Antonio Burgos / Antología de Recuadros

Diario 16,  8 de abril de 1993

Antonio Burgos

Consuma Semana Santa

 

Si alguien quiere tener una idea visual de nuestro tiempo, no tiene más que acercarse ahora a Sevilla. Por descontado que en el Ave. Y fundirse con lo que se ha convertido en lo más tradicional y distintivo de la Semana Santa. Lo más clásico ahora de la Semana Santa de Sevilla no es la callecita estrecha por donde pasan en silencio las largas hileras de nazarenos con los cirios que alumbran muros de cal enjalbegados por la oscuridad de la noche. Lo más clásico ahora de la Semana Santa no es la saeta que, desde la altura del balcón o la cercanía de la reja con flores, rasga el aire por martinetes o por seguiriyas. Lo más clásico ahora de la Semana Santa no es la cofradía de barrio, pobre y austera, que vuelve a su collación sin apenas acompañamiento y que puede verse en soledad al pasar ante un convento.

Olviden todo eso. No le echen la menor cuenta a lo que leyeron en textos de viajeros románticos, lo que vieron en fotografías simbólicas, en interpretaciones profundas del alma del pueblo andaluz. Todo eso ha pasado a la historia. Ya eso es tan tópico e irreal como la navaja de Carmen o la barbería de Fígaro. Esa Semana Santa que se tiene en la imaginación y en el deseo no existe ya más que en los libros. La realidad es muy distinta. Hay cosas que no pasan en balde, y la Exposición Universal es una de ellas.

Dijeron que Sevilla no sería la misma después de la Exposición. Sin tener que mirar los puentes, las grandes avenidas, las altas velocidades, los pabellones que ahora están desiertos al otro lado del río, basta con echarse a la calle cualquier tarde o noche de cofradías para comprobar que eso es completamente cierto. Es ya otra Semana Santa en otra Sevilla. No son los días iluminados del gozo y la intimidad, sino la imagen cercana y molesta de la masificación, de la inflación, de la pérdida de las medidas tradicionales. Antes había bulla cuando la Macarena entraba por el Arco y cuando el Gran Poder salía al dar las dos de la mañana el reloj de San Lorenzo. Ahora hay bulla en cualquier lugar, a cualquier hora. La propia palabra bulla, tan clásica, se ha quedado corta. Si no está usted en Sevilla no sabe lo que es una calle completamente macizada de gente, que parece hacer ciertas las palabras de la copla "Callejuela sin salía", pues no se puede dar un paso ni para delante ni para atrás. Y no cuando están pasando las cofradías, que no tiene el menor mérito, sino en barrios alejados de la carrera oficial.

A la conclusión que se llega es que aquí en Sevilla, en estos días, se funden dos conceptos tan antagónicos como la cultura popular tradicional y la cultura de masas. Si alguien desconfía que vivamos inmersos en la cultura de masas, no tiene más que acercarse a Sevilla. La moda es que hay que consumir Semana Santa. En nuestros días todo se hace consumo a gran escala, y en estos días se consume a medida de las masas lo que antes eran sentimientos íntimos. La saeta que antes oían cincuenta elegidos es escuchada ahora por una muchedumbre de siete, de diez mil personas, que llena plazas inmensas, que abarrota calles. Consumo de masas equivale a alteración del producto para el consumo masivo. También esto ocurre. También hay una apariencia light de lo que antes tenía la robustez de lo hondo. Muchos de los que están, ni siquiera saben lo que están viendo. Ni les importa. Están porque hay que estar, del mismo modo que consumen los programas de televisión de máxima audiencia porque son los que arrollan en bola de nieve. La Semana Santa se ha convertido en un objeto de consumo masivo, producido a gran escala, en dosis industriales, cincuenta mil nazarenos en las calles, más de medio centenar de cofradías, algunas de las cuales tarda en pasar casi dos horas. Estos son los nuevos tópicos andaluces. En la medida que somos viajeros en nuestra propia tierra los reseñamos.


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