». En la beatificación de Madre Purísima tenía que haber sonado el palimpsesto de ese poema, diciendo a la Esperanza: «Esta noche, María, Tú sobre el río».

Allí me La encontré, que fui a buscarla. Cuando iba a cruzar el río. El poeta Manuel Mantero dice que todas las mujeres nos hacen esperar, pero que a la Única que espera sin enojo es a la Esperanza, cada Madrugada, cuando viene desde Georgia para pelar la pava a lo divino con Ella. Como amante impaciente, yo fui a buscar a la Esperanza desde San Lázaro, desde las mismas tapias del tanatorio, hasta la otra orilla del río. El río de la vida: desde la muerte, a la vida que la Esperanza nos da con seguridad de eternidades.

Y allí venía, de vuelta a su casa, ya en las sombras de la noche. El verde de la Esperanza por el verde de la ribera del río. Como junco en la orilla. Sin farolas en la oscuridad de la subida al puente del Alamillo. Sólo con su luz de cera. Da lo mismo. Su perfección aguanta todas las luces. La cera y las miles de estrellas fugaces de los flashes y las fotos con el móvil. Sin palio. ¿Quién se fija en el palio cuando la Esperanza viene a lo lejos, como un reflejo de sol de la Resolana en la oscuridad? Por palio llevaba las estrellas. Buena gloria la Luna para ese techopalio.

Y suenan los tambores junto el río. No suenan a calle Parras. Suenan a calle Pureza. Bendita sea tu Pureza, Esperanza de Sevilla, Esperanza de Triana, Esperanzas del río de la vida. Los tambores al lado del río, cuando la Esperanza enfila el puente, suenan a Altozano. Quizá porque dentro de su corona tintinea el ancla de nuestra Esperanza. Abriendo el cortejo va el tintinábulo; pero tintinear, lo que se dice tintinear, el bamboleo marinero que me trae el ancla dentro de la corona de la única, de la verdadera Esperanza. Que junto al río, con tambores como de lepantos marineros, me dice que Madre de Dios no hay más que Una, aunque en la dual Sevilla de Jano tengamos dos donde elegir. A sotavento o a barlovento, un ancla sola, una sola Esperanza. Por eso la Esperanza de la Macarena cruza el, ay, río de Sevilla sin que la saya se le mojase. De acostumbrada que está a cruzarlo desde Triana.

Y como ni el tiempo ni el río fluyen, que Ella los detiene, la candelería se refleja en los manojos de globos. ¿Es Domingo de Ramos de La Estrella, con estos globos y estos cochecitos de niños chicos? Sí, Domingo de Ramos de Juncias del Río de Septiembre de esta Estrella que viene en la noche alumbrada por la cera, entre el verde de su propia Esperanza, cruzando el puente y reflejando la vida venidera en los ojos de los niños de pecho que traen las madres con sus carritos entre la bulla. Carritos y globos. Como Dios, El Sentencia, su Hijo, manda.

 

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