ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

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2º de Tertulianés

MI dilecto Ignacio Camacho, en un aporte de sus oyentes sobre la etimología de la palabra «trencilla» para mentar a los árbitros de fútbol, me nombró la otra noche por Onda Cero algo así como vigilante de la playa del idioma que se habla en las tertulias, por el modo como fustigo (vamos, por cómo me los tomo a cachondeo) los remoquetes y latiguillos que usar allí se suelen. Es el Tertulianés. Aunque Fernando Sánchez Dragó me atribuyó generosamente el otro día la paternidad de esta voz, me parece que fue Amando de Miguel quien primero llamó así a la jerga del español hablado en las tertulias periodístico-políticas.

Lo recordarán perfectamente, porque ya les di aquí, en abril, una primera lección de Tertulianés, idioma que consiste en cobrar una morterada más o menos significativa por decir frases tan brillantes y tan llenas de contenidos y de doctrina (¡tararí!) como la que ponía allí de ejemplo: «A día de hoy y hasta donde yo sé, falta ponerlo blanco sobre negro, pero es un asunto de mucho calado que va a tener un largo recorrido, y es por ello que depende de la deriva que tome, ya que según las fuentes que manejo y con la que está cayendo, creo que va a ser que no».

No crean que acaba ahí el riquísimo contenido expresivo del Tertulianés. Tras aquella clase del «Aprenda Tertulianés», he seguido estudiando. Ya estoy en Segundo de Tertulianés. Y en este segundo curso he mejorado y ampliado notablemente mi repertorio de frases que no dicen absolutamente nada, pero sin las cuales no se puede emitir opinión solvente alguna en las tertulias de radio o televisión. Helas:

Sí o sí.

Priorizar.

Niego la mayor.

Se ha pasado veinte pueblos.

Hay que poner en valor.

Puede que sea ético, pero no estético.

En el corto plazo.

«A más a más», como dicen los catalanes.

Según los datos que manejo.

Es un salto cualitativo.

Se pasa de frenada.

Hay que verbalizar.

Estamos hablando de...

Háztelo mirar.

La gobernanza.

De ninguna de las maneras.

Corrígeme si me equivoco.

Si se suelta usted en el manejo y combinación de estos latiguillos no significantes, y se da un cierto arte para mezclarlos aleatoriamente, tomándolos preferentemente por colleras o en trío, como los boquerones victorianos, yo le aseguro que puede decir con la máxima solemnidad la chorrada más gorda que imaginarse pueda, o la obviedad más rotunda. El Tertulianés pone paño al púlpito de las tonterías. Igual que el latín daba el prestigio del misterio a la liturgia católica, porque los fieles no se enteraban ni de papa, así el Tertulianés otorga carácter mágico e iniciático a las chorradas mayores que pensarse puedan. Y si lo dudan, hagan la prueba. Tomen esos remoquetes y mézclenlos. Verán lo bien que saben y salen:

«Aunque niego la mayor, quiero verbalizar que es un salto cualitativo importante. Se ha pasado de frenada y se ha pasado veinte pueblos, porque, corregidme si me equivoco, la gobernanza no puede ser entendida de ninguna de las maneras sin ser puesta en valor; puede que sea ético, pero no estético. Y a más a más, como dicen los catalanes: hay que priorizar esas opciones en el corto plazo, sí o sí.»

¡La gallina!

 

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