ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Señorita Escarlata, qué petardo Trini

YO sabía que existía la Internacional Socialista, la Internacional Liberal, la Internacional Comunista. De los hechos deduzco que también existe, y con más fuerza y vigencia que todas ellas, la Internacional Feminista. La rama española de la Internacional Feminista funciona con un poderío que, ay, de ti como te coja. No te escapas ni con alas de compresa. Que se lo pregunten, si no, a Alfonso Guerra, que acaba de ser arrollado por la Internacional Feminista con la furia antañona de La Roja. El «a mí, Sabino, que los arrollo» es ahora: «A mí, Bibiana, que este tío es un machista».

En España dice la Constitución que hay libertad de expresión. Según y cómo. Hay libertad de expresión para criticar a los hombres en general. Excepto si son homosexuales, en cuyo caso es usted un homófobo; o si son oscuritos de color, en cuyo caso es usted un racista; o si son extranjeros, en cuyo caso es usted un xenófobo. Nadie atenderá a su crítica de fondo, y todos tomarán por las hojas el rábano de la xenofobia, el racismo o la homofobia. Y para criticar a las mujeres, sobre todo si son políticas, hay excepción total de ese artículo de la Constitución. No se atreva a hacer la menor crítica de una señora, porque la Internacional Feminista lo condenará a la hoguera, si antes no lo ha fusilado al amanecer.

Y si es arriesgado criticar a una señora, nada digo de una señorita. Por una vez y sin que sirva de precedente, hago mías las palabras de mi paisano Alfonso Guerra: «Yo no sabía que la palabra “señorita” pudiera molestar a nadie».

—Ni yo, ni ese señor que está ahí desayunando café con calentitos del Postigo y leyendo el ABC...

Así que ya lo sabe usted: quien diga «señorita» es un machista peligrosísimo, como Guerra. A Guerra le habían llamado de todo. Ahora es ya hasta machista. Como el utrerano Enrique Montoya, que era un machista, porque cantaba lo de «Señorita, señorita, señorita»: qué poca vergüenza, repetir tantas veces la palabra prohibida. Boby Deglané era un machista, porque cuando llegaba una concursante a su Cabalgata Fin de Semana, preguntaba siempre:

—¿Señora o señorita? ¿Señorita? ¡Será porque usted lo quiere!

Pues las señoras lo que quieren ahora es promulgar su dogma: decir «señorita» y muy especialmente «señorita Trini», es machista. Los hermanos Alvarez Quintero eran unos machistas, porque su teatro está lleno de criadas que se dirigen a la señorita Rocío y novios que le salen a la señorita Consolación. Juan Eslava Galán es tan machista como Guerra: tuvo la desfachatez de publicar la novela titulada «Señorita». Rafael de León era otro machista: le dedicó «La niña de la estación» a la señorita Adelina, de la que dijo, además, qué pedazo de machista, que era «más cursi que un guante». Picasso, otro machista: pintó «Las señoritas de Aviñón». Hasta la Institución Libre de Enseñanza era machista, pero tela de machista: puso en la calle Fortuny la Residencia de Señoritas. Y los niños que en la escuela le llaman «la seño» a su profesora son machistas en agraz.

Yo exculpo a Guerra. Quizá ha visto «Lo que el viento se llevó» muchas más veces que «Muerte en Venecia». Y no quiso decir «señorita Trini», sino que poniendo voz de criada afronorteamericana (como hay que mentar a los negros para que no te llamen racista), exclamó: «Señorita Escarlata, qué petardo ha pegado la señora Trini».

 

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