Antonio Burgos / Antología de Recuadros

Diario 16,  11 de julio de 1993

Antonio Burgos

El capotillo de Hemingway

 

Que me perdonen los navarros si estoy equivocado y meto el pinrel en lo que voy a decir, pero me imagino que hablar de los sanfermines única y exclusivamente según las cornadas del encierro tiene que ser algo así como contar la feria de Sevilla según los famosos que van gunileando en un coche de caballos prestado por el paseo del Real. La calle de la Estafeta lleva un sello tópico que probablemente no tiene nada que ver con la realidad de la fiesta, como les ocurre a todas las que se celebran en las Españas. He oído muchos relatos de quienes fueron a vivir las fiestas de Pamplona y su narración tiene poco que ver con los titulares de la sangre contra la talanquera de fortuna en una esquina.

Tiene que haber una secreta grandeza en los sanfermines cuando yo ahora, desde una Andalucía de toros ensogados por los pueblos de la sierra de Cádiz, estoy escribiendo de los ritos navarros de la fiesta, y cuando cada amanecer dan en directo el encierro por la televisión, y los boletines radiofónicos de las ocho de la mañana nos despiertan con el chupinazo de los minutos que la corrida de Guardiola o del Marqués de Domecq tardó en llegar a la plaza y si alguno, émulo del toro del Veterano de las carreteras, se encampanó diciendo aquí estoy yo. En esos mismos boletines mañaneros de la radio vengo oyendo todas estos amaneceres el buen cartel que las fiestas de Pamplona tienen en todo el mundo. Al hacerse las revistas de prensa continental o americana, raro es el día que no se recoge un reportaje sobre la fiesta navarra, que, aunque sea con el tópico de "Muerte en la tarde", hace algún periódico de por ahí.

Para mi que es el capote de Hemingway, del que nadie habla. Es tópico, y seguramente lo citamos solamente los forasteros eso del capotillo que tiene San Fermín para salvar a los mozos, capotillos que vemos corpóreo, en un ejemplar del "Diario de Navarra" enrollado a modo de engaño. Un pueblo que torea con el periódico por delante es indudablemente letrado y culto. No sé yo quiénes colaboran en ese diario de Pamplona, pero si los tales mozos llevaran enrollado en la mano algún periódico de Madrid que yo me conozco, ya sé por qué no pegaban la corná. Que los toros, en tal caso, dirían en plena calle de la Estafeta al mozo al que iban a empitonar, cuando le pusiera por delante el diario:

--- No, por favor, un editorial de Javier Pradera no, prefiero banderillas negras...

Que hay toros que saben hasta latín, como ustedes bien conocen... Pero, bueno, veníamos contando lo del otro capotillo, lo del capotillo de don Ernesto Hemingway. Existe. Desde el cielo de tinto y clarete de la Ribera, Ernesto Hemingway no vela por los mozos, sino por el buen nombre internacional de la fiesta de los toros. Ya es un milagro civil de don Ernesto que en esta Europa antitaurina, donde llevan al Parlamento continental propuestas para prohibir los toros en España, se hable de los encierros, de las corridas, del espectáculo de la plaza de Pamplona como lo más normal del mundo, sin coger papel ecologista de fumar y sin sacar los argumentos verdes y animalistas que se suelen. Y ya es un milagro por lo civil de don Ernesto que sus paisanos los norteamericanos, que vuelven la cara cuando ven la cornada de Paquirri en la CBS o en la NBC, estén todos encantados con Pamplona, y vengan como si tuvieran montado un puente aéreo, a vivir la vida, el sol, el vino, las canciones, las peñas, las charangas.

Suelen los navarros reclamar de vez en cuando los orígenes de la fiesta, frente a los títulos de Ronda o de Sevilla. Si tal hacen, méritos llevan. A los ojos antitaurinos del mundo, no sé por qué, Pamplona es siempre una cuestión muy distinta, algo que nunca querrán prohibir los animalistas y los objetores de corridas. O sí se por qué, y lo digo ahora: es gracias al capotillo literario que Hemingway le echó en "Fiesta" y le sigue echando a la fiesta.


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