ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Vizcaya no es Biscaia

EL primer escándalo del veraneo ha sido el mangazo de residencia ministerial gratis total que pegó la ministra Leire Pajín, con su biquini, en una playa insular de este Reino que no saben ustedes el trabajito que me costó encontrar en el mapa: en Maó. ¿Saben ustedes lo que era Maó? Pues Maó era el Mahón de toda la vida; el de la salsa mahonesa a la que pusieron de mote mayonesa; el de la tela fuerte de algodón con la que se hacían las camisas azules los falangistas y los monos azules los milicianos para esa guerra civil de la que menudo chaparrón conmemorativo-manipulador nos espera el próximo lunes, LXXV aniversario del Alzamiento.

Maó, escrito así en castellano, no es otra cosa que Mahón con falta de ortografía. Que por lo visto es lo más políticamente correcto y progresista: escribir los topónimos en las otras lenguas peninsulares, aun cuando se exprese uno en español. Pero las faltas de ortografía en castellano con los topónimos baleáricos se ponen voluntariamente para ser más modernos, mientras que para las Vascongadas son ya obligatorias. El que te obliga a ponerlas desde el pasado día 6 de julio es nada menos que Su Majestad el Rey (que Dios guarde).

En el Boletín Oficial del Estado de esa fecha se publica la ley 19/2011, que promulga el Rey con la preciosa rúbrica de reglamento: «Juan Carlos I, Rey de España, a todos los que la presente vieren y entendieren. Sabed: que las Cortes Generales han aprobado y Yo vengo en sancionar la siguiente ley». Y la siguiente ley es que aun cuando se escriba en español y en zonas gloriosamente castellanoparlantes, los topónimos de las provincias vascongadas hay que escribirlos en vascuence, ¡toma ya!, con grave quebranto de nuestra gramática y ante el clamoroso silencio de la Real Academia Española, callada como una hetaira. El arranque del preámbulo de la ley se las trae: «El Estatuto de Autonomía de Gernika...» Y yo, que gracias a Dios no sé vascuence (ni Dios lo permita), cojo y leo «Jernica». Pero resulta que no, que el Jernica de estos jernícalos se refiere a Guernica.

Y ya, todo así, ordenando el hocicamiento general del castellano ante el vascuence, para terminar disponiendo que de Álava, nada, monada: que tienes que escribir Araba (sin acento, aunque voz esdrújula), lo que es la caraba o la cáraba. Y Guipúzcoa tampoco: lo obligatorio en toda España es Gipuzkoa, también sin acento: que como yo no sé vascuence, leo como «Jipúzcoa». Y por orden real se acabó Vizcaya, que ahora es Bizcaia, con be de... Sí, de burro. Lo siento, pero burro, como Vizcaya en vascuence, se escribe con be.

Y al final de esta parte dispositiva, Su Majestad da la media verónica habitual en todas las leyes: «Mando a todos los españoles, autoridades y particulares, que guarden y hagan guardar esta ley». ¡Esto es lo más grande, el Rey mandándonos escribir obligatoriamente en castellano con faltas de ortografía! Pues mire, Señor: servidor no piensa guardar ni hacer guardar esa ley contra la lengua castellana, porque como ve V.M., estoy invitando a mis lectores a tomársela a pitorreo. No por nada, sino porque otra ley superior, la Constitución, que también sancionó V.M., dice en su artículo 3º: «El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla». Y según ese deber constitucional, Guipúzcoa se escribe Guipúzcoa, Vizcaya se escribe Vizcaya, y Álava se escribe Álava, digan lo que digan los amiguitos de Bildu y de lo que no es Bildu.

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