Antonio Burgos / Antología de Recuadros

Diario 16,  29 de marzo de 1993

Antonio Burgos

Londres se parece a Londres

 

Las sastrerías de Chancery Lane, silenciosas como templos góticos, solemnes como la voz ahuecada que ponen aquí ciertos comentaristas para decir las mayores tonterías, seguirán haciendo su lícito negocio de venta de pelucas curiales de crin de caballo. Los jueces británicos continuarán usando peluca en la Real Corte. Esta tradición del siglo XVIII acaba de ser sometida a consulta y ha obtenido el beneplácito mayoritario de las quinientas personas e instituciones consultadas. Una nación donde los jueces no se avergüenzan de llevar peluca y la defienden contra viento y marea es un lugar completamente serio, exento de chuflerías. Una judicatura a la que ni las modas le consiguen quitar las pelucas es un poder perfectamente a salvo de los vaivenes y bamboleos de las influencias políticas. Allí es impensable un Eligio Hernández. Ni hablar del peluquín...

--- Pues anda que Eligio Hernández iba a estar bonito con peluca, iba a parecer Sarita Montiel...

He estado unos días en Londres para hacer un mandado. Me acuso, padre, que cometí la horteridad española de ir a Londres en el puente de San José. Después de todo, mejor ir a Londres por el puente de San José que ir a la Cartuja por el puente del Alamillo a llevárselo calentito, como uno que yo me sé, que es que no se harta... Y en Londres he llegado a la conclusión que lo mejor de Londres es que se parece muchìsimo a Londres. Londres se parece cada vez más a Londres, y no como aquí, que sabemos que Madrid es Kansas City entreverado de Navalcarnero y Sevilla se está pareciendo a Chicago a pasos agigantados.

Pueden ustedes entender que lo que acabo de escribir es una solemne tontería, e incluso están en su perfecto derecho de hacerlo. Pero quiero decir que Gran Bretaña es lo que es y sigue siendo lo que ha sido gracias a su orgullosa identificación con su propia esencia. En Londres te encuentras por la calle a unos borrachos que parecen fijos de plantilla, con toda la pinta de borrachos, con los colores rojetes en las mejillas, dando sus camballadas de reglamento. Deben de cobrar muchos trienios estos borrachos que salen ahumados perdidos de las tabernas de Londres, y no como aquí, que los borrachos son muchachos de diecisiete años que se matan al volante en la francachela del fin de semana. En Londres los taxis se parecen muchísimo a los taxis, y no como aquí, que son incomodísimos coches hechos para que un señor particular lleve a su señora esposa al hipermercado, y no para que nos recojan con dos maletas al bajar del Ave. Y los guardias de la porra van vestidos de guardias de la porra de allí, no como los de aquí, que les han puesto esas gorras con cinta ajedrezada que son talmente como las de allí.

Los dependientes de sastrerías tienen muchísima pinta de dependientes de sastrería, mientras que los de aquí se parecen a Adolfo Suárez. Y la guardia hace el relevo de la guardia como lo que es, y no como aquí, que estamos todos contentísimos porque el Rey viva en un chalé buenecito y no en Palacio. Vi a unos coraceros a caballo orgullosísimos de sus uniformes. Aquí, probablemente, el jefe de las Comisiones Obreras de los coraceros hubiera ya conseguido que les quitaran los caballos y los cascos y que fueran en jeep y en pantalones vaqueros, porque es más cómodo. Conducen por la izquierda y que se joda Europa, no como aquí, que si no andamos listos nos quitan las corridas de toros como le han quitado la cartera a los agricultores. Por eso me gusta el Reino Unido de la Gran Bretaña, donde además hace mucho tiempo que ganaron las derechas y no han armado tanto jaleo como los franceses, que son unos ampulosos y unos cursis.


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