ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Nueva Calle Manteros

Había que echarle valor en plena dictadura, con Franco en El Pardo y los jerarcas de Falange en la calle Castelar, para poner un azulejo trianero que proclamaba que aquella era la «Antigua Plaza de San Francisco» debajo mismo del rótulo que en la fachada de la antigua Audiencia, hoy Cajasol, la proclamaba como «Plaza de Falange Española». Y había que echarle valor para poner en la Punta del Diamante otro azulejo igual, con «Antigua Calle de Génova» encima del nombre oficial de «Avenida de José Antonio Primo de Rivera». El sevillano que tal hizo como delegado de Cultura del Ayuntamiento en la alcaldía de Hernández Díaz fue su adjunto y catedrático de Bellas Artes, don Antonio Sancho Corbacho, a quien la ciudad, aparte de la memoria histórica de las calles rebautizadas tras la guerra, le debe libros fundamentales como la «Arquitectura Barroca Sevillana».
Me he acordado del profesor Sancho Corbacho al salir hacia la Avenida desde mi natal calle Bayona (hoy Sánchez Bedoya), de la que fue vecino Cervantes como huésped de la posada de Tomás Pérez, que estaba donde hoy el SAS, frente a donde mendiga el perenne Hombre-Maceta. Sancho Corbacho, en su impagable tarea de rescate del nomenclator tradicional, también puso en la calle General Polavieja el azulejo con el nombre histórico: «Antigua Calle de Manteros». Lo colocó en la esquina de General Polavieja con Granada, donde estaba el bar Los Candiles y hoy la entrada a las dependencias municipales del edificio del Ex Laredo.
Me acordé de Sancho Corbacho porque en esa esquina de la Avenida pegaba colocar un azulejo de los suyos, que pusiera: «Nueva Calle de Manteros». Pues allí, desde La Ibense al Horno de San Buenaventura y a Filella, en la ex acera derecha de la Ex Avenida, estaban todos los manteros de África, de América e incluso de Oceanía, ofreciendo sus mercancías de matute a los peatones: ora los pañuelos, ora los cinturones, ora los bolsos, ora los billeteros, ora las pulseras. ¿Usted sabe cuántas mantas de negros había en la Avenida la otra tarde?
—Yo se lo voy a decir: más mantas que mantas hay en el Ayuntamiento. ¿Hay mantas en el Ayuntamiento, no? Bueno, pues en la Avenida hay muchísimas más.
Manteros agilísimos. Que ganarían la maratón. La corren cuando aparece un guardia municipal. Cogen los cuatro picos de la manta, hacen un lío con las existencias, y salen corriendo si hay que correr, el uno hacia Sánchez Bedoya, el otro hacia García de Vinuesa, el de más allá por las Gradas a Alemanes, a pique de un repique de la campana del tranvía, de que los pille el llamado Metrocentro. ¿Para esto se gastaron un dineral en la Avenida peatonal, para hacerla tercermundista mercado ilegal de los simpapeles, paraíso de los manteros que están asfixiando al comercio que paga sus impuestos y emplea a sus dependientes? No me lo ha dicho mi hermana Fina, pero el día menos pensado se le pone un negrazo con una manta a vender zapatos de niños delante de Calzados Catedral.
A la vieja calle Manteros, a General Polavieja, la llamaban en los años 50 con el título de una película de Howard Hawks: «La Ciudad sin Ley». Allí, cuando las cartillas de racionamiento, en La Perlita o Los Candiles, paraban todos los estraperlistas y hacían sus trapicheos hasta de penicilina de contrabando. También le cuadra el mote a esta Nueva Calle Manteros. Símbolo de esta nueva Ciudad Sin Ley de los manteros, que padecemos en la Avenida, en la calle Tetuán, en el Nervión Plaza. Y no protestes, porque te llamarán racista y xenófobo...
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