ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Un aeropuerto en Atocha

No sé si han venido alguna vez desde Madrid en un Ave de los que llaman «en doble composición», esto es, dos trenes unidos con sus ocho vagones de reglamento cada uno. Y si venían en el tren de cola y en preferente, habrán visto que en tal caso, aunque el billete diga que usted viaja hasta Santa Justa, el vagón le deja por lo menos en San Jerónimo. ¡Qué pechada de andar hasta la estación propiamente dicha, arrastrando la maleta! Bueno, pues algo peor todavía es lo que a partir de la inauguración del Ave a Valencia nos espera en Atocha a todos los sevillanos que vayamos a Madrid. Y en todos los trenes. Se acabó la comodidad de ir a Madrid en Ave, que cuando nada más que lo había a Sevilla te trataban como a un señor y el tren llegaba hasta la mismísima estación, vamos, que casi te dejaba en la parada de taxis.
Sevilla, que fue una privilegiada con el Ave gracias al gobierno de Felipe González, es ahora la maltratada en beneficio de Málaga, de Valencia y, ojú, de Cataluña. Con tantas ampliaciones del Ave, Atocha se ha quedado chica. Y por culpa de este «café para todos» (sin Clavero) que es el Ave que ya llega a 21 capitales de provincia, a los sevillanos nos han fastidiado a modo en las llegadas a Madrid. Antes, como digo, el Ave te dejaba en Atocha a pie de taxi. Ahora te deja aproximadamente en el Cerro de los Ángeles. Allí, más o menos, han puesto en Atocha ese horror al que llaman «Terminal de Llegadas Sur», obra de Moneo, que ha hecho lo único que sabe: algo tan incómodo, carísimo y absurdo como su aeropuerto de San Pablo.
El Ave termina ahora su viaje como a siete mil kilómetros de la estación de Atocha propiamente dicha. La azafata lo anuncia antes de llegar, que hay que subir por unas escaleras mecánicas. Bueno...después de pasar por unas pasarelas metáli-cas que han puesto en los andenes, que dan tela de jindama, aquello parece que está en tenguerengue. Y con tus maletas a rastras, sin que se vea un carrito en tres leguas a la redonda, tienes que subir, en efecto, esas rampas y escaleras mecánicas. Te crees que ya vas a poder gritar como Picoco cuando se hartó de estar en el puesto de una montería:
—¡Taaaaaaxi!
Pero qué va. Arrebátate, Catalina, que ahora viene lo bueno: descubres que tras grandes inversiones (177 millones de euros) e ímprobos esfuerzos, han convertido a Atocha en un aeropuerto, con todas las incomodidades de los aeropuertos y ninguna comodidad de las estaciones que dejan en el centro mismo de las ciudades. Tras la rampa mecánica te esperan en el nivel superior unos largos corredores, aeroportuarios totales, con varios tramos de pasillos rodantes. Piensas:
—¿Me habré despistado yo, y habré cogido un avión en vez del Ave, y habré llegado a la T 4 de Barajas en vez de a Atocha?
Pero no. Esto es la Nueva Atocha. Esto es lo que hay. El Ave no llega ya a Atocha propiamente dicha, sino a una especie de aeropuerto que está lejísimos, y ni te cuento la odisea si tienes que enlazar con un cercanías, llegar a Chamartín o ir a las taquillas de la estación antigua, a la que ahora le han puesto de mote «Terminal de Salidas Norte». ¿No podían habernos dejado a los sevillanos con la Atocha de toda la vida y haber mandado a los catalanes, a los valencianos, a los maños y a todos los que no tienen costumbre de Ave a este horror de aeropuerto de Moneo? Lo que me hace recordar lo que El Libi de Cádiz le cantaba a Teo, Teófila la alcaldesa: «Moneo, Moneo, que hasta el nombre lo tienes feo».
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