ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El buque fantasma

Entre los grandes enigmas y misterios de Sevilla tengo puesto un barco en sitio destacado. Un barco fantasma. Usted, como yo, y más si vive en Los Remedios o trabaja en ese barrio, lo habrá visto decenas de veces en el río, al pasar el puente, desde o hacia Virgen de Luján. Ese barco fantasma suele estar atracado al muelle de cruceros al que los que se fueron pusieron el mote de Puerto Delicias y que se tragó, como dije aquí (a ver si ahora me hacen caso y la reponen) la rotulación de la avenida que Sevilla dedicó a Santiago Montoto.

Y sigo con ese muelle de cruceros antes de continuar con el barco fantasma. Con esa manía de ir contra el coche, como si los coches fuesen fachas, los que se fueron del Ayuntamiento hicieron ese muelle como no hay otro en el mundo: de manera que ni los taxis ni los autobuses pueden acercarse al barco a recoger a pie de escalerilla a los turistas que quieran ver los monumentos de Sevilla. En los cruceros va mayormente gente mayor, que está fatal de los pinreles, y si no le dan facilidades, no hace una sola excursión de las que ofrecen, de modo que en las escalas no salen del barco. Eso ocurrirá en Sevilla cuando atraquen todos esos cruceros con longaniza por cabos de amarre que nos prometen, que como los coches no pueden llegar a pie de muelle, no habrá turista madurete que se baje, sólo los jóvenes podrán coger el cochecito de San Fernando para llegar hasta la Sevilla monumental.

Bueno, pues en ese muelle de cruceros, justo aguas abajo del puente de Los Remedios, el primero en línea de atraque, está periódicamente, como a fecha fija, el barco misterioso. Tiene un nombre precioso, en francés: «La Belle de Cadix». Como la opereta que cantaba Luis Mariano: «La Belle de Cadix est partie un beau jour, /la Belle de Cadix est partie sans retour!». Me parece que es matrícula de Bruselas y de bandera belga, y, hablando de música, es realmente un buque mucho más fantasma que el de Wagner. Creo que regalan un fin de semana en Portimao, con traslado por barco incluido, al que demuestre que ha visto alguna vez a un turista subir o bajarse del crucero «La Belle de Cadix». ¿Quién viaja en ese barco, que nunca hay nadie en sus cubiertas de paseo, ni se ve a nadie en sus terrazas, ni asomado a sus ventanas? Pero no hablo ya sólo de turistas: ¿tiene tripulación acaso «La Belle de Cadix», o viene solo río arriba y río abajo, movido por un mando teledirigido como si fuera un barco de juguete? Nunca vi un marinero junto a su escalerilla.

¿O será lo que digo, que los turistas no se bajan porque ese muelle que han hecho, peatonal hasta en el cielo de la boca, no invita a bajar a nadie, porque ningún vehículo puede acercarse? Hablando de «La Belle de Cadix», yo me acuerdo de cuando en Cádiz había todavía coches de caballos, que sonaban por la Alameda, por Puerta Tierra y me traían, ay tierra mía, desde La Habana etcétera... Cuando en Cádiz había coches de caballos y llegaba al muelle ciudad o a la estación marítima un crucero turístico, los peseteros se acercaban junto a los buques, para pasear a los turistas. ¿Qué cochero es capaz de llegar ahora con su pesetero hasta el portalón de desembarco de turistas de «La Belle de Cadix»? Como no sea el coche del caballo que se desbocó hace poco y que en vez de tirar para el Bancobilbao de la Plaza Nueva hubiera cogido para Puerto Delicias, el demencial muelle de cruceros turísticos que dejó sin avenida a don Santiago Montoto, junto a las obras del acuario que nunca se terminó...

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